Por Daniela Saidman: El Chino nos convoca a ser mejores
Enviado por Barometro
Internacional el jueves, 01 octubre, 2015 a las 1:28
** La obra poética de este escritor trujillano da
testimonio de la coherencia ideológica y vital de un hombre que supo
del compromiso y la entrega con lo más libre y justo que habita a
los hombres.
Aún
debe andar preguntándose cómo camina una mujer después de haber
hecho el amor. Y con esa interrogante amanecemos de bala, como él,
pero también de nubes y de sueños. Víctor Valera Mora, el Chino,
nació en Trujillo el 25 de septiembre de 1935. De su infancia se
sabe poco. Pero no es difícil imaginarlo contemplando el cielo y
volando papagayos, corriendo libre a través del verdor,
conmoviéndose con el color y el tacto de las flores, tal vez de allí
le vienen el sentir de las gentes y sus llantos, sus risas y
esperanzas.
Estudió
el bachillerato en San Juan de los Morros, en el estado Guárico, y
cuentan que precisamente en esos años empezó a delinear sus versos
mientras leía poesía de los llanos venezolanos, escuchaba galerones
y conocía poetas allende el mar.
En
Caracas estudió sociología en la Universidad Central de Venezuela.
Trabajó en la Universidad de Los Andes, en el antiguo Conac y en la
biblioteca ambulante de los Ovalles, conocida como La gran
papelería del mundo.
De
la poesía que sabe decirnos
Fue
miembro del Partido Comunista cuando aún no cumplía veinte años y
por rebelde fue encarcelado a finales de 1957, durante las
manifestaciones contra la dictadura de Marcos Pérez Jiménez.
Durante esos años el Chino fue un desenfrenado lector. En los años
siguientes Venezuela vivió tiempos turbulentos, signados por la
violencia ejercida desde el Estado. Levantamientos militares e
insurrecciones estudiantiles y políticas, marcadas en la memoria por
el Carupanazo y el Porteñazo.
La
poesía del Chino siempre llevó en sus alforjas el sabor y el canto
del Pueblo, por eso supo hacer nacer los versos que cantando y
diciendo nos encuentran.
Acompañado
de los escritores Luis Camilo Guevara, Mario Abreu, Pepe Barroeta y
Caupolicán Ovalles, entre otros, Valera Mora fue miembro destacado
de la Pandilla de Lautréamont, un grupo que proclamaba la necesidad
de la poesía para todos.
En
1961 publicó La canción del soldado justo, un trabajo poético que
enarboló las esperanzas y sueños revolucionarios de esa década.
Luego, vinieron Amanecí de bala (1971) y Con un pie en el estribo
(1972). Precisamente por su segundo libro fue catalogado de
subversivo por un general de la Dirección de Inteligencia Militar
(DIM). El Chino no esperó la condena, ni la desaparición forzosa.
Partió rumbo a Roma gracias a una beca. En la capital italiana
escribió sus 70 poemas estalinistas, el último de sus libros
publicado en vida, que le valió un premio en 1980.
El
Chino Valera falleció el 30 de abril de 1984. Dicen que fue un
mediodía acostado en su cama cuando le falló el corazón. Lo
enterraron un 1 de mayo, como celebrando un oficio que con versos
supo edificar la vida. Luego de su muerte fue editado el libro Del
ridículo arte de componer poesía, donde se recoge su producción
poética entre 1979 y 1984.
El
Chino en versos
Probablemente
no haya un poeta tan coherente entre sus versos y pensares. Vivió
con la plenitud de los quijotes, sabiendo cómo se conquista el
viento. El Chino fue de la generación de los 60, de esa que encontró
al país entre los que se animaron a conquistar el cielo y los que se
doblegaron. Él siempre supo estar del lado de la orilla en la que
viven los que sueñan el mundo y se juegan la vida y como él,
también la palabra.
Todo
en su poesía tiene de amor, de tacto, de lucha y entrega. Aunque
quisieron silenciarlo sus versos siguen incendiando la calma, son
llama viva que ilumina el futuro que aún está por venir.
Earle
Herrera, ese otro poeta y periodista, dice en el prólogo de la
edición de Obras completas de Víctor Valera Mora, publicado por el
Fondo Editorial Fundarte, en tercera edición en 2012, que “no hay
artificio, no hay postura, no hay acomodo a una época o a una moda.
El lector sabe y siente que lo que escribe el poeta, le sale de
adentro, de lo más hondo”. Y esa hondura de la palabra del Chino
Valera Mora, esa hechura humana capaz de trascender el papel, esa
poética del compromiso que también sabe reír, es la que nos
convoca siempre a ser mejores.
Tiempo
de perros
VII
Por
Víctor Valera Mora
“Os
doy mi voz erguida
mi
sangre de regreso hacia tu edad primera.
Juventud
siempre antigua, recomenzada toda,
agonía,
irreductible fusil de barricada.
El
tiempo pide corazones enarbolados.
¡Uníos!
¡Uníos, fuertes picapedreros!
Implacable
tormenta de puños
y
metálicas lunas sea la marcha,
porque
esta tierra es un río de rodillas,
hay
que levantarlo.
Y
yo, os aseguro,
la
muerte de los lobos será de madrugada”.
(Del
libro Canción del Soldado Justo. 1961)
Nuestro
oficio (fragmento)
Por
Víctor Valera Mora
“Podemos
caer abatidos
por
las balas más crueles
y
siempre tenemos sucesor:
el
niño que estremece las hambres consteladas
agitando
feroz su primer verso.
O
el otro, el de la disyuntiva,
que
no sabe si hacerse flechero de nubes
o
escudero del viento.
Jamás
la canción tuvo punto final.
Siempre
deja una brecha, una rendija,
algo
así, como un hilito que sale,
donde
el poema venidero pueda
ir
halando, ir halando, ir halando,
halando
hasta el mañana.
Nosotros
los poetas del pueblo,
cantamos
por mil años y más...”.
(Del
poemario Canción del soldado justo. 1961)
dsaidman@gmail.com