Concepción Fernández VillanuevaDirectora del Departamento de Psicología Social de la Universidad Complutense. Investigadora sobre efectos psicosociales de los medios de comunicación.
Susan
Sontag en su libro Ante
el dolor de los demás
plantea el valor de las imágenes y la fotografía para la
construcción del significado de la historia de los pueblos y para la
creación de emociones y sentimientos morales hacia los conflictos
bélicos o los problemas de violencia. Se refiere especialmente al
valor de las representaciones del Holocausto judío.
He
visitado varios museos alusivos al Holocausto judío y me parecen muy
útiles en cuanto a la función que tienen de suscitar reflexiones
sobre ese terrible hecho vergonzoso que fue el Holocausto y de
despertar fuertes emociones hacia las personas que lo sufrieron del
pueblo judío. Los visitantes se emocionan, se sobrecogen, sufren y
también experimentan sentimientos morales.
Sí,
los visitantes sufren. Y sí, los visitantes condenan, incluso odian,
odian a los nazis.
¿Cuáles
son las razones psicológicas de ese sufrimiento y de esas emociones?
La razón no es otra que la
identificación
con otros seres humanos. La identificación es un proceso que nace de
la percepción de similitud de vidas, de experiencias y destinos, es
la operación de ponerse en el lugar del otro y sentir lo que el otro
siente. Las imágenes del sufrimiento de los otros pueden despertar
los sentimientos más profundos, la compasión verdadera, que es
dolor por el dolor de los demás. Y rechazo, rabia contra quien
produce ese dolor
Pilar
Manjón, la presidenta de la asociación de víctimas del 11-M, ante
la vista de todas las imágenes del reciente holocausto palestino,
lanzó una violenta reacción de odio ante los que, según su
criterio, son cómplices de tales actos. Ella, cuyo hijo fue
asesinado en el atentado terrorista del 11 de marzo en Madrid,
escribió en su Twitter: “no matéis a mis niños”,
ejemplificando la identificación que se despierta ante un hecho
similar al que se ha vivido. Teniendo en cuenta el proceso de
identificación, es comprensible que las imágenes de jóvenes y
niños mutilados y muertos le despierten de forma muy próxima el
dolor ante la muerte de su propio hijo. Los otros sufrientes se
acercan psicológicamente a los nuestros por un proceso de analogía
o similitud.
Pero
hay otra conexión más importante aún, que despierta la emoción de
ella y de otros muchos espectadores: tanto los actos terroristas del
11-M como la masacre de Israel sobre Palestina son actos ilegítimos
y por ello la conexión entre la experiencia de los espectadores
españoles que vivieron el atentado de Atocha y la experiencia vista
a través de los medios actualmente en Palestina se hacen
especialmente iguales, se asimilan en cuanto a sentimientos
producidos y también en su intolerabilidad. Para estos espectadores,
entre los que me incluyo, los muertos palestinos son, de algún modo,
nuestros muertos.
Es
más, independientemente de los vínculos de parentesco y de
similitud de experiencias, hay siempre vínculos de pura humanidad,
sentimientos que se despiertan ante cualquier ser humano por hechos
que no consideramos aceptables. La identificación con los miembros
de la especie humana es un proceso psicológico, general y universal
aunque se pueda intentar manipular reducir aumentar o incluso
encubrir y hacer desaparecer. Cualquier ser humano podría decir, a
no ser que tenga sentimientos de odio por alguna experiencia previa:
“Me
duelen los otros, no les hagáis daño”
Por
ello, la imágenes de la masacre palestina nos plantean la siguiente
pregunta: ¿Son los israelíes responsables no sólo del dolor del
pueblo palestino sino de nuestro dolor por el pueblo palestino? ¿Son
responsables del dolor y la rabia que sentimos al ver las imágenes
de la violencia que les han producido sus bombas, sus ataques?
La
respuesta es sí. Ya es hora de reconocer, es hora de poner sobre la
mesa que tras todas las diferencias culturales, religiosas o
supuestamente raciales existe una unidad básica, una empatía que
consiste en el sufrimiento por las víctimas inocentes el sufrimiento
por los que sufren sin motivo o sin legitimidad.
Los espectadores que tenemos una vinculación básica con lo humano
merecemos y se nos debe un respeto. ¿En base a qué se arrogan el
derecho de producirnos dolor por nuestros congéneres?
Los
que causan los daños directos también son responsables del daño
que producen a los espectadores. No nos pueden decir “no lo veáis”,
o “no lo emitáis”. No pueden censurar o eliminar las imágenes
ni condenar su emisión. Porque la obligación moral de los
espectadores es conocer y saber, mientras que la obligación de los
agresores es respetar las vidas humanas.
Pero,
además, las imágenes del holocausto palestino (igual que en su día
las del holocausto judío) son imágenes icónicas,
imágenes síntoma,
imágenes
que atestiguan una época, unos acontecimientos terribles y
excepcionales, acontecimientos reveladores y significativos de un
estado de los conflictos y despiertan los sentimientos
correspondientes a una situación que nunca debió de producirse y
que nunca debe repetirse. Por ello perduran en la memoria y los
imaginarios de los pueblos y difícilmente se gastan y
pierden su eficacia emocional, su capacidad de despertar
sentimientos.
Las
recientes imágenes que conocemos sobre Gaza testifican la violencia
inadmisible de los israelíes y por ello forman y formarán parte el
recuerdo de un hecho vergonzoso y doloroso que no debe repetirse y
que debe permanecer en el recuerdo por su valor testimonial y moral.
Son síntomas de la enorme crueldad de una situación. Y la crueldad
qué hemos visto y experimentado y que nos ha impactado, será
atribuida durante muchos años a quienes fueron agentes de esas
masacres.
Las
escenas de niños, adolescentes y adultos heridos y mutilados,
sufriendo o muriendo, que hemos visto en directo van a persistir sin
duda en nuestra memoria. Durante muchos años serán parte de nuestro
Museo
del Holocausto palestino,
aunque sea un museo que llevemos sólo en nuestras mentes, porque los
palestinos incluso hayan desaparecido o no puedan construir museos
con fotografías y otros restos y huellas de sus experiencias
humillantes y dolorosas, inadmisibles.
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