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sábado, 11 de agosto de 2018

Resistencia ante la eliminación







Mirla Margarita Pérez / Efecto cocuyo
11 de agosto de 2018

Es inevitable no pensar en la muerte que genera un régimen que quiere imponerse, a como de lugar, sobre toda una sociedad. Eliminar, para los sistemas totalitarios, es matar con gran sufrimiento, infringir el mayor daño posible hasta desaparecernos como sociedad, incluso, como cultura. Una experiencia tan cruel no la habíamos tenido en nuestro país.

Hoy, después de 18 años de un sistema que está pasando de la eliminación individual al exterminio, deja a su paso un dolor extremo en quienes vivimos en este país. Sin el totalitarismo no hubiera sido posible la experiencia histórica del mal, para decirlo junto a Arendt. Ahora bien, el mal va aconteciendo de a poco, su misión es crecer, expandirse a expensas de las culturas que se propone eliminar.

En un primer momento estos sistemas totalitarios se valen de gobiernos despóticos, de las dictaduras, de las tiranías, pero deben avanzar en la imposición más absoluta. Inicialmente se quedan en el terreno de lo público, de la política, de la organización social hasta intentar meterse en la vida privada, la conciencia y el sentido de la vida de los distintos sujetos.

El paso de la tiranía al totalitarismo implica posiciones extremas, radicales, una de ellas es la animalización o destrucción de los referentes afectivos y culturales. El paso de la tiranía al totalitarismo implica posiciones extremas, radicales, una de ellas es la animalización o destrucción de los referentes afectivos y culturales. Es necesario hacer que el otro sea totalmente vulnerable para dominarlo. En una cultura relacional, como la venezolana, el aislamiento es uno de estos mecanismos imprescindibles, el sistema tiene que romper la trama y así someter la afectividad convivencial.

En Venezuela este camino ya está señalado por el régimen totalitario, entendió que debe meterse en las estructuras más fundamentales para despojar a las personas del sentido fundamental de la vida y erigirse como el gran referente. ¿Es esto posible?

En nuestro país pareciera que estamos cerrando una primera fase en la dominación, la que va del despotismo al totalitarismo, de las formas al fundamento, de la eliminación al exterminio. La buena noticia es que todavía no la hemos cerrado porque “todavía existe una oposición política”, por un lado, y por el otro: el sistema de vigilancia no ha llegado al supremo grado de maduración. Arendt, en Los orígenes del totalitarismo, hace una importante descripción de ese momento: “Durante esta fase es cuando, para aquel que resulte tener «pensamientos peligrosos», un vecino se convierte en un enemigo más mortal que los agentes policíacos oficialmente designados. El final de la primera fase llega con la liquidación de la resistencia abierta y la secreta en cualquier forma organizada”.

No haber cerrado la primera fase de dominación es esperanzador, todavía el régimen no ha logrado el dominio absoluto de la población. Los mecanismos de control sobre sus adeptos no generan la fidelidad que los lleve a un sapeo de los más cercanos en las comunidades populares. Todavía necesitan un quiebre mayor de la estructura relacional afectiva del venezolano. ¿A qué costo?

En este tipo de regímenes es necesario tener bien diferenciados a los sujetos, sus sistemas de vida y racionalidad. Una cosa es el intento del régimen y otra, los logros en los sujetos que buscan ser dominados. Una de las cosas con las que tienen que lidiar los sistemas totalitarios es con la inseguridad del poder, pueden ser o no derrotados, pero su realización está en haber podido proyectar el camino con independencia del resultado final, lo importante es someter, eliminar, quebrar los sistemas relacionales y la voluntad de la persona. Han puesto en peligro el modo mismo del convivir venezolano y eso es muy peligroso.

Este es uno de los caminos que transitamos en Venezuela, en la voz de una petareña escuchamos: “…aparte de eso que tenemos que subí en esas perreras [con énfasis y tono de desprecio], que yo subí en una de esas perrera y me caí…” El problema del transporte no es un “simple error” o falla técnica por no haberlo previsto. No. Es la puesta en marcha de un sistema de animalización, de eliminación de toda dignidad.

Tenemos muchas señales totalitarias en nuestro país y eso es muy importante reconocerlo porque permitirá organizar estrategias políticas que impidan su estabilización.
Otro de los elementos que señalan el tránsito del despotismo al totalitarismo es la policía: “La tarea de la policía totalitaria no consiste en descubrir delitos, sino en hallarse disponible cuando el Gobierno decide detener a cierto sector de la población…” Su finalidad es la represión y eliminación de la libertad de las personas que se atreven a pensar distinto. Con razón vemos que en las comunidades hay una carencia casi absoluta de cuerpos de seguridad que regulen la delincuencia. Es fácil escuchar de parte del vecino: “Estamos secuestrados por los malandros…”

Desde los signos históricos va quedando claro que en Venezuela tenemos una tiranía totalitaria en camino a la dominación absoluta, todavía no logra imponerse como único modelo. La relación convivial es uno de los principales enemigos de este sistema, quebrar la voluntad centrada en la relación afectiva es una tarea difícil, pero lo están intentando.

Si el régimen ha logrado identificar el punto de quiebre, ¿por qué no hemos tenido una oposición que encauce la relación popular hacia el restablecimiento de la relación amenazada? ¿Podemos pensar en un modo de hacer política que busque el restablecimiento de la trama? El tiempo que invirtamos en la relación será tiempo ganado para la lucha contra un sistema que busca imponerse. Resistir y avanzar.




@MIRLAMARGARITA

Por Mirla Margarita Pérez:


DOCTORA EN CIENCIAS SOCIALES Y LICENCIADA EN TRABAJO SOCIAL. PROFESORA TITULAR DE LA UNIVERSIDAD CENTRAL DE VENEZUELA. INVESTIGADORA EN ANTROPOLOGÍA CULTURAL DEL PUEBLO VENEZOLANO Y SOBRE EL FENÓMENO DE LA VIOLENCIA EN VENEZUELA.