Por Sergio Rodríguez Gelfenstein: Quiénes son los terroristas!
Enviado por Barometro
Internacional el domingo, 29 noviembre, 2015 a las 16:29
El
terrorismo es la acción política violenta que puede ser usada por
el gobierno o por la oposición a éste. Paradójicamente el concepto
surgió para caracterizar la política de terror durante la
Revolución Francesa, es decir que su nacimiento está asociado al
poder y a la aplicación del mismo por la burguesía contra sus
oponentes. Rápidamente el mismo se asoció con cualquier
sistema de opresión violenta basada en el miedo.
El
terrorismo de Estado consiste en la aplicación sistemática de la
violencia por parte del aparato estatal a fin de amedrentar a los
opositores, afectando en algunas ocasiones a la mayoría de la
población como ocurrió en la América Latina de los años 70 y 80
del siglo pasado. Pero el terrorismo de Estado puede tener una
proyección externa cuando las acciones violentas se ejercen en otros
países, vulnerando el soporte jurídico que ofrece el Derecho
Internacional para las relaciones pacíficas entre naciones.
Desde
el punto de vista ético, la práctica del terrorismo plantea el
dilema entre los fines y los medios, expuesto por Albert Camus en su
obra “Los Justos” cuestionando a aquellos que colocan su causa
por encima de los preceptos morales. Eso es lo que hoy ha permitido a
Estados Unidos, -en el caso de Siria- afirmar que hay “terroristas
buenos y malos”, toda vez que los primeros sirven a sus propósitos
de derrocar al gobierno legítimo de ese país. Es la misma
concepción que llevaba a la potencia imperial a caracterizar a
la Contra nicaragüense como luchadores por la libertad, así como
proteger en su territorio a Luis Posada Carriles, Orlando Bosch,
Félix Rodríguez y otros terroristas confesos de cometer crímenes
de lesa humanidad.
Esto
es mucho más que un mero debate académico, si se considera que las
sociedades exigen respuestas frente a estas tenebrosas actuaciones
sobre las que la Organización de Naciones Unidas ni siquiera posee
una definición aceptada por todos. Tal vaguedad conceptual es la que
permite cometer atrocidades en nombre de “la libertad y la
democracia”, estas si delimitadas axiomáticamente por las
potencias globales a fin de actuar impunemente en cualquier rincón
del planeta. De esa manera, se caracteriza como terrorista la
respuesta del pueblo palestino a la brutal represión del Estado de
Israel, de la misma manera que hicieron con los luchadores anti
apartheid de Sudáfrica. Cabe recordar que el propio Nelson Mandela
fue considerado como terrorista por Estados Unidos hasta el año
2008, 18 años después de salir de prisión y 14 de ser elegido
presidente de su país. En un sin sentido propio de las imposiciones
imperiales, Mandela ejerció todo su período presidencial siendo
considerado como terrorista por la mayor potencia mundial. Si nos
atenemos a esto, Mandela sólo vivió los últimos cinco años de su
vida, sin ser calificado como tal. Algún despistado diría que
antecedió a Barack Obama como el primer terrorista que ganó el
Premio Nobel de la Paz.
Si
aceptamos que el terrorismo es conceptualmente el sacrificio
deliberado de víctimas inocentes, así como la transgresión
de derechos superiores a los que se dicen defender y la vulneración
de valores o su imposición por la fuerza, no nos queda más que
afirmar que los mayores terroristas del planeta son los gobiernos de
Estados Unidos y los países de la OTAN. Ello, no sólo por su
actuación directa, sino también por su participación inmediata en
la construcción de organizaciones terroristas a lo largo del mundo,
las que lo están sembrando de violencia, miedo, persecución hasta
llegar a niveles de deshumanización tales que deja disminuido hasta
al régimen nazi, caracterizado como el peor horror del planeta
durante el siglo XX.
En
reciente vista a Kenia, el papa Francisco apuntó que “La
experiencia demuestra que la violencia, los conflictos y el
terrorismo que se alimenta del miedo, la desconfianza y la
desesperación nacen de la pobreza y la frustración. En última
instancia, la lucha contra estos enemigos de la paz y la prosperidad
debe ser llevada a cabo por hombres y mujeres que creen en ella sin
temor, y dan testimonio creíble de los grandes valores espirituales
y políticos que inspiraron el nacimiento de la nación”. En estas
palabras, el máximo representante de la iglesia católica pone el
énfasis en la búsqueda de las causas del terrorismo y las ubica en
“la pobreza y la frustración”. Si acogemos esta prédica,
lamentablemente tendremos que aceptar que va a ser difícil eliminar
este flagelo si no se suprimen los móviles que le dan origen. En esa
medida, la pobreza, un engendro mucho peor que el terrorismo porque
ocasiona más muertos y pesares a la humanidad, no va a tener
solución en los marcos del capitalismo que intrínsecamente es
depredador, marginador y excluyente.
