El Premio Nobel de una paz que no se pudo ganar en elecciones.
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Sergio
Rodríguez Gelfenstein, Uribe
Por Sergio Rodríguez
Gelfenstein
La semana
pasada comentamos el acto del lunes 26 de septiembre en el que se
ratificó ante Colombia y el mundo el Acuerdo de Paz entre las Farc y
el gobierno de ese país. Por razones editoriales debo entregar mi
artículo los días viernes en la noche, de manera que ese análisis
no incluía lo que habría de suceder en el plebiscito del pasado 2
de octubre y los hechos posteriores al mismo.
En el momento
que entregué mi artículo para su publicación (viernes 30 de
septiembre) no podría saber el resultado del plebiscito, pero a
diferencia de la mayoría de los entendidos y de las benditas
(malditas) encuestas, no aseguré que el Si iba a ganar por una
mayoría abrumadora como se afirmaba en todos los ámbitos de la
información. Como se sabe, eso no ocurrió, peor aún, ganó la
opción que rechaza los Acuerdos y que en un primer momento apostó
por la continuación de la guerra, pero que presionados por las
masivas movilizaciones auto convocadas de la mayoría de los
colombianos que quieren la paz, y también por la aplastante
generalidad de la opinión pública internacional, obligó a los
ahora envalentonados guerreristas a morigerar su discurso para
aprovechar su triunfo en pos de lograr objetivos de política
coyuntural que nada tienen que ver con la guerra y si con la próxima
elección presidencial: la protección de la propiedad privada como
si la misma se hubiera puesto en duda, la impunidad para los
militares acusados por violación de derechos humanos y finalmente,
la salvaguarda del ego de los ex presidentes Pastrana y Uribe. Para
esto, fueron capaces incluso de paralizar los acuerdos que trabajosa
y pacientemente se habían construido durante cuatro años.
Mi artículo
de hace siete días finalizaba con la frase de una canción de Silvio
Rodríguez “¿Cuánto de pesadilla quedará todavía”? Ello valió
para que algunos lectores me acusarán de pesimista, sin embargo, la
“cochina realidad” de la que hablaba el profesor Carlos Guerón
en la Escuela de Estudios Internacionales pudo más que el optimismo
desenfrenado sin asidero en el entorno de los hechos de la política.
Lo cierto es que lo ocurrido a partir del domingo 2 ha sido una
pesadilla para Colombia y su pueblo.
Ríos de
tinta se han vertido en el análisis de los hechos que buscaban
explicación de las causas del fracaso de Santos, porque ésta es una
derrota de él y de nadie más que de él, por más que a priori los
noruegos le hayan regalado su Premio Nobel, como también lo anuncié
hace una semana, intentando explicar el discurso del Presidente, el
26 de septiembre pasado.
En su euforia
triunfalista, Santos pensó que podría utilizar el deseo de paz del
pueblo colombiano, sometiendo a plebiscito, es decir a los vaivenes
de la coyuntura y a las “falsedades democráticas” de la
democracia liberal, (valga la redundancia en este caso) un acuerdo de
trascendencia estratégica y de alcance indeterminado para Colombia,
América Latina y el Caribe y el mundo. Así, se logró el objetivo
de minimizar el contenido del Acuerdo, que expone demandas
significativas de la sociedad en materia de propiedad y distribución
de la tierra, justicia, incorporación de los excluidos y protección
de los derechos humanos como nunca antes se había planteado en la
historia de Colombia. Por el contrario, asistimos a una
exacerbación del fundamentalismo religioso de protestantes y
católicos, que llevó a que muchos curas desoyeran al propio Papa
Francisco y su clamor por la paz, demostrando que cuando están en
juego los intereses de clase, la supuesta fidelidad al Papa, que es
el “representante de Dios en la Tierra” es solo retórica,
incluso en un país frenéticamente católico.
Entonces, el
debate pasó a ser que Uribe le había ganado a Santos, que el
uribismo había quedado en inmejorables condiciones para ganar las
próximas elecciones presidenciales y además comenzaron los
tradicionales discursos maniqueos respecto a que “habló la
mayoría” como si el 18% de los colombianos son la mayoría.
Porque, no es lo mismo el 51% de los que votaron, que el 51% de los
colombianos. Entonces emergió una nueva y manida frase: “Así es
el juego democrático”. O dicho en palabras del respetado analista
político colombiano Ariel Ávila “… así es la democracia; se
gana con un voto y punto”, lo cual debe ser cierto en Colombia,
porque en las últimas elecciones venezolanas, el chavismo ganó por
bastante más que un voto y no hubo punto, sino 43 muertos
ocasionados por la violencia fascista de la oposición.
