Por Sergio Rodríguez Gelfenstein: ¿Fin de ciclo? I
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por Barometro
Internacional el lunes, 09 noviembre, 2015 a las 10:18
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Durante
los últimos meses hemos sido testigos de un denodado esfuerzo de un
grupo importante de estudiosos, investigadores, académicos y
analistas para aportar a favor o en contra de la idea de lo que se ha
dado en llamar “el fin de ciclo de los gobiernos progresistas” o
la “restauración conservadora” como la ha denominado el
presidente Rafael Correa. Interesantes debates se han producido
al respecto. Me da la impresión que la mayoría de las opiniones
responden a una reacción defensiva mientras se obvia otro debate
necesario y paralelo referido a lo que podríamos llamar “el fin
del ciclo neoliberal al exterior de América Latina”. Esta semana
hablaremos del primer proceso y dejaremos el segundo para la próxima.
Para
comenzar, quisiera exponer algunas reflexiones sobre la imagen
que trasunta detrás del concepto de “gobiernos progresistas”.
Para mí no es clara. La idea de progreso proviene del avance
ideológico que supuso la superación del feudalismo y el adelanto
que en el mismo ámbito condujo al Renacimiento y a la aceptación de
la racionalidad moderna como superación del paradigma que aceptaba
que el conocimiento provenía de la idea teológica del espíritu.
Todo ello sirvió de base para que el paradigma del progreso fuera
usado como soporte del capitalismo en sus fases de desarrollo más
acelerado, en particular durante las revoluciones industriales que se
asociaron a esa idea. En esa medida, el concepto “progreso” se
vinculó a los “éxitos” que el capitalismo generaba y que se
visualizaban como una evolución dialéctica en relación al sistema
feudal.
La
irrupción de la revolución rusa al entrar el siglo XX, conjeturó
un nuevo debate acerca de la imagen del progreso. La posibilidad real
de que el capitalismo fuera negado por el socialismo no fue aceptada
como progreso sino como regresión. Las ideas socialistas eran
presentadas a través de las mass media como sinónimo de
conservadurismo. En esa medida, la “verdadera” revolución no se
produjo en 1917 sino en 1989, teniendo como símbolo la caída del
Muro de Berlín y la posterior desaparición de la Unión Soviética
y con ello el fin de la guerra fría y el mundo bipolar. Por
ejemplo, a fines del siglo XX, se llegó a decir que la
Revolución Cubana era expresión de “ideas retrógradas,
anquilosadas y conservadoras” que no tienen sustento en el mundo
que se vivía. Con ello se anticipaba la caída de Cuba y su
apropiación por el imperio estadounidense.
El
triunfo electoral de Hugo Chávez en 1998 y su asunción de la
presidencia de Venezuela a comienzos del año siguiente inauguró una
época que con el devenir de los años y las victorias en las urnas
de otros líderes de la región condujeron a lo que, -a mi juicio
erróneamente- se han dado en llamar “gobiernos progresistas”. En
mi opinión, éste es un término tan ambiguo que “sirve para todo
y no sirve para nada”.
Veamos
algunos ejemplos. El lema de uno de los gobiernos más profundamente
neoliberales que ha tenido América Latina, el del chileno Ricardo
Lagos, quien apoyó el golpe de Estado contra el Comandante Chávez
en abril de 2002 era “Progreso con igualdad”. Estos gobiernos de
la Concertación, incluyendo el de la Presidenta Bachelet,
sostenedores de un modelo neoliberal, con democracia restringida a
las veleidades de la Constitución pinochetista, también han sido
considerados como progresistas.
En
el mismo contexto, el 10 de marzo de 2012 el ex presidente brasileño
Fernando Henrique Cardoso visitó Venezuela para dar una conferencia
por invitación el Banco Banesco. En dicho evento, afirmó “un país
puede cambiar y entrar en una senda del progreso, no importa lo
difícil con que se presenten las circunstancias presentes”.
En
estos dos casos, pareciera, que la sola oposición a la derecha
fascista bastara para ser catalogado como progresista, sin importar
su soporte del modelo neoliberal y su subordinación a Estados
Unidos.
Hoy,
son dirigentes de Partidos Progresistas en América Latina, el
neoliberal encubierto Mauricio Macri de Argentina, su amigo, el
ambiguo Marco Enriquez-Ominami de Chile que juega a arañar votos
de la izquierda y la derecha, con discursos acordes en cada caso, a
fin de llegar al gobierno, el renegado Henry Falcón en
Venezuela con un discurso conciliador que ambiciona integrar a los
indeterminados, engañando por igual a unos y otros, y el todavía
alcalde de Bogotá Gustavo Petro contra quien se volcaron todos
los poderes visibles y fácticos pata impedir una gestión sana en la
capital colombiana. ¿Es posible colocar en este marco tan turbio de
“progresismo” a los gobiernos de América Latina y el Caribe cuya
distinción es haber intentado una redistribución más justa del
ingreso y ostentar una condición anti neoliberal, anti hegemónica y
de defensa de la soberanía?, Lo han logrado en mayor o menor medida,
han avanzado en dimensión superlativa, aquellos que han establecido
mecanismos más profundos de participación y de construcción de
poder popular.