Digo
esto porque la única respuesta (necesaria a estas alturas) que se ha
escuchado de parte de los mandatarios que dirigen las operaciones
anti terroristas es la acción bélica, las cuales, incluso
cuando son efectivas, -como lo demuestran las llevadas a cabo en
conjunto por el ejército sirio y la aviación rusa- y llegaran a
obtener un éxito contundente, así como la supresión de los grupos
terroristas que hoy operan en Siria e Irak, no darán solución
definitiva al problema.
La
ola de terror en el Medio Oriente, que también ha afectado a Estados
Unidos, Rusia, China y Europa, fue iniciada a partir de la creación,
financiamiento, dotación de armas y adiestramiento de los talibanes
y con ellos de Al Qaeda por parte de la CIA en Afganistán en los
años 80 del siglo pasado. Sin embargo, cobró fuerza a partir de los
atentados del 11 de septiembre de 2001 –conocidos de antemano por
el gobierno de Estados Unidos si nos atenemos a las declaraciones de
diez jefes de inteligencia que comparecieron a una comisión especial
del Senado que investigó los hechos-. Ello condujo a la utilización,
-por parte del Presidente Bush- de la lucha contra el terrorismo como
elemento ordenador de las relaciones internacionales y el
establecimiento por la fuerza de un mundo unipolar como modelo
organizacional en el planeta.
Los
intentos de imposición de valores, de una cultura distinta y de un
modelo de democracia que siendo mejor que el dictatorial, no ha
funcionado en ningún lugar del mundo, sobre todo en aquellos países
del Medio Oriente, gobernados por monarquías putrefactas en las que
no existe el menor atisbo de democracia y se violan cotidianamente
los derechos humanos, bajo la mirada cómplice de Occidente, ha sido
el caldo de cultivo para que miles de jóvenes musulmanes excluidos,
marginados y violentados en su humanidad y sus creencias, terminen
aceptando ideologías extremistas (ajenas y usurpadoras del islam)
que han comenzado a actuar en territorios cada vez más extensos y
con una saña superlativa.
En
el contexto actual, caracterizado de una parte, por el inaudito
incremento de las migraciones de ciudadanos que escapan de la guerra
y que huyen a Europa como tabla de salvación para lo que Occidente
ha transformado en una existencia miserable. Y de la otra, por
la continuidad de atentados contra ciudadanos inocentes e inermes en
un avión comercial civil ruso en Egipto, en un barrio de Beirut,
en centros de recreación en París y en un hotel de Bamako, capital
de Mali, ese mismo Occidente sólo ha reaccionado cuando el terror ha
golpeado la capital francesa, pareciera que las otras víctimas no
tienen importancia. De tal dimensión es la deshumanización
capitalista que le da valor distinto a la vida humana, dependiendo
del lugar donde se haya nacido sometiendo al desprecio y al olvido a
aquellos que habiendo sido también inmolados por la barbarie
terrorista, no han tenido la fortuna de nacer en alguna de las
ciudades de un “territorio privilegiado” al que consideran la
médula del planeta.
Ante
esta barbarie, ha reaccionado Rusia, para establecer una alianza con
Irak, Siria e Irán a fin de enfrentar de manera real al terrorismo,
sin ambigüedades; sin campañas que se hacen en los
medios, pero de las que no hay constancia en el terreno de los
combates; sin decir que se ataca al comercio petrolero ilegal de los
terroristas mientras se les da protección aérea a los mismos; sin
fomentar un supuesto “terrorismo bueno” que eufemísticamente
llaman “oposición armada”, como si ello fuera posible de manera
legal en algún lugar del planeta, en carencia de apoyo y
financiamiento de una o varias potencias globales; sin entregar armas
a ese sector calificado de oposición, que a su vez las cede a los
que ellos mismos califican de terroristas.
Todo
eso, lo que ha hecho es poner en evidencia que lejos de combatir el
terrorismo, Estados Unidos y sus satélites de la OTAN lo que hacen
es sostenerlo y luchar junto a él, como lo demuestra
claramente el derribo de un avión ruso en Siria, de manera artera,
alevosa y traidora de parte de la aviación de Turquía, un país que
debería estar en el podio mundial entre aquellos gobiernos que
fomentan y desarrollan el terrorismo.
No
existe un terrorismo bueno como pretenden hacernos creer los medios
transnacionales de comunicación, sus principales aliados y
propagandistas. El terrorismo es uno solo y su origen está en las
entrañas de la sociedad de clases que margina, excluye y humilla y
que pretende universalizar valores, por vía de la fuerza, llevando a
la impotencia y desesperación de miles de jóvenes que se incuban en
sus propias sociedades, desde las que emanan la fuente de la rabia
que utilizan mentes criminales para encauzar un enfrentamiento contra
toda la humanidad. No hay que olvidar que, como dijo el Papa
Francisco, “el terrorismo nace de la pobreza”.
sergioro07@hotmail.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario