La guerra de EEUU contra Irak: La destrucción de una civilización
por James
Petras
La guerra de EEUU contra Irak: La destrucción de una civilización
por
James Petras
La
ciudad de Bagdad fue considerada como el París del mundo árabe en
términos de cultura, arte, ciencia y educación. La destrucción de
todas estas infraestructuras sociales y económicas de Irak por la
invasión estadounidense así como el
asesinato sistemático de académicos y el desmantelamiento de las
instituciones del Estado han tenido por objetivo despejar
cualquier resistencia a la penetración imperial económica y un
control absoluto de las multinacionales y otras corporaciones
Occidentales. Este malvado plan es analizado por el profesor James
Petras, quien nos explica las fuerzas, estrategias y otros intereses
que han participado deliberadamente el desmembramiento de la sociedad
iraquí.
Red
Voltaire | Nueva York (EE.UU.) | 17 de septiembre de 2009
Los
siete años de guerra y ocupación estadounidenses en Iraq han estado
manejados por varias fuerzas políticas importantes e impregnados de
toda una variedad de intereses imperiales. Sin embargo, esos
intereses no explican por sí mismos la profundidad ni el alcance de
la sostenida, masiva y continuada destrucción de toda una sociedad
ni su reducción a un permanente estado de guerra. El ámbito de
fuerzas políticas que contribuyeron a orquestar la guerra y la
subsiguiente ocupación de EEUU incluye las siguientes (por orden de
importancia):
La fuerza política más importante fue también de la que menos abiertamente se habló: La Configuración del Poder Sionista (ZPC, por sus siglas en inglés), que incluye el importante papel de los partidarios, persistentes e incondicionales de línea dura, del Estado de Israel que lograron puestos importantes en el Pentágono de Bush (Douglas Feith y Paul Wolfowitz), operativos clave en la oficina del Vicepresidente (Irving –Scooter- Libby), en el Departamento del Tesoro (Stuart Levy), en el Consejo de Seguridad Nacional (Elliot Abrams) y toda una falange de asesores, escritores de los discursos presidenciales (David Frum), funcionarios secundarios y asesores políticos en el Departamento de Estado. Esos comprometidos “insiders” sionistas estaban apoyados por miles de funcionarios con dedicación exclusiva de “Ante Todo, Israel” de las 51 organizaciones judías más importantes, agrupadas bajo su Presidente (PMAJO, por sus siglas en inglés).
Todos declararon abiertamente que su más alta prioridad era avanzar en la agenda de Israel, concretada, en este caso, en una guerra de EEUU contra Iraq para derrocar a Saddam Hussein, ocupar el país, dividir físicamente Iraq, destruir su ejército y su capacidad industrial e imponer un régimen-titere pro-Israel/pro-EEUU. Si Iraq era étnicamente limpiado y dividido, como defendía el ultraderechista Primer Ministro de Israel Benjamin Netanyahu y el Presidente Emérito “Liberal” del Consejo de Relaciones Exteriores y sionista-militarista Leslie Gelb, habría entonces varios “regímenes clientelistas”.
Los altos políticos pro-Israel que promovieron la guerra no tenían directamente al principio la política de destruir sistemáticamente lo que, en efecto, constituía toda la civilización iraquí. Pero su apoyo y diseño de una política de ocupación incluía el desmembramiento total del aparato del estado iraquí y el reclutamiento de asesores israelíes que proporcionaran su “pericia” en técnicas de interrogatorio, represión de la resistencia civil y contrainsurgencia. Ciertamente, los expertos israelíes jugaron un papel importante al fomentar el enfrentamiento étnico y religioso entre los iraquíes, que Israel tanto ha puesto en práctica en Palestina. El “modelo” israelí de guerra colonial y ocupación –la invasión del Líbano de 1982- y la práctica de la “destrucción total” utilizando la división sectaria y étnico-religiosa fue ya evidente en las infamantes masacres de los campos de refugiados de Sabra y Chatila en Beirut, que tuvieron lugar bajo supervisión del ejército israelí.
