Me dijeron que la artista decidió irse un martes. Yo lo supe el jueves por la tarde y la noticia me envolvió en un oleaje de recuerdos. Aún me resisto a creerlo. Su partida me dejó desconcertada. Generó su viaje comentarios, silencios. En mí, interrogantes, dudas, lágrimas e inevitablemente a pensar en la vida y en la muerte. Admitir que todo principio tiene un final y que nunca queremos saber de él. Mientras más pienso en las últimas conversaciones con ella más difícil es admitir una partida tan precipitada, tan violenta, tan repentina que se hace confuso el motivo cuando más feliz la vi, cuando la segunda etapa de su pintura era más vibrante con la nueva firma que había adoptado.
Mis
evocaciones me llevan a la primera juventud y la recuerdo estudiando
medicina y pintando. En esa lucha de ocupación ganaron el lienzo y
el pincel. Ella que tenía un culto por la vida, los viajes, los
colores, la piedra y el barro así que no podía asociársela con
tragedia. Eran sus tiempos de colores hermosos, palpitantes,
enérgicos de líneas bien tratadas, de hacer y recrear su trópico.
Su culto era por el espíritu del color, de la forma. El pintar y
esculpir. De aliento aventurero para cambiar espacio sin darle a la
aventura la exclusividad de marchitarla, en medio de sus miedos,
salía a flote con el arte.
El
arte es tan cruel como Dios porque es capaz de matar; entiendo
que esa muerte concluye con la obra terminada y continua la vida con
la obra que se inicia. Así era la artista, un constante y diario
morir y renacer. Ella moria y resucitaba con los colores. Se
abandonaba por horas en su trabajo pictórico o escultórico y
renacía en los colores vibrantes y brillantes. En ese rito celebrado
cada día le servía para evitar la muerte o retardarla. La envolvían
dolores, tristezas, abandonos. Una mezcolanza de pasados e historias
familiares y que todas en su conjunto exorcizaba al crear.
Sentimientos por el padre, la madre y las hermanas no creo fueran
motivos de suceso alguno para quien tenía unas manos creadoras y un
alma diáfana e inocente. La conocí y sé que no estaba relacionada
con la noche sino con el sol.
Tras haber sufrido una serie de pruebas, de desamor y abandonos iba redescubriendo su capacidad creadora y tal vez el desencanto de los días que se la tragaban si dejar huella. No había surcos en su rostro, no había plata en su cabeza. No la aquejaba dolencia alguna. La belleza no cedía. ¿Por qué se fue la artista?
La
recuerdo en muchas cosas. Está aquí muy cerca con los cuadros que
me dejó, un maletín viejo de pintor, una paleta. Releo una de sus
cartas escrita en una de sus huidas para pintar pegada al mar. Los
Hicacos, su playa favorita. Allí sentía el poder de la soledad,
cumplía su ritual con la naturaleza y trascendía en el lienzo,
aunque se sintiese huérfana, desamparada y desamada. Tenía un
interés selectivo por la naturaleza por eso vemos en sus lienzos
montañas, mares, cocos, geranios, árboles, plátanos, riqui riqui,
cebollas, piñas. La ruta entre la naturaleza y sus cuadros la
transitaba con los pinceles. Experimentó también con varias
técnicas y pintó algo de abstracto, pero decía que su inclinación
era por lo figurativo. Deslumbró a su profesor en Pietrasanta, en la
costa norte de la Toscana en la provincia de Lucca, en Italia, cuando
hizo su primera escultura en mármol. Se dió licencias para amar y
no fue amada. Sus hombres no estuvieron a la altura de conocerla. Sus
intentos no tuvieron la recompensa del amor que buscaba. El amor,
fuerza permanente de la vida sólo se la dió el arte. El amor
destinado a la cosecha se le escapó la primera vez y el fruto fue
escaso. Su fertilidad estaba en sus manos. No hubo más estaciones
para cosechar. El amor desertaba aunque la artista lo buscaba.
Me
dijo, un mes antes de su partida, que era feliz. No que se sentía
feliz sino que lo era y me mostró su obra reciente, la casa
compartida con su actual compañero, mientras me comentaba su nuevo
motivo para el dibujo: los caballos ocupaban ahora su interés.
La
artista era emoción y cuerpo. Tal vez su fragilidad la llevó a
la decisión última. Las emociones complejas y contradictorias sobre
la vida y la muerte no eran tema de conversación para ella. Nunca le
escuché manifestar la creencia de liberación por la muerte, temores
o miedo por la vejez. No supe de sus inquietudes y fuerzas emotivas
ante el dilema de vivir o morir. Sus apasionadas conversaciones
conmigo eran sobre pintores, viajes y sus penas personales que no se
resolvían con el aniquilamiento. En lo profundo de su naturaleza,
estaba su impulso creador que yo traducía como su deseo de vivir.
El acto privado de su muerte, lejos de sus parientes, de quienes la amábamos se transformó en un hecho público. Ese duelo lo cargamos, esa pena duele, el nexo del afecto no ha sido roto.
Caracas,
06 de febrero 2016
Yury
Weky Silva
Premio
Accesit (en ensayo) El Nacional 1968
Autora
de:
La
Revolución es un camino sin tregua (2003)
Por
los Caminos (2005)
Caminos
de Revolución (2007)
Coautora:
El
Socialismo en el siglo XXI (2006)
Pedro
el Insustituible (2008)
Registrados
en el Sapi por publicar:
Mujer
dispara por la vida
Desde
el Sol de Maturín
Voces
de ausencia