Por Bruno
Perón: Cultura y amor
Enviado por Barometro
Internacional el martes, 17 febrero, 2015 a las 23:50
Ciertamente,
temas culturales proveen combustible para mi pensamiento. No es solo
porque mi formación posgraduada en esa área de estudios (referente
a cultura) lo exige y lo motiva sino por las combinaciones
provocadoras que hago entre cultura y algo más. Sin embargo, y sin
pretensión aquí de ensayar un punto de vista instrumental (cultura
como medio para), quedo un poco intrigado cuando cotejo la
abrangencia de cultura con la de amor.
Primeramente,
es necesario aclarar que las nociones de cultura comúnmente
aceptadas tienen su contenido espiritualista (ideas, imaginaciones,
prejuicios, valores) en realce, pero ellas no prescinden de las
características espiritualistas (costumbres, formas de vida,
estética, gusto) de cultura.
Luego,
cualquier expresión cultural transmite una mancha de nacimiento, un
sello de origen, algo que atesta que ella es hecha en tal lugar para
tal individuo. Culturas se reproducen y se transforman de acuerdo con
el desarrollo material de un grupo, una institución, una sociedad,
un país. Es decir, ellas reflejan lo que es y también cambian sus
condiciones de existencia.
Siendo
así, quiero llegar al punto de que toda cultura es relativa y
particular porque ella indica un conjunto de procesos sociales que la
generaron dentro de circunstancias determinadas. No tarda mucho para
que tengamos la impresión de que “valores universales” a través
de bienes patrimoniales y de otros objetos y prácticas simbólicos
son disparates en cabeza francesa.
Así,
ya propuse en otras publicaciones que la diplomacia (por lo menos la
brasileña) debe tener en cuenta esas variaciones culturales para que
no sea trágica como la EUAna, belicosa como la Cool Británica (en
donde sus ciudadanos usan el “red poppy” en la chaqueta en
simpatía por los soldados Cool Británicos que murieron en combate),
o un valor universal como a La Francesa. Hay que entender mejor los
códigos que sitúan naciones juntas para, en seguida, discutir temas
de importancia global, como paz y medio ambiente.
Pese
a que temas culturales merecen tal expansión, este texto hace una
comparación breve entre el relativismo de cultura y la universalidad
de amor.
De
ese modo, me veo incentivado a revelar algunas intuiciones sobre el
alcance mucho más espiritualista y profundo de amor que el de
cultura.
Amor
es una virtud preceptuada en muchas religiones y que se revela, de
poco a poco, en interacciones sinceras entre seres que se entienden
antes de destruirse. Amor es la anti-pasión aún poco comprendida y
hasta desentendida entre quienes la confunden con apetencias carnales
y materialistas, como el noviazgo celoso, el sexo egoísta y el drama
de telenovela.
Lo
que más me intriga en los fulgores de amor es la universalidad de su
práctica y su percepción, al contrario de lo que acabo de
argumentar sobre cultura.
No
importa en qué lengua se exprese, o cuál es el nivel evolutivo de
quien ama, o qué tan brevemente el amor se manifieste, el acto de
amar resplandece en una autenticación consensual entre todos los que
testimonian su energía.
Por
eso, la prestación de auxilio a los necesitados, la palabra amiga a
los sobredores, la sonrisa que calienta, y la renuncia del interés
propio para mejorar la comodidad de otros involucran a los seres en
un sentimiento universalmente benévolo, gratificante y vivificante.
Agrego
que el amor es inefable.
No
es por casualidad que el alfabeto chino sea complicado para el lector
occidental y la belicosidad EUAna sea pueril frente a la sabiduría
milenaria tibetana. Esos ejemplos merecen espacio mientras hago una
comparación entre lo relativo y lo universal respectivamente en las
expresiones de cultura y amor.
El
amor es una virtud muy difícil de entender y de practicar.
Es
porque cultura es lingüística, mientras amor es del alma.
El
brillo del amor prosperará tan luego se lo aprendamos.
brperon@gmail.com
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