Los
militaristas civiles estaban menos movidos por los pasados lazos del
Vicepresidente Cheney con la industria del petróleo y más
interesados en su papel como Director Ejecutivo de la gigantesca
filial de Halliburton, la contratista de bases militares Kellog-Brown
and Root, que ha ido consolidando el Imperio Estadounidense a través
de la expansión de bases militares por todo el mundo. Las compañías
petrolíferas estadounidenses más importantes, que temían salir
perdiendo frente a sus competidoras europeas y asiáticas, estaban
deseando negociar con Saddam Hussein, y algunos de los partidarios de
Bush dentro de la industria petrolífera estaban ya embarcados en
operaciones de comercio ilegal con el embargado régimen de Iraq. La
industria del petróleo no se sentía muy inclinada a promover la
inestabilidad regional mediante una guerra.
La estrategia belicista de conquista y ocupación se diseñó para establecer una presencia militar colonial a largo plazo bajo la forma de bases militares estratégicas dotadas de un importante y sostenido contingente de asesores militares coloniales y unidades de combate. La brutal ocupación colonial de un estado laico independiente con fuerte historia nacionalista y avanzada infraestructura que disponía de un aparato policial y militar sofisticado, extendidos servicios públicos y mínimas tasas de analfabetismo impulsó el crecimiento de una amplia colección de movimientos militantes y armados contra la ocupación. En respuesta, los oficiales coloniales estadounidenses, la CIA y las Agencias de la Inteligencia de Defensa idearon una estrategia de “divide y vencerás” (la denominada solución “El Salvador”, asociada al ex Embajador en zonas calientes y ex Director de la Inteligencia Nacional estadounidense John Negroponte) para fomentar los conflictos armados de base sectaria y promover los asesinatos interreligiosos para así debilitar cualquier esfuerzo por lograr un movimiento unido nacional anti-imperialista.
El desmantelamiento de la burocracia civil laica y del ejército fue diseñado por los sionistas de la administración Bush para incrementar el poder de Israel en la región y fomentar el surgimiento de grupos militantes islámicos, que habían sido reprimidos por el depuesto régimen baazista de Saddam Hussein. Israel había perfeccionado esta estrategia antes: Patrocinó y financió en sus orígenes a grupos militantes islámicos sectarios, como Hamas, como alternativa a la laica Organización para la Liberación de Palestina, creando un marco que favorecía las luchas sectarias entre los palestinos.
La consecuencia de las políticas coloniales estadounidenses financiando y multiplicando una amplia variedad de conflictos internos fue la proliferación de los mullah, los líderes tribales, los gángsteres políticos, los señores de la guerra, los expatriados y los escuadrones de la muerte. La “guerra de todos contra todos” servía a los intereses de las fuerzas ocupantes estadounidenses. Iraq se convirtió en un lodazal de jóvenes armados, sin empleo, entre los que era fácil reclutar un nuevo ejército de mercenarios. La “guerra civil” y el “conflicto étnico” proporcionaron un pretexto para que EEUU y sus títeres iraquíes despidieran a cientos de miles de soldados, policías y funcionarios del régimen anterior (especialmente si eran de familias sunníes, mixtas o laicas), socavando la base del empleo civil.
Bajo la cobertura de una generalizada “guerra contra el terror”, las Fuerzas Especiales estadounidenses y los escuadrones de la muerte dirigidos por la CIA implantaron el terror dentro de la sociedad civil iraquí, persiguiendo a cualquier sospechoso de criticar al gobierno-títere, especialmente entre las clases educadas y profesionales, precisamente los iraquíes más capaces de reconstruir una república laica independiente.
La
guerra de Iraq estuvo dirigida por un influyente grupo de ideólogos
neoconservadores y neoliberales con fuertes vínculos con Israel.