En
otro ámbito, se les exige a estos gobiernos, logros que son
imposibles de obtener en los marcos en los que se ha desarrollado su
gestión. Me da la impresión que en algunos sectores existe alguna
confusión terminológica y al suponer que estas administraciones
encarnan gobiernos revolucionarios en el marco de la guerra fría. A
veces, estamos aprisionados por términos propios del mundo bipolar
que no tienen cabida en el desarrollo de la política actual. En ese
sentido, no es dable que un gobierno “revolucionario” se juegue
su estabilidad y continuidad en elecciones en el marco estrecho de la
democracia representativa y de un sistema económico mundial que
sigue siendo capitalista. Los conceptos de izquierda y derecha no
bastan para construir una correlación de fuerzas que se oponga a la
hegemonía imperial, a la imposición de gobiernos neoliberales,
a la incorporación de millones de excluidos que han estado
invisibilizados hasta hoy y a la imperiosa necesidad de salvar el
mundo de la voracidad del capital que lo devasta y que destruye el
medio ambiente. En esta lógica, nadie puede afirmar si Putin es de
derecha o de izquierda, si lo es el gobierno de Irán o el de Siria,
todos en primera línea de enfrentamiento a la expansión imperial.
En otro ámbito, nadie podrá poner en duda que Raúl Castro sigue
siendo un militante de izquierda y un inveterado líder
revolucionario, después que Cuba, tras una larga y heroica lucha,
logró establecer relaciones con Estados Unidos y pugnar por la
normalización de sus vínculos con la potencia imperial. Es evidente
que los cánones de análisis del pasado, no nos sirven ahora para
enarbolar las mismas banderas justas de independencia,
soberanía y libertad que ondearon en momentos pretéritos.
Dialécticamente,
las revoluciones son un paso adelante que niega un pasado de
ignominia. Si ellas, se llegaran a desarrollar por ciclos no podrían
caracterizarse en tal concepto. La idea estratégica del cambio
revolucionario, la lucha por la independencia y la libertad no se
juegan en elecciones por muy democráticas que estas sean, porque en
el trasfondo, las elecciones son expresión de un sistema restringido
que mide la política sólo en términos cuantitativos, Además, en
la realidad de la América Latina de hoy, este propio sistema de
democracia representativa ha sido mutilado cuando el papel de los
partidos políticos lo han asumidos los medios de comunicación que
representan intereses oscuros de poderes fácticos que no son
elegidos por la sociedad.
¿Invalida
esto, lo que se ha avanzado en el presente siglo? No, al contrario.
La obtención del poder político por estos gobiernos ha creado
condiciones para avanzar en el proceso de organización popular, de
formación política y de toma de conciencia. Es indudable que los
pueblos están hoy en mejor condición que al comenzar este siglo,
para luchar por sus derechos. No es el progreso, lo que puede medir
la característica fundamental de estos gobiernos, ni vivimos fin de
ciclo alguno. Lo que hay son elecciones en las que cada cierto tiempo
hay que medir las fuerzas. Hay retrocesos y avances, pero no se puede
confundir sujeto político con sujeto electoral y el sujeto de la
transformación de la sociedad es el político.
La
correlación de fuerzas (que es un concepto mucho más amplio y
completo) que el de medición cuantitativa en elecciones, ha avanzado
positivamente, a favor de los pueblos, incluso si se llegaran a
perder algunas elecciones en determinados países. Así, el proceso
iniciado por el comandante Hugo Chávez en 1998, no tendrá
retroceso. Las elecciones y la obtención de la victoria de las
fuerzas populares en ellas, permiten colocar a grandes sectores de la
sociedad en mejores condiciones para emprender la lucha por su
liberación, pero no es la liberación en sí misma. La lucha
política y la lucha electoral deben ir de la mano, pero sin dejar de
entender que lo electoral es coyuntural, mientras que lo político es
permanente.
Saber
distinguir al enemigo principal, construir una correlación de
fuerzas que lo aísle y debilite, establecer las más amplias
alianzas bajo la hegemonía de los trabajadores y el pueblo son el
ABC de la política que hay que poner en práctica en todo momento,
incluyendo cuando se miden las fuerzas en los eventos electorales.
Somos parte de una generación que tiene como responsabilidad salvar
el planeta y avanzar en la construcción de una sociedad más justa y
una vida mejor para las mayorías. Eso no depende de ciclos ni se
puede hacer bajo la falsa bandera del progreso, que solo sirve para
encubrir ideas ambiguas y engañosas.
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