Las razones
del triunfo de los antagonistas al Acuerdo en el plebiscito, no tiene
que ver con un pueblo esquizofrénico que le gusta la guerra, tampoco
se le puede achacar al mal tiempo que azotó buena parte del
territorio nacional el día de los comicios, (esto me llevó a
recordar que la Constitución de Venezuela fue aprobada el mismo día
que ocurrió el mayor desastre natural de la historia de este país).
Tiene que ver con la brutal campaña de desinformación, falsedades y
descrédito, que montó el uribismo y la oligarquía rural atrasada
que él encabeza no contra Santos, ni contra las Farc, sino contra la
paz, preocupados por las repercusiones que pueda tener para su
voracidad expoliadora, los acuerdos en materia de tierras.
Para ello,
recurrieron a todo, incluso a la mentira y al engaño como lo ha
hecho público en entrevista al periódico “La República” el
Gerente del Comando de Campaña del No, Juan Carlos Vélez quien
reconoció que su mensaje estuvo basado, no en informar sobre el
contenido de los Acuerdos, sino en la búsqueda de “indignación”.
Sin mayores conflictos éticos, explicó que un concejal le había
dado una imagen de un mensaje de Santos y Timochenko que explicaba
“por qué se le iba a dar dinero a los guerrilleros si el país
estaba en la olla. Yo publiqué en mi facebook y al sábado pasado
tenía 130.000 compartidos con un alcance de seis millones de
personas”. O sea, una mentira y un engaño preconcebido, sobre una
base falsa. Cosas de la democracia representativa, “se gana
con un voto y punto”.
Todo ello
oculta el verdadero problema de fondo cual es tratar de responder a
la pregunta de por qué el 63% de los colombianos que sí son la
mayoría, estuvo ajeno a tan trascendental decisión. Es sabido que
en la “democracia colombiana”, los niveles de abstención rondan
siempre el 60 %, lo cual da cuenta de un sistema político agotado en
el cual los ciudadanos ya no creen, como tampoco creyeron que esta
“solución” que Santos se sacó de la manga, pensado que
aplastaría a Uribe, a fin de permitirle colocar un delfín en la
casa de Nariño en 2018, aplacaría decenios de violencia,
marginación, pobreza y carencias ilimitadas.
A pesar que
tanto el gobierno como las Farc dieron pruebas de madurez política a
fin de dar continuidad al proceso, ahora reina la incertidumbre, de
cara al futuro. Noruega ha hecho un aporte regalándole el Nobel a
Santos, lo cual no es novedad después que se lo entregara a Obama,
Kissinger, Menachem Begin, Frederik de Klerk, Isaac Rabin y Shimon
Perez, entre otros, todos connotados guerreristas y
asesinos. Santos viene a ser uno más de esta lista. Estados Unidos,
el país que más guerra ha desatado y que ha llevado a efecto la
mayor cantidad de invasiones e intervenciones militares en todo el
mundo, es el que más veces lo ha recibido con 20, así mismo de 98
ganadores, 71 han sido de Estados Unidos o países de la Unión
Europea y la OTAN, quienes han sido los mayores generadores de
guerras y conflictos en la historia del último siglo, de manera que
su prestigio es bastante dudoso, siendo un mecanismo mediante el
cual, el sistema capitalista reconoce a quienes logran hacer acciones
para su sostenimiento en momentos de peligro. Pareciera que en el
resto del mundo conformado por casi el 90% de la humanidad no hubiera
suficientes personas merecedoras de este premio. Hay que recordar
además, que Noruega es miembro de la OTAN, la mayor alianza agresiva
de la historia.
El regreso a
la mesa de negociaciones está plagado de dilemas. El gobierno y las
Farc han acordado escuchar “en un proceso rápido y eficaz, a
los diferentes sectores de la sociedad…”, así mismo, reiteraron
el compromiso de cese al fuego bajo monitoreo y verificación de la
ONU y continuar avanzando en tomar medidas de construcción de
confianza, lo cual pareciera dar alguna certeza de que el proceso de
paz tendrá continuidad, a pesar de las maquinaciones, mentiras,
trucos fraudulentos y manipulaciones de Uribe, el ex procurador
Ordoñez y las cúpulas eclesiásticas católica y protestante, cuyo
afán destructivo se ha puesto de manifiesto, creando el caos y el
desconcierto, sin hacer propuestas concretas que destraben el impase.
Saben que su triunfo es el de una minoría de la sociedad y no tienen
capacidad para hacerlo valer en las calles. Como dice Ariel Ávila,
“… lo que les queda es dilatar y ganar tiempo, manteniendo el
caos político hasta el 2018, año en que ellos aspiran a ganar las
elecciones de nuevo”. Ese fue el verdadero objetivo de los
promotores del No, el fin de la guerra y la paz para los colombianos
no es algo que les inquiete demasiado.
Publicación Barómetro 10-10-16