Valoraron el éxito de la guerra de Iraq (por éxito ellos entendían
el desmembramiento total del país) como la primera ficha de “dominó”
de una serie de guerras para “recolonizar” el Oriente Medio (en
sus palabras: “volver a trazar el mapa”). Disfrazaron su imperial
ideología con un fino barniz de retórica sobre “promover las
democracias” en Oriente Medio (excluyendo, por supuesto, las
antidemocráticas políticas de su “patria” Israel sobre los
subyugados palestinos).
Al confluir las ambiciones hegemónicas regionales de Israel con los intereses imperiales de EEUU, los neoconservadores y sus compañeros de viaje neoliberales del Partido Demócrata apoyaron en primer lugar al Presidente Bush y después al Presidente Obama en su escalada de las guerras contra Afganistán y Pakistán. Secundaron unánimemente la feroz campaña de bombardeos de Israel contra el Líbano, el ataque por tierra, mar y aire y la masacre de miles de civiles atrapados en Gaza, el bombardeo de instalaciones sirias y el gran impulso (de Israel) hacia un ataque preventivo militar y a gran escala contra Irán.
Los defensores estadounidenses de múltiples guerras secuenciales y simultáneas en Oriente Medio y en el Sur de Asia creían que no podrían desplegar todo el potencial destructivo masivo que poseen hasta no haberse asegurado el control total de su primera víctima: Iraq. Confiaban en que la resistencia iraquí se vendría rápidamente abajo tras trece años de brutales y exterminadoras sanciones impuestas contra la república por EEUU y las Naciones Unidas. Para consolidar el control imperial, los políticos estadounidenses decidieron silenciar permanentemente a todos los disidentes civiles independientes iraquíes. Se dedicaron a financiar a clérigos chiíes y asesinos tribales sunníes y a contratar decenas de miles de mercenarios privados entre los señores de la guerra pesmergas kurdos para que perpetraran los asesinatos selectivos de los dirigentes de los movimientos de la sociedad civil.
EEUU creó y entrenó un ejército-títere colonial iraquí de 200.000 miembros, compuesto casi enteramente de pistoleros chiíes, excluyendo a los experimentados militares iraquíes con antecedentes laicos, sunníes o cristianos. Un resultado poco conocido de todos esos escuadrones de la muerte financiados y entrenados por EEUU y de su ejército-títere iraquí fue la destrucción virtual de la antigua población cristiana iraquí, que fue desplazada, sus iglesias bombardeadas y sus dirigentes, obispos e intelectuales, académicos y científicos asesinados o forzados al exilio.
Los asesores israelíes y estadounidenses eran bien conscientes de que los cristianos iraquíes habían jugado un papel clave en el desarrollo histórico de los movimientos laicos, nacionalistas antibritánicos y antimonárquicos y su eliminación como fuerza influyente en los primeros años de la ocupación estadounidense no fue algo accidental. El resultado de las políticas estadounidenses llevó a eliminar a los movimientos y a los dirigentes antiimperialistas más democráticos y laicos y a presentar a una red asesina de colaboradores “étnico-religiosos” como “socios” incontestables para sostener la presencia colonial estadounidense a largo plazo en Iraq. Con sus títeres en el poder, Iraq serviría como plataforma de lanzamiento para su búsqueda estratégica de otros “dominios” (Siria, Irán, las Repúblicas Centroasiáticas…).
La continuada purga sangrienta de Iraq bajo la ocupación estadounidense ha conseguido acabar con la vida de 1,3 millones de civiles iraquíes durante los primeros siete años de la invasión de Bush de 2003. Hasta mediados de 2009, la invasión y ocupación de Iraq le ha costado al tesoro estadounidense más de 666.000 millones de dólares. Este enorme gasto da fe de su carácter central en la más amplia estrategia imperial de EEUU en relación a todo el Oriente Medio y a la región del Sur y Centro de Asia.
La política de Washington de politizar y militarizar las diferencias étnico-religiosas, armando y fomentando la rivalidad de los líderes étnicos, religiosos y tribales para que estén siempre enzarzados en mutuas sangrías sirvió para destruir la resistencia y la unidad nacional. Las tácticas de “divide y vencerás” y la confianza en organizaciones religiosas y sociales retrógradas es la práctica más común y mejor conocida cuando se trata de conquistar y subyugar a un estado nacionalista avanzado y unificado. Romper un estado nacional, destruir la conciencia nacionalista y promover las primitivas lealtades regionales, feudales y étnico-religiosas requería de la sistemática destrucción de los principales proveedores de la conciencia nacionalista, de la memoria histórica y del pensamiento científico y laico. Al provocar los odios étnico-religiosos se destruyeron los matrimonios, las comunidades y las instituciones mixtas con sus perdurables lazos profesionales y amistades personales de orígenes diversos.
La eliminación física de académicos, escritores, profesores, intelectuales, científicos y profesionales, especialmente físicos, ingenieros, abogados, juristas y periodistas fue decisiva para imponer un gobierno étnico-religioso bajo una ocupación colonial. Para establecer el dominio a largo plazo y sostener a unos gobernantes clientelistas étnico-religiosos, todo el edificio cultural preexistente fue destruido físicamente por EEUU y sus marionetas iraquíes.
Esto supuso la destrucción de las bibliotecas, las oficinas del censo y los depósitos de todas las propiedades y archivos judiciales, los departamentos sanitarios, laboratorios, colegios, centros culturales, instalaciones médicas y, por encima de todo y al completo, las clases profesionales, los científicos sociales, los humanistas, los literatos... Cientos de miles de profesionales iraquíes junto con sus familias, fueron empujados mediante el terror al exilio interno y externo. Se cortó cualquier tipo de financiación destinada a las instituciones nacionales, seculares, científicas y educativas. Los escuadrones de la muerte se emplearon a fondo en el sistemático asesinato de miles de académicos y profesionales sospechosos de la menor disidencia, del menor sentimiento nacionalista; se eliminó a todo aquel que tuviera la mínima capacidad para colaborar en la reconstrucción de la república.
La destrucción de una moderna civilización árabe
El
Iraq laico e independiente tenía el más avanzado orden
científico-cultural del mundo árabe, a pesar de la naturaleza
represiva del estado policial de Saddam Hussein. Había un sistema
nacional de atención sanitaria, educación gratuita universal y
generosos servicios sociales, combinado todo ello con niveles de
igualdad de género sin precedentes. Esto marcó la avanzada
naturaleza de la civilización iraquí de finales del siglo XX.
La separación entre iglesia y estado y la protección estricta de las minorías religiosas (cristianos, asirios y otros) contrasta agudamente con lo que ha resultado de la ocupación estadounidense y su destrucción de las estructuras gubernamentales y civiles iraquíes. El duro gobierno dictatorial de Saddam Hussein presidía una muy desarrollada moderna civilización en la que el avanzado trabajo científico iba de la mano de una fuerte identidad nacionalista y anti-imperialista. Esto se notó especialmente en el pueblo iraquí y en las expresiones de solidaridad del régimen con la causa del pueblo palestino bajo el dominio y ocupación israelí.
Un mero “cambio de régimen” no podía extirpar esta profundamente incrustada y avanzada cultura laica republicana en Iraq. Los planificadores estadounidenses de la guerra y sus asesores israelíes eran bien conscientes de que la ocupación colonial aumentaría la conciencia nacionalista iraquí a menos que la secular nación fuera destruida y de ahí el imperativo imperial para arrancar y destruir a los portadores de la conciencia nacionalista, eliminando físicamente a los talentosos, a los científicos, a los elementos más laicos de la sociedad iraquí. El énfasis en todo lo retrogrado se convirtió en el principal instrumento para que EEUU impusiera en el poder a sus títeres coloniales, con sus primitivas y “pre-nacionales” lealtades, en un Bagdad culturalmente purgado y desnudado de sus estratos sociales más sofisticados y nacionalistas.
Según el Centro de Estudios Al Ahram de El Cairo, durante los primeros dieciocho meses de la ocupación estadounidense, 310 científicos iraquíes fueron asesinados, una cifra que el ministerio de educación iraquí no discute.
