¿Hegemonía ideológica o “cambio conservador?
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Por
Sergio Rodríguez Gelfenstein
Comienzo
a escribir este artículo pocas horas después de la detención del
ex presidente brasileño Luis Ignacio Lula Da Silva cuando no hay
ninguna prueba de que él, o la presidenta Dilma Rouseff estén
relacionados con delito alguno. Pero, eso no importa para los poderes
fácticos de Brasil que después de haber perdido por cuarta vez las
elecciones, recurren –tal como están haciendo los sectores más
conservadores de la sociedad en otros países de América Latina- a
la mentira, la calumnia, los falsos testimonios sin importar cual vía
utilizar para regresar al gobierno.
Los
grandes medios de comunicación de Brasil, de la región y del mundo
se apresuraron a transmitir la noticia del expresidente detenido por
la policía federal, un órgano –que junto al Poder Judicial que
emitió la orden de captura- tiene paupérrimos niveles de
reconocimiento y reputación en su país. Lula fue detenido por
“conducción coercitiva”, una figura que señala una alta
peligrosidad y la posibilidad de una fuga del prisionero. Por
supuesto, todo estaba coordinado con la prensa para quien era
importante mostrar al ex presidente como un sujeto pendenciero, que
necesitaba estar rodeado de policías en uniforme de combate mientras
era llevado a la justicia. La imagen dio la vuelta al mundo, sin
embargo, poco informaron cuando tres horas después, Lula regresó a
su hogar sin ningún tipo de cargo. El mal ya estaba hecho,
necesitaban mostrarlo como un delincuente potencial y seguramente, en
alguna medida, lo lograron. Ahora se aferrarán a su cuello como
alimañas sedientas de sangre y deseos de venganza hasta verlo
humillado en su condición humana, destruido en su capacidad de
liderazgo y caído en sus posibilidades de regresar a la presidencia
tal como lo anunció hace pocas semanas. Finalmente, ese es el
objetivo que quieren impedir, les da temor enfrentarse a él en el
propio terreno que inventaron y que dicen defender: el de la
democracia.
Confieso
que no era éste el tema sobre el que quería escribir esta semana,
pero es inevitable no dejar pasar por alto este nuevo paso de las
fuerzas de la derecha latinoamericana, (hoy auto denominadas “de
cambio”) para retrotraer la historia, como si esto pudiera ser
posible. Sin
embargo, el desarrollo de los acontecimientos recientes en la
región me llevan a recordar algunos elementos referidos a una
investigación en curso en la que intento mostrar la necesidad de
observar y construir una realidad al margen de los conceptos
estereotipados y de los mitos, leyendas y fábulas creadas a través
del tiempo para fijar opiniones desde el poder, utilizando viejas
fórmulas establecidas a partir de una visión totalizante y
universalizada por la práctica de períodos muy largos y abarcadores
de la historia, en los que se han instalado puntos de vista,
parámetros de investigación y paradigmas que responden a una idea
hegemónica respecto del desarrollo de una historia concebida desde
la imposición, (casi siempre por la fuerza) de modelos de economía
y sociedad, establecidos sobre la base de una larga tradición que se
sustenta en principios, costumbres y en la cultura de poderes reales
o fácticos incubados en las centros de dominio global.
En
este sentido, hablar de hegemonía tiene que ver con el aparato que
la soporta, el cual es completado por la estructura ideológica de
dominación clase. Esto nos lleva a recordar la opinión de Christine
Buci-Glucksmann cuando planteó que “El aparato de hegemonía
califica y precisa el concepto de hegemonía, entendido como
hegemonía política y cultural de las clases dominantes. Conjunto
complejo de instituciones, de ideologías, de prácticas y de agentes
(entre los que contamos a los “intelectuales”), el aparato de
hegemonía no encuentra su unificación, sino en una expansión de
clase. Una hegemonía no unifica solamente como aparato, por
referencia a la clase que se constituye en y por la mediación de
múltiples subsistemas: aparato escolar (de la escuela a la
universidad), aparato cultural (de los museos a las bibliotecas),
organización de la información, del marco de vida, del urbanismo,
sin olvidar el peso específico de aquellos aparatos eventualmente
heredados de un modo de producción anterior (del tipo Iglesia y sus
intelectuales)”.
