Por Sergio Rodríguez Gelfenstein: Literatura, política y terror en el México del siglo XXI
Enviado
por Barometro
Internacional el martes, 25 noviembre, 2014 a las 22:04
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Siempre
he dicho que a México se le conoce y se le entiende mejor por su
literatura que por la ensayística o la información periodística.
Quien haya leído la novela “La casa de bambú. Historia de
agravios y rebeliones” de Saúl López de la Torre, podrá entender
perfectamente las razones que condujeron a la represión y posterior
desaparición de los estudiantes de la Escuela Normal Rural de
Ayotzinapa en el municipio de Iguala del Estado de Guerrero. No creo
que López de la Torre pueda ver el futuro, pero él mismo como
estudiante de una escuela de estudiantes normalistas rurales conoce
desde adentro el intríngulis del fenómeno.
Uno
de los protagonistas de su novela, Camilo se transforma en dirigente
de los estudiantes rurales, como lo fue el mismo Saúl López.
Un
párrafo del Capítulo V del libro relata que” En la
normal rural los pobres entre los pobres aprendían los rudimentos
del conocimiento científico y las técnicas para organizar la
comunidad a partir de la escuela. Organizarla y capacitarla para
liberarse de la garra de los caciques, para ejecutar proyectos y
programas de fomento productivo con créditos a tasas subsidiadas de
la banca oficial, y producir y comercializar con mejores
herramientas”. Acaso, ¿Eso los hace enemigos de la sociedad y del
gobierno? En el libro sí y en la vida real del México del siglo XXI
también, vistos los hechos del 26 de septiembre pasado en ese
municipio del sur profundo mexicano.
Para
entender la actuación del Estado frente a los acontecimientos
posteriores a esa aciaga noche, baste recurrir a dos obras recientes
de la literatura mexicana, “La silla del águila” de Carlos
Fuentes, y “La conspiración de la fortuna” de Héctor Aguilar
Camín, publicadas en 2003 y 2005 respectivamente. Las dos me
permitieron entender como nada antes lo había logrado, el
funcionamiento del poder en México, a partir de sus leyes no
escritas que paradójicamente y en el mayor espíritu garciamarquiano
son más transparentes que las escritas.
En
la novela de Aguilar Camín, se podrá conocer la intriga y los
vaivenes de la política mexicana. Como explicó el crítico mexicano
José Luis Gómez Serrano “es un fresco de la realidad y la
complejidad de la política mexicana, de las enormes oportunidades
que ofrece a unos privilegiados, y del engaño en que a la postre se
convierten esas oportunidades”
El
libro regresa en el tiempo para describirnos el entramado de poder
construido por el Partido de la Revolución Institucional (PRI) en 60
años de gobierno. Aunque “cualquier parecido con la realidad es
pura coincidencia” el protagonista y su familia saben
aprovechar el mando: son poseedores de una gran fortuna y
propiedades, los hijos resultan privilegiados en el manejo del poder,
mientras la familia mantiene una conveniente relación con el
narcotráfico
En
palabras de Gómez Serrano “Si usted busca una ventana a la
política en México que no mire desde la perspectiva de un partido o
de una ideología, este es un buen lugar. Encontrará mexicanos de
carne y hueso, bosques y sierras y ciudades, y hechos como los que
leemos en el periódico de hoy”.
Por
el contrario, el texto de Carlos Fuentes es una proyección de México
al futuro y específicamente de finales de la década actual.
Incursiona en los ámbitos políticos y sociales, nacionales e
internacionales. En la trama, México no ha variado mucho, es un país
dependiente, cuyos gobiernos siguen manifestando sumisión a
Washington.
El
hilo de la novela se desarrolla a partir de relatos sobre la vida de
personajes corruptos, traidores, que se valen de inauditas e
inconcebibles relaciones de compadrazgo, compra y venta de favores e
hipocresía para obtener sus objetivos. En los dos libros, se
describen 80 años del pasado, presente y futuro de México.
Alguien
podría afirmar “eso es solo ficción”, pero cuando la literatura
es sensible, tiene la capacidad de reflejar los pormenores de la vida
social de un país, dándonos a conocer la historia y la política de
forma entretenida. Al respecto, en 1995 Gabriel García Márquez
señaló: “Dicen que yo he inventado el realismo mágico, pero solo
soy el notario de la realidad. Incluso hay cosas reales que tengo que
desechar porque sé que no se pueden creer”.
La
respuesta gubernamental mexicana a los hechos en Guerrero raya en el
realismo mágico. Apenas el 29 de octubre, más de un mes después de
los hechos, el presidente Enrique Peña Nieto se dignó en recibir a
los padres de los jóvenes desaparecidos. Tal vez sea casualidad,
pero fue ese mismo día cuando el presidente de Estados Unidos,
Barack Obama informó a través de un vocero de la Casa Blanca, que
la situación en México era preocupante.
Posteriormente,
el 7 de noviembre, el Procurador General de la República (PGR)
Jesús Murillo Karam informó que según las declaraciones de tres
testigos participantes en las acciones que derivaron en la
desaparición de los estudiantes, éstos “fueron asesinados después
de que policías de los municipios de Iguala y Cocula los entregaran
al grupo criminal «Guerreros Unidos». Sus cadáveres fueron después
quemados, se depositaron los restos en bolsas y fueron arrojados en
un río cercano”. Con esto dio por cerrado el caso.
La
inmediata movilización nacional e internacional denunció y rechazó
tales declaraciones, siendo, -esta vez- el propio Papa
Francisco quien ese mismo día dijera que quería “expresar a los
mexicanos aquí presentes y a los que están en la Patria, mi
cercanía en este momento doloroso de la legal desaparición, pero
sabemos asesinato de los estudiantes”. Dictamen santo. Sin
comentarios.
Los
acontecimientos son aterradores. La búsqueda de los estudiantes ha
significado encontrar hasta 32 fosas comunes con centenares de
cadáveres, aunque la cifra varía según la fuente. El
propio Murillo Karam no ha sido capaz de dar datos precisos al
respecto. Ante dos solicitudes hechas a la PGR por la revista
digital mexicana Real Politik, previamente a los
acontecimientos y en fechas diferentes, mismas que fueron contestadas
el 5 y 8 de septiembre, la institución garante de la justicia y el
Estado de derecho en México refirió en la primera ocasión
“el hallazgo de 82 fosas clandestinas y mil 537 cadáveres entre
2009 y marzo de 2014; tres días después contestó a la otra
solicitud, afirmando que entre 2005 y marzo de 2014 —un periodo de
tiempo más amplio que en la primera petición— había localizado
32 fosas y 425 cadáveres, es decir, una diferencia de 50 fosas y
menos de una tercera parte de los cuerpos referidos en la anterior
solicitud”.
Esto
no es ficción, es la expresión concentrada de la putrefacción de
un sistema de complicidades y acuerdos que soslayan, cubren y
protegen el delito. Sólo la movilización popular y la exigencia de
las familias y amigos de los estudiantes así como de toda la
sociedad decente del México maravilloso que hemos conocido desde
siempre, podrán impedir que este crimen quede en el olvido como un
suceso más de la milenaria vida del país de los mayas y los
aztecas. El espacio de la ficción, -cuando se habla de política-,
tiene un límite, pareciera que en México el mismo no existe.
Recuerden al Gabo “…incluso hay cosas reales que tengo que
desechar porque sé que no se pueden creer”.
sergioro07@hotmail.com
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