Otro informe recogía un listado con más de 340 intelectuales y científicos asesinados entre 2005 y 2007. Las bombas colocadas en los institutos de educación superior habían hecho bajar la tasa de matrículas un 30% respecto a las cifras anteriores a la invasión. En una bomba colocada en enero de 2007 en la Universidad Mustansiriya de Bagdad, 70 estudiantes fueron asesinados y cientos de ellos resultaron heridos. Esas cifras obligaron a la UNESCO advertir que el sistema universitario iraquí estaba al borde del colapso. Las cifras de importantes profesionales y científicos iraquíes que habían escapado del país rondaban los 20.000. Los Angeles Times informó que en octubre de 2008, de los 6.700 profesionales universitarios iraquíes que tuvieron que huir a partir de 2003, sólo 150 habían regresado. A pesar de las proclamas de EEUU de que ha mejorado la seguridad, la situación en 2008 contempló numerosos asesinatos, incluyendo el del único neurocirujano que quedaba en la segunda mayor ciudad iraquí, Basora, cuyo cuerpo fue arrojado a las calles de la ciudad.
Los datos no procesados de los académicos, científicos y profesionales iraquíes asesinados por EEUU y las fuerzas ocupantes alidadas y las milicias, así como de las fuerzas en la sombra controladas por ellas, se reflejaron en una lista publicada por el Pakistan Daily News (www.daily.pk) el 26 de noviembre de 2008. Esta lista levanta ampollas acerca de la realidad de la sistemática eliminación de intelectuales en Iraq bajo la trituradora de la ocupación estadounidense.
Asesinatos
La
eliminación física de un individuo mediante el asesinato es una
forma extrema de terrorismo, que tiene un efecto dominó de largo
alcance a través de la comunidad de la que procede la persona, en
este caso el mundo de los líderes intelectuales, académicos,
profesionales y creativos de las artes y las ciencias. Por cada
intelectual iraquí asesinado, miles de educados iraquíes escapaban
del país o abandonaban su trabajo en búsqueda de una actividad más
segura, menos vulnerable.
Bagdad era considerada el “París” del mundo árabe en términos culturales y artísticos, científicos y educativos. En la década de los setenta y los ochenta, sus universidades eran la envidia del mundo árabe. La campaña de “conmoción y pavor” de EEUU que arrasó Bagdad, evocó emociones similares a las del bombardeo aéreo del Louvre, la Sorbona y las bibliotecas más importantes de Europa. La Universidad de Bagdad era una de las universidades más prestigiosas y productivas del mundo árabe. Incluso bajo el letal colapso producido por las sanciones económicas impuestas por EEUU y Naciones Unidas, que aniquilaron a Iraq durante los trece años anteriores a la invasión de 2003, miles de estudiantes licenciados y de jóvenes profesionales llegaban a Iraq buscando formación especializada.
Jóvenes médicos de todo el mundo árabe recibían formación médica avanzada en sus instituciones. Muchos de sus académicos presentaban documentación científica en las conferencias internacionales más importantes y publicaban en revistas de prestigio. Y lo que es más importante, la Universidad de Bagdad formaba y mantenía una cultura laica científica altamente respetada y libre de discriminación sectaria, con académicos de todos los orígenes religiosos y étnicos.
Ese mundo fue para siempre destrozado: Bajo la ocupación estadounidense, hasta noviembre de 2008, han sido asesinados 83 académicos e investigadores que enseñaban en la Universidad de Bagdad, haciendo que varios miles de colegas suyos, sus familias y estudiantes se vieran obligados a huir.
La selección de académicos asesinados por disciplinas
El
artículo publicado en noviembre por el Pakistan Daily News
ofrecía un listado de un total de 154 importantes académicos de
Bagdad, famosos en su especialidad, que habían sido asesinados.
Además, un total de 281 bien conocidos intelectuales que enseñaban
en las mejores universidades de Iraq cayeron víctimas de los
“escuadrones de la muerte” bajo la ocupación estadounidense.