Desde
este punto de vista, es importante hacer énfasis en el rol que juega
el Estado en la imposición de un “consenso” alcanzado a través
de la coerción física (o de la amenaza de su utilización), para lo
cual el aparato ideológico juega un rol relevante en la creación de
“ideas consensuadas” a través de la educación, la justicia, los
medios de comunicación, la cultura y el entretenimiento Así, se
fijan opiniones que no necesariamente coinciden con la realidad, pero
que habilitan la integración de creencias, valores, tradiciones
culturales y mitos que funcionan en la masa con el objetivo de
perpetuar el orden existente a través de la creación de una idea
única y universal. Según Carl Boggs es necesario conocer “las
sutiles, pero penetrantes formas de control ideológico y de la
manipulación que servían para perpetuar todas las estructuras
represivas” Por ello se hace importante diferenciar dos tipos
fundamentales de control político, los de “dominación”
(coerción física directa) de los de la “hegemonía” o
“dirección” que supone consentimiento y control
ideológico.
Esos
aparatos hegemónicos de “consentimiento y control ideológico”
que no pudieron ser removidos por los gobiernos democráticos que se
instalaron en América Latina en los últimos 15 años, hoy
vuelven por sus fueros. Atacaron brutalmente al presidente Evo
Morales para evitar que pudiera obtener la victoria en un referéndum
donde se optaba por una reforma constitucional que le permitiera
ampliar a través de la reelección su estadía en la máxima
magistratura de su país, y hoy repiten la dosis en Brasil.
En
Argentina, hace pocos días se anunció con bombos y platillos el
supuesto involucramiento de la ex presidenta Cristina Fernández en
la muerte del fiscal Alberto Nisman. Bajo grandes titulares se
informó que el ex agente de inteligencia Horacio Antonio Stiuso, ex
director de Operaciones del Servicio de Inteligencia del Estado
(SIDE), refugiado y protegido por Estados Unidos, iba a regresar al
país y daría información que implicaría a la ex mandataria. Sin
embargo, cuando su abogado Santiago Blanco Bermúdez afirmó que su
cliente no tenía “pruebas directas” que relacionaran la muerte
de Nisman con la ex presidenta y que sólo podía dar a la justicia
“…una interpretación de los hechos precedentes a las
confusas circunstancias que rodearon a la muerte” (de Nisman), la
noticia no tuvo mayor relevancia. Igual que ahora, en el caso de
Lula, el daño ya estaba hecho.
Poco
a poco, la hegemonía cultural, ideológica y mediática va
taladrando la cabeza de los ciudadanos, hasta construir imaginarios
de redención y “cambio” que vendrían de las propias fuerzas que
han marginado y excluido a las mayorías por doscientos años.
De
ahí se deduce que la confrontación hoy es política, es ideológica
y es mediática, suponer que se puede avanzar llegando al gobierno y
desde ahí hacer obra pública que mejore las condiciones de
vida de la población, como forma de transformación estructural de
la sociedad, es solo una quimera. El muy manoseado comandante Ernesto
Che Guevara, visualizó hace más de cinco décadas que el cambio
estaba en la creación de un Hombre Nuevo que actuara en la vida a
partir no solo a partir de estímulos materiales (de consumo diríamos
hoy) sino que también y sobre todo- desde los estímulos morales y
espirituales que entrañaban valores de solidaridad, comportamiento
colectivo y realización en la medida del aporte a la sociedad. Eso
solo puede provenir de niveles de conciencia que surjan de la
creación de un aparato hegemónico político, ideológico y cultural
que resista los embates de la oligarquía conservadora y sea
portador de lo nuevo, sobre todo cuando en la actualidad, solo nos
medimos en términos cuantitativos en elecciones en el marco de
sistemas de democracia representativa que también fueron creados por
esa misma oligarquía.
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