Daniela Saidman: Galeano siempre de ida y vuelta
Enviado por Barometro Internacional el domingo, 19 octubre, 2014 a las 11:31 Etiquetas: barometro bi Eduardo Galeano las Venas abiertas de América Latin
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El autor de las Venas abiertas de América Latina, del Libro de los
Abrazos y de la trilogía de Memoria del Fuego, es sin duda uno de
los escritores que mejor representa a esta América Nuestra, que de
tanto silencio impuesto, olvidó durante mucho tiempo mirarse el
ombligo.
Pasa
con algunos escritores.
A
ciertos intelectuales y artistas que han sentado posición frente al
mundo, la derecha como es lógico los rechaza por zurdos y cierta
izquierda cuando a veces es mezquina trata de negar la magia de la
sencillez con que llegan al pueblo. Unos y otros, los derechos y los
zurdos, en sus poses se olvidan que los lectores decidimos por encima
de cualquier acto de sospecha. Y así, sin permiso, nos entregamos a
quienes han sabido darle nombre a nuestros dolores y sobre todo a
nuestras esperanzas. Casos sobran. Ahí sigue Roque Dalton
enseñándonos a volar, ni hablar de poetas españoles de la
generación del 27 que se animaron a decir incluso cuando era un
paredón de fusilamiento lo que tenían enfrente y si hablamos de
José Vicente Abreu y Miguel Otero Silva, en Venezuela, pues ya nos
enteramos por ejemplo de Guasina y las demás cárceles que pretenden
lo mismo cortar las alas que hacer callar.
El
Uruguay tiene dos grandes nombres que han sabido trascender la
frontera de ese país chiquitito en dimensiones para instalarse en la
ternura de todos los latinoamericanos que hemos tenido el privilegio
de sentirnos reconocidos en sus palabras. Mario Benedetti y Eduardo
Galeano nos regalaron y regalan la magia de la ternura inagotable, la
de la que sabe tomar partido por la vida.
Galeano,
siempre
Contar
las humanas pasiones, los pasos, las dudas y la esperanza, narrar la
historia de los vencidos, la de los que desesperan de tanto esperar,
y también la de los que sueñan el mundo y los mundos posibles e
imprescindibles, es parte del quehacer de algunos escritores, que
como Eduardo Galeano han hecho de la palabra un puente tendido al
encuentro.
El
autor de las Venas abiertas de América Latina, del Libro de los
Abrazos y de la trilogía de Memoria del Fuego, es sin duda uno de
los escritores que mejor representa a esta América Nuestra, a este
Sur, que de tanto silencio impuesto, olvidó durante mucho tiempo
mirarse el ombligo y aunque sin querer, se calló su propia historia.
Él, Eduardo Galeano, sin embargo nos devolvió todo aquello que se
nos fue quedando en la piel a lo largo de siglos. Como un mago
sacando conejos y estrellas de la chistera Galeano ha sabido
devolvernos la voz, esa con que ahora pronunciamos el tiempo.
Brevísima
semblanza
“Tuve
una infancia muy mística; pero no me fue bien con la santidad”, se
defendió hace años el propio Galeano, quien nació en Montevideo el
3 de septiembre de 1940, en el seno de una familia católica de clase
media.
“Gius”
apareció pronto, cuando Eduardo Germán María Hughes Galeano, con
poco más de una década de edad publicó sus primeras caricaturas en
el diario El Sol, un periódico socialista que circulaba por aquellos
años en Uruguay. Empezó a trabajar siendo muy joven, desempeñó
cuanto oficio le ofrecía un salario, fue así que anduvo de obrero
en una fábrica de insecticidas y fungió como recaudador, pintor de
carteles, mensajero, mecanógrafo, cajero de banco y editor.
La
década del setenta sorprendió al sur de nuestro subcontinente con
dictaduras militares. En Uruguay un grupo de extrema derecha
encarceló a Galeano. Por esta razón se marchó al exilio en
Argentina, pero en el país vecino la situación no era diferente y
el régimen de Videla tomó el poder tras un alzamiento militar
sangriento, que tiene en su haber miles de desaparecidos. Su nombre
se sumó a la larga lista de aquellos condenados por los escuadrones
de la muerte. De esos días de desarraigo y desesperanza nació su
libro Días y noches de amor y de guerra.
Pronto
tuvo que alzar el vuelo. Galeano encontró refugio en Cataluña, en
Calella, al norte de Barcelona, donde publicó en revistas españolas,
colaboró con una emisora radial alemana y un canal de televisión
mexicano. La trilogía Memoria del fuego es de este período y tal
vez sea uno de sus libros más hondos, descarnados y el que mejor
retrata la larga historia de América.
Finalmente
volvió a su país en 1985. Entre tantos libros escritos por Galeano
se encuentran La canción de nosotros, El descubrimiento de América
que todavía no fue y otros escritos, Nosotros decimos no, Ser como
ellos y otros artículos, Amares, Las palabras andantes, Úselo y
tírelo, El fútbol a sol y sombra, Patas arriba: Escuela del mundo
al revés, Bocas del Tiempo, Espejos: Una historia casi universal y
Los hijos de los días. Por su trabajo incansable y por ser una de
las voces imprescindibles de nuestra América recibió doctorados
Honoris Causa en Cuba, El Salvador, México y Argentina. Además ha
sido galardonado con el Premio Casa de las Américas y el Premio Alba
de las letras.
Cronista
incansable de este tiempo, Galeano sigue de cerca los sucesos que van
marcando el presente y ante ellos nunca permanece en silencio. Todo
lo toca y su voz es certera cuando habla de la dictadura del capital,
del neoliberalismo y su voracidad contra la tierra, del hombre y su
capacidad infinita de volver a la ternura aunque haya vivido de cerca
la miseria. Su palabra se teje y entreteje entre el periodismo, el
ensayo y la narrativa, siempre con ese tono del poema que habrá de
abrir los brazos para que pueda seguir naciendo el futuro.
La
dignidad del arte
Por
Eduardo Galeano
Yo
escribo para quienes no pueden leerme. Los de abajo, los que esperan
desde hace siglos en la cola de la historia, no saben leer o no
tienen con qué. Cuando me viene el desánimo, me hace bien recordar
una lección de dignidad del arte que recibí hace años, en un
teatro de Asís, en Italia. Habíamos ido con Helena a ver un
espectáculo de pantomima, y no había nadie. Ella y yo éramos los
únicos espectadores. Cuando se apagó la luz, se nos sumaron el
acomodador y la boletera. Y, sin embargo, los actores, más numerosos
que el público, trabajaron aquella noche como si estuvieran viviendo
la gloria de un estreno a sala repleta. Hicieron su tarea
entregándose enteros, con todo, con alma y vida; y fue una
maravilla.
Nuestros
aplausos retumbaron en la soledad de la sala. Nosotros aplaudimos
hasta despellejarnos las manos.
dsaidman@gmail.com
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