En
las otras tres universidades de Bagdad fueron asesinados 53
importantes académicos, entre ellos, 10 que pertenecían al campo de
las ciencias sociales, 7 a la facultad de derecho, 6 a medicina, 6 a
humanidades, 9 a ciencias físicas y 5 a las ingenierías. El 20 de
agosto de 2002, el Secretario de Defensa Donald Rumsfeld bromeaba
antes de la invasión: “… Uno tiene que asumir que ellos (los
científicos) no han estado jugando a las canicas” (justificando la
sangrienta purga de científicos en ciencias físicas y químicas).
Una ominosa señal de la sangría de académicos que iba a seguir a
la invasión.
En todas las universidades situadas en el resto de las provincias se perpetraron purgas sangrientas similares de académicos: 127 catedráticos y científicos fueron asesinados en las diversas y bien consideradas universidades de Mosul, Kirkuk, Basora y otros lugares. Las universidades ubicadas en otras provincias con la cifra más alta de profesores y catedráticos asesinados estaban en las ciudades en que los ejércitos británico y estadounidense y sus aliados y mercenarios kurdos fueron más activos: Basora (35), Mosul (35), Diyala (15) y Al-Anbar (11).
El
ejército iraquí y sus aliados de los escuadrones de la muerte
perpetraron la mayoría de los asesinatos de académicos en las
ciudades que estaban bajo control estadounidense o “aliado”. El
asesinato sistemático de académicos se llevó a cabo por toda la
nación, en todas las disciplinas a fin de destruir los cimientos
educativos y culturales de una civilización árabe moderna. Los
escuadrones de la muerte que cometieron la mayoría de los asesinatos
eran grupos étnico-religiosos primitivos, premodernos “actuando
por sí mismos” o instrumentalizados por los estrategas del
ejército estadounidense para eliminar a cualquier intelectual
consciente políticamente o a cualquier científico nacionalista que
pudiera empeñarse en una agenda de reconstrucción de una sociedad
laica moderna y una república unificada e independiente.
En su pánico para impedir la invasión estadounidense, el Directorado Nacional de Control Iraquí presentó el 7 de diciembre de 2002 ante las Naciones Unidas, una lista que identificaba a 500 científicos importantes iraquíes. No hay prácticamente duda alguna de que esa lista se convirtió para el ejército estadounidense en un elemento central a la hora de confeccionar la lista de personas a eliminar entre la elite científica iraquí. En su infame discurso anterior a la invasión ante las Naciones Unidas, el Secretario de Estado Colin Powell citó una lista de 3.500 científicos y técnicos iraquíes a quienes habría que “contener” para impedir que su sabiduría fuera utilizada por otros países.
EEUU había incluso creado un “presupuesto” de cientos de millones de dólares, sacado del dinero iraquí del programa “Petróleo por Alimentos” de Naciones Unidas a fin de establecer programas de “reeducación civil” para volver a entrenar a los ingenieros y científicos iraquíes. Estos tan aireados programas nunca se llevaron a cabo. Formas más baratas de contener lo que un experto en política estadounidense denominó como el “exceso de científicos, ingenieros y técnicos” de Iraq aparecen claramente en un documento del Carnegie Endowment (actualización de la política RANSAC, abril de 2004). EEUU había decidido adoptar y ampliar, a escala industrial, la operación secreta del Mossad israelí para asesinar a los científicos iraquíes más importantes.
Las campañas estadounidenses de “Incremento” y “Asesinatos Máximos” (2006-2007)
El
momento terrorista más algido contra los académicos coincide con la
renovación de la ofensiva del ejército estadounidense en Bagdad y
en las provincias. De la cifra total de académicos asesinados en
Bagdad hay recogidas unas fechas (110 intelectuales famosos
asesinados), casi el 80% (87) se produjeron en 2006 y 2007. Una pauta
similar se siguió en las provincias, perpetrándose en esa época el
77% de un total de 84 académicos asesinados fuera de la capital
durante el mismo período. La pauta está clara: la proporción de
asesinatos de académicos crece cuando las fuerzas ocupantes
estadounidenses organizan un ejército iraquí de mercenarios y
fuerza policial, y proporcionan dinero para el entrenamiento y
reclutamiento de miembros de tribus y milicias rivales chiíes y
sunníes como medio de reducir las bajas estadounidenses y de purgar
a los potenciales críticos disidentes de la ocupación.
