Por Ilka Oliva Corado: Viviendo al filo de la deportación
Enviado por Barometro
Internacional el miércoles, 11 noviembre, 2015 a las 20:21
Después
 de la tragedia de traslado  que vive el indocumentado en su
 travesía hacia Estados Unidos le espera el limbo migratorio, en
 este país que ve como objetos y mano de obra barata a los millones
 que se van hacinando con los años en las áreas marginales de 
 este enorme corral que tiene apariencia de la tierra del nunca
 jamás, pero que en realidad es una mazmorra hedionda a xenofobia.
 Ese
 peregrinar que no acaba: ser expulsados de sus países de origen por
 gobiernos corruptos, por un sistema colonizado y  desigual que
 los margina y los avasalla,  y   por una sociedad
 indolente y egoísta que carece de humanidad y capacidad de
 reacción.  Así es la vida de los parias que también son  
 perseguidos y violentados en el país de traslado, de los cuales
 pocos  sobreviven al genocidio migratorio y les queda el
 estigma de  sus vidas convertidas en lastres, en profundas
 heridas incurables. No hay nada material que logre llenar el vacío
 de lo que se perdió para siempre.
Al
 otro lado de la frontera, en este chiquero de porquería, no los
 espera ningún sistema inclusivo, ninguna oportunidad de desarrollo
 y también son perseguidos por las autoridades migratorias,
 explotados laboralmente e imperceptibles para la sociedad que tiene
 la jactancia de proclamarse diversa y enriquecedora de culturas.
El
 indocumentado no existe en ningún lugar como ser humano. Es un
 bulto. Es una herramienta de trabajo. Es un volcán de despojos que
 el sistema quiere lanzar al vertedero más lejano para que queden
 limpias las calles de tanta miseria y luzcan los rascacielos el
 poderío anglosajón.  El indocumentado es una hilera de niños
 cortando hortalizas  de sol a sol en los campos de cultivo,
 muchedumbres trabajando tres turnos al día en fábricas de
 chimeneas humeantes en la época del frío. Adolescentes marginados
 sin oportunidad alguna para soñar. Ancianos sin beneficio de
 jubilación. Enfermos que mueren en soledad porque el sistema de
 salud les niega atención médica.
A
 nosotros los indocumentados no nos ven como seres humanos, los
 estudiosos nos ven como el párrafo de un  texto, representamos
 la oportunidad para una ponencia que les abulte los títulos, que
 les acerque los contactos, que les dé apariencia de intelectuales,
 de tener conciencia.  Para los políticos somos un trampolín.
 Los cineastas y narcotraficantes  nos ven como mercancía
 segura. Los comerciantes como el nacimiento de oro verde. La familia
 que se quedó,  como remesas.
El
 sinsabor  de no tener documentos que permitan la movilidad, la
 oportunidad de un trabajo con beneficios laborales, que obligan a
 vivir con el temor constante de una deportación  hacen 
 del migrante una psicosis que ni los más prestigiosos psicólogos y
 psiquiatras pueden comprender. Es que para entender al migrante
 indocumentado hay que ser migrante indocumentado. Solo el que es
 paria entiende a los parias.
Son
 silencios, oscuranas, sueños frustrados. Son sensaciones,
 emociones, sentimientos, son tacto. Son recuerdos, son pesadillas,
 insomnios. Más allá de esa espalda que trabaja, de esas manos
 grietadas, de esa boca que intenta mascullar el idioma extranjero
 por necesidad,  hay un ser humano sensible, que ama, que crea,
 que aporta. Que son parte de un todo.
Se
 van obligados porque el país de origen los lanzó fuera de la
 entraña, en la intemperie se vuelven migrantes, por las
 circunstancias indocumentados y extranjeros. No tienen un sitio
 estable, un lugar donde formar un hogar, porque el sistema no se los
 permite, siempre tienen un pie aquí y el otro allá. No son de allá
 porque se fueron, no son de aquí porque no existen para el sistema.
 ¿Qué son entonces los migrantes indocumentados? Son un limbo
 migratorio. Un caos que explota constantemente como volcán.
Es
 como verse obligado a caminar todos los días a todas horas sobre
 una cuerda floja que cuelga  sobre un  abismo. Es
 paranoia, ansiedad, depresión profunda, frustración, ira. Eso de
 carácter humano que no ve el sistema ni la sociedad. Que solo nos
 catalogan como estadísticas y números. Somos recovecos, ríos
 frescos, arboledas, somos cultura, tradiciones, somos poesía. Una
 hermosa diversidad rechazada por extranjera.
Y
 se casan y tienen hijos y se vuelven abuelos en el mismo limbo
 migratorio. Así hacen sus vidas los parias que se ven obligados a
 migrar. Entonces a consecuencia  también se aprende a vivir el
 instante, el ahora, sin hacer planes, totalmente fuera de la zona de
 confort, porque siempre se vive al filo de la deportación.
¿Por
 qué se le teme tanto a la deportación? Porque el país de origen
 no ofrece esa oportunidad de vida integral a los deportados, a los
 que en ensueños desean regresar, llegan a un lugar de donde
 salieron obligados y que los vuelve a echar fuera. A un lugar donde
 no existen más porque se fueron. Llegan a otro limbo y si deciden 
 quedarse serán extranjeros en su propio país.  Dolor doble
 para el que vuelve. Una nueva herida.
Es
 compleja la tragedia migratoria,  para entenderla hay que
 hacerlo con carácter  humano y no acusador. Los indocumentados
 somos los parias de los parias, no existimos en ningún lugar.
 Estamos obligados a intentar florecer en cualquier lugar y a 
 hacer de la atmósfera nuestro modo de sobrevivencia.
 @ilkaolivacorado
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