Henry Tovar
Hemos leído, con pasmosa perplejidad, el trabajo de investigación intitulado La Universidad Secuestrada; al parecer el más reciente aporte pedagógico de Henry Giroux, docente y crítico cultural, nacido en Providence en 1943. Esta obra constituye, a la par que rigurosa investigación académica, un documento de extraordinario valor histórico para comprender las consecuencias de las no naturales relaciones de poder existentes entre la educación universitaria y los círculos de poder armamentista en Estados Unidos de Norteamérica
Tal investigación constituye un testimonio revelador, en primer término, de la evidente desnaturalización de los propósitos cívicos, democráticos y humanistas de la educación universitaria, como consecuencia de la admisión y reproducción de valores militaristas al interior de ellas; junto con sus ominosas consecuencias en la formación de un determinado tipo de ciudadano. Y por otra, revelador de las perversas concepciones militaristas de la seguridad nacional, otrora discurso propio de las élites del poder conservador, ahora originados en el seno de los campos universitarios y omnipresentes en la propia conciencia del ciudadano común de esa nación.
Conforme señala Giroux, desde la época de “Guerra Fría”, las universidades norteamericanas comenzaron a convertirse en instituciones al servicio del nombrado complejo militar e industrial, como es conocida y denominada la relación existente entre determinados entes gubernamentales, el Ejército y las industrias de producción de armamentos. En el ámbito de la política, y desde esa misma época, la relación entre la Academia y esas corporaciones fue considerada como inconveniente y peligrosa, particularmente por un personaje como Dwight Eisnhower, quien en el año 1961 la denunció como nociva para la existencia de la democracia en su país.
Durante la década de los años cincuenta, las universidades comenzaron a ser utilizadas en la producción de conocimientos y tecnologías militares para contrarrestar los avances de Unión Soviética en el sector militar-industrial. Esa relación ha derivado, conforme lo señala Giroux, en una sistemática penetración de las instituciones universitarias y en la exaltación masiva de una cultura de la guerra, la cual se convertido en un “principio ordenador de la sociedad norteamericana”. La guerra constituye, en la vida de los norteamericanos, el propulsor la economía, tema para la producción cinematográfica y la exacerbación del patriotismo, motivo para la producción de espectáculos, avisos publicitarios, videos y juegos de guerra, y de excesiva exaltación de la masculinidad, el machismo y la promoción brutal de la violencia.
De no ser por la “crítica demoledora”, como la califica Luís Bonilla-Molina, Presidente del Centro Internacional Miranda y prologuista de la señalada obra de Giroux, tales indagaciones podrían parecer los aditamentos fantásticos de una obra de ciencia ficción, en la cual las universidades participan como protagonistas y promotores del espionaje, a través de la selección de profesores y alumnos, a quienes se les entrena para fungir como agentes, delatores y verdugos de la CIA, en una relación mercenaria promovida desde las propias instituciones de educación superior. Grandes y medianas universidades como la de California, Texas o el Tecnológico de Massachussets reciben anualmente millonarios aportes para el diseño y creación de armamento espacial, rayos láser, tanques eléctricos, cañones electrotérmicos, ejércitos robots, armas con forma de insectos, pistolas de microondas con las cuales las personas se sienten envueltas en fuego, misiles, tecnologías submarinas, armas químicas, entre otros aparatos surrealistas.
Como se puede fácilmente comprender, estos ejemplos constituyen toda una pedagogía de la perversidad, a la cual se suma el chantaje contra quienes, desde la propia academia, se oponen a ella, a la militarización de la sociedad y la eliminación de de todo pensamiento crítico, cuya levadura deberían las universidades fomentar.
Hemos leído, con pasmosa perplejidad, el trabajo de investigación intitulado La Universidad Secuestrada; al parecer el más reciente aporte pedagógico de Henry Giroux, docente y crítico cultural, nacido en Providence en 1943. Esta obra constituye, a la par que rigurosa investigación académica, un documento de extraordinario valor histórico para comprender las consecuencias de las no naturales relaciones de poder existentes entre la educación universitaria y los círculos de poder armamentista en Estados Unidos de Norteamérica
Tal investigación constituye un testimonio revelador, en primer término, de la evidente desnaturalización de los propósitos cívicos, democráticos y humanistas de la educación universitaria, como consecuencia de la admisión y reproducción de valores militaristas al interior de ellas; junto con sus ominosas consecuencias en la formación de un determinado tipo de ciudadano. Y por otra, revelador de las perversas concepciones militaristas de la seguridad nacional, otrora discurso propio de las élites del poder conservador, ahora originados en el seno de los campos universitarios y omnipresentes en la propia conciencia del ciudadano común de esa nación.
Conforme señala Giroux, desde la época de “Guerra Fría”, las universidades norteamericanas comenzaron a convertirse en instituciones al servicio del nombrado complejo militar e industrial, como es conocida y denominada la relación existente entre determinados entes gubernamentales, el Ejército y las industrias de producción de armamentos. En el ámbito de la política, y desde esa misma época, la relación entre la Academia y esas corporaciones fue considerada como inconveniente y peligrosa, particularmente por un personaje como Dwight Eisnhower, quien en el año 1961 la denunció como nociva para la existencia de la democracia en su país.
Durante la década de los años cincuenta, las universidades comenzaron a ser utilizadas en la producción de conocimientos y tecnologías militares para contrarrestar los avances de Unión Soviética en el sector militar-industrial. Esa relación ha derivado, conforme lo señala Giroux, en una sistemática penetración de las instituciones universitarias y en la exaltación masiva de una cultura de la guerra, la cual se convertido en un “principio ordenador de la sociedad norteamericana”. La guerra constituye, en la vida de los norteamericanos, el propulsor la economía, tema para la producción cinematográfica y la exacerbación del patriotismo, motivo para la producción de espectáculos, avisos publicitarios, videos y juegos de guerra, y de excesiva exaltación de la masculinidad, el machismo y la promoción brutal de la violencia.
De no ser por la “crítica demoledora”, como la califica Luís Bonilla-Molina, Presidente del Centro Internacional Miranda y prologuista de la señalada obra de Giroux, tales indagaciones podrían parecer los aditamentos fantásticos de una obra de ciencia ficción, en la cual las universidades participan como protagonistas y promotores del espionaje, a través de la selección de profesores y alumnos, a quienes se les entrena para fungir como agentes, delatores y verdugos de la CIA, en una relación mercenaria promovida desde las propias instituciones de educación superior. Grandes y medianas universidades como la de California, Texas o el Tecnológico de Massachussets reciben anualmente millonarios aportes para el diseño y creación de armamento espacial, rayos láser, tanques eléctricos, cañones electrotérmicos, ejércitos robots, armas con forma de insectos, pistolas de microondas con las cuales las personas se sienten envueltas en fuego, misiles, tecnologías submarinas, armas químicas, entre otros aparatos surrealistas.
Como se puede fácilmente comprender, estos ejemplos constituyen toda una pedagogía de la perversidad, a la cual se suma el chantaje contra quienes, desde la propia academia, se oponen a ella, a la militarización de la sociedad y la eliminación de de todo pensamiento crítico, cuya levadura deberían las universidades fomentar.
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