La campaña de terror contra los académicos se intensificó a mediados de 2005 y alcanzó su pico en 2006-2007, provocando la fuga masiva de decenas de miles de profesionales, científicos, académicos iraquíes y de sus familias al extranjero. Facultades universitarias enteras se han convertido en refugiados de Siria y otros países. Aquellos que no pudieron permitirse abandonar a sus ancianos padres o parientes y permanecieron en Iraq, tuvieron que adoptar medidas extraordinarias para ocultar su identidad. Algunos eligieron colaborar con las fuerzas ocupantes o con el régimen-títere esperando que les protegieran o permitieran inmigrar con sus familias a EEUU o Europa, aunque los europeos, especialmente los británicos, no se sienten muy inclinados a aceptar a académicos iraquíes.
Después de 2008, se produjo un agudo descenso en el asesinato de académicos, con sólo 4 asesinados ese año. Esto refleja la huida masiva de intelectuales iraquíes hacia el extranjero o que tuvieron que esconderse antes que confiar en ningún cambio de política por parte de EEUU y sus títeres mercenarios. Como consecuencia, las instalaciones dedicadas a la investigación en Iraq se han visto diezmadas. Las vidas de los integrantes de los equipos de apoyo que aún permanecen, incluidos técnicos, bibliotecarios y estudiantes se han visto devastadas, con muy escasas perspectivas de poder conseguir un empleo en el futuro.
La guerra y ocupación de Iraq por EEUU, como los Presidentes Bush y Obama han declarado, es un “éxito”: una nación independiente de 23 millones de ciudadanos ha sido ocupada por la fuerza, colocándose en ella un régimen-títere, con tropas mercenarias coloniales que prestan obediencia a los oficiales estadounidenses y campos petrolíferos puestos en venta. Todas las leyes nacionalistas de Iraq que protegían su patrimonio, sus tesoros culturales y sus recursos naturales han sido anuladas. Los ocupantes han impuesto una “constitución” que favorece al Imperio estadounidense. Israel y sus lacayos sionistas en las administraciones tanto de Bush como de Obama celebran la desaparición de un adversario moderno… y la conversión de Iraq en un desierto político-cultural.
En línea con un supuesto contrato efectuado entre el Departamento de Estado de EEUU y los oficiales del Pentágono con coleccionistas influyentes del Consejo Americano para la Política Cultural en 2003, los saqueados tesoros de la antigua Mesopotamia han “encontrado” un camino en las colecciones de las elites de Londres, Nueva York y muchos más lugares. Los coleccionistas pueden ahora también anticiparse al pillaje en Irán.
Advirtiendo a Irán
Esa
misma elite se encuentra ahora en miserables campos de refugiados en
Siria y en Jordania y su país se parece más a Afganistán que
ningún otro lugar del Oriente Medio. Se ha cumplido la escalofriante
promesa de Bush de abril de 2003 de transformar Iraq en la imagen de
“nuestro recién liberado Afganistán”. Y los informes de que los
asesores de la administración estadounidense habrían revisado la
política del Mossad israelí de asesinatos selectivos de científicos
iraníes, debería hacer que los intelectuales liberales
pro-Occidente de Teherán ponderen seriamente la lección de la
campaña asesina que sobre todo en 2006-2007 eliminó prácticamente
a todos los científicos y académicos iraquíes.
