viernes, 11 de marzo de 2011

La defensa del idioma o un ineludible deber


Mario Torrealba Lossi   


Nuestro ya desaparecido amigo, Augusto Germán Orihuela, cumplió varios años cuando hubo de situarse más allá del muro de la ausencia física de la que nos hablaba Don Fernando Paz Castillo. Ello es cierto, y recordamos – cómo Don Fernando, al hablar de los ausentes - habría de hablar de la “talanquera”, pues la vida hubo de crear la imagen del muro, y según lo saltáramos o no, tal lo añadiría nuestro gran poeta, uno se quedaba, para la eternidad, del otro lado, sin ningún derecho al regreso y sin ninguna esperanza de ir al Cielo, como se dice que decían San Pablo y el creador de la Divina Comedia.
Augusto, a quien llamábamos hipocorísticamente, “Augustus Germánigus” hubo ciertamente de escribir poco, pero cuándo lo hizo lo hacia bien. Tenia el dominio de una prosa engalanada, como siempre lo comentábamos en las reuniones de la comisión de Lexicografía. Por algo, fue durante años profesor distinguido en el Instituto Pedagógico Nacional.
El libro suyo, que ahora recordamos, se llama “La Identidad por el Idioma”, volumen que tuvo bastante éxito. Guillermo Morón, en aquel tiempo director de publicaciones de la Academia de la Historia, nos hizo publicar nuestra obra “ El Poeta del Fuego y otras escrituras”. A través de éste último texto, ponderábamos, entre otras cosas, la calidad lírica de Luis Enrique Mármol, poeta de la generación del año Veinte, fallecido en plena juventud.
También aprovechábamos para dar énfasis, en muchos tópicos de filología, gramática comparada y literatura europea y nacional. Hoy día deberían ser revisados esos temas, que mucho interesan a los sanedrines académicos, tanto los de Venezuela, como los de España y los del resto de América del sur y del Caribe. De más esta decir, que estamos en deuda con esa obligación, que nunca podremos dejarla al margen. Y mucho menos eludirla.
II

Según acabamos de leerlo en cierta crónica (viejísima), escrita por el guariqueño José Sánchez Torrealba - ¿pariente, acaso?-, las cosas relativas a la crisis del idioma, andan medio torcidas y como loqueando desde cuando se quitaron la máscara o se la pusieron los imperialistas.
Gringolandia debió sopesar lo cierto y lo falso que debe manejarse y que debemos colegir sobre el uso y el abuso idiomático, por culpa de aquellos “señorones de Washington” y de sus adlateres de siempre.
Estamos sufriendo por culpa de una subcultura dirigida por lacayos.
Corremos el riesgo de que perdamos nuestra personalidad, como entes, si ese fenómeno de un inglés tiranizado se impone sobre el español o el castellano. En tal sentido, hemos entregado al público nuestro libro de glosas “Retazos y Retozos del Idioma”, que ya va por varias ediciones.
Como se han pronunciado muchos escritores del continente, los americanos del norte del río Bravo, se dispusieron, luego de la guerra del 98, alzarse con el predominio del inglés, que lo vemos tan campante por todas partes, además de agresivo.
Pero en tanto que los mexicanos y los hispanohablantes en general, se entregan idiomáticamente al manierismo en boga, los puertorriqueños se empeñan en la defensa del español, aunque lo hablen y escriban con su particular forma tan plagada de baches, como ese muy conocido de “baquear” un automóvil, queriendo utilizar la morisqueta de echarlo para atrás, sea decir, en retroceso.
La cultura de Puerto Rico ha dado muchas figuras ilustres y brillantes, como Don José de Diego, fundador con Palés Matos del “Diepalismo”, movimiento literario basado en lo onomatopéyico. Además de destacados escritores, Puerto Rico, no sólo ha sido un emporio de creación de belleza, sino un ejemplo de rechazo a la seudo cultura yanki, que tanto daño le ha hecho a ese pequeño país desde el año noventa