Conclusión
¿Qué
es lo que ganan EEUU (y Gran Bretaña e Israel) al establecer un
régimen clientelista retrogrado en Iraq basado en estructuras
socio-políticas étnico-religiosas medievales? Primero y principal,
Iraq se ha convertido en un puesto de avanzada para el imperio. En
segundo lugar, es un régimen débil y atrasado incapaz de desafiar
el dominio militar y económico israelí en la región e incapaz de
cuestionar la continuada limpieza étnica de los nativos palestinos
árabes de Jerusalén, Cisjordania y Gaza. En tercer lugar, la
destrucción de los cimientos legales, culturales, científicos y
académicos de un estado independiente supone incrementar su
dependencia de las corporaciones multinacionales occidentales (y
chinas) y su infraestructura técnica, facilitando así la
penetración y explotación económica imperial.
A mediados del siglo XIX, tras la revolución de 1848, el conservador sociólogo francés Emil Durkheim reconoció que la burguesía europea se veía enfrentada por un creciente conflicto de clases y una clase trabajadora cada vez más anticapitalista. Durkheim señalaba que, cualquiera que fueran sus recelos filosóficos sobre religión y clericalismo, la burguesía tendría que usar los mitos de la religión tradicional para “crear” cohesión social y rebajar la polarización de clases. Hizo un llamamiento a la educada y sofisticada clase capitalista parisina para que superara su rechaza del obscurantista dogma religioso a favor de instrumentalizar la religión como herramienta para poder mantener su dominio político.
De la misma forma, los estrategas estadounidenses, incluidos los sionistas en el Pentágono, han instrumentalizado a las fuerzas étnico-religiosas, tribales y mullahs para destruir el liderazgo político nacional laico y la avanzada cultura de Iraq para consolidar su dominio imperial, aunque esa estrategia exigiera la matanza de las clases científicas y profesionales. El dominio imperial contemporáneo estadounidense se basa en apoyar a los sectores más atrasados social y políticamente de una sociedad y aplicar la tecnología bélica más avanzada.
Los asesores israelíes han jugado un papel importante a la hora de instruir a las fuerzas ocupantes en Iraq en las prácticas de la contrainsurgencia urbana y represión de civiles, basándose en sus sesenta años de experiencia. La infame masacre en 1948 de cientos de familias palestinas en Deir Yasin fue emblemática de la eliminación sionista de cientos de pueblos agrícolas productivos, que habían sido poblados durante siglos por un pueblo nativo con su civilización endógena y vínculos culturales con el suelo, a fin de imponer un nuevo orden colonial. La política de aniquilación total de los palestinos es un elemento base en el asesoramiento de Israel a los políticos en Iraq. Su mensaje ha sido traslado por sus acólitos sionistas presentes en las administraciones Bush y Obama, ordenando el desmembramiento de toda la burocracia estatal y civil moderna iraquí y utilizando los premodernos escuadrones de la muerte tribales compuestos de extremistas chiíes y kurdos para purgar las modernas universidades e instituciones de investigación de esa masacrada nación.
La conquista imperial estadounidense de Iraq se construye a partir de la destrucción de una república laica moderna. El desierto cultural que queda (un “páramo” empapado de la sangre de los preciados sabios iraquíes) es controlado por mega-estafadores, chorizos y mercenarios que se hacen pasar por “autoridades iraquíes”, analfabetos culturales étnicos y tribales y personajes religiosos medievales que actúan bajo la guía y dirección de los graduados de West Point que llevan los “planos del imperio” formulados por los licenciados de Princeton, Harvard, Johns Hopkins, Yale y Chicago, ansiosos de servir a los intereses de las corporaciones multinacionales europeas y estadounidenses.
Eso se denomina “desarrollo desigual y combinado”: El matrimonio de los mullahs fundamentalistas con los sionistas de la Ivy League [1] al servicio de los Estados Unidos.
James Petras
Profesor
emérito de Sociología en la Universidad Binghamton de Nueva York.
Último libro publicado: The
Arab Revolt and the Imperialist Counter Attack (La revuelta
árabe y el contra ataque imperialista), ediciones
Clarity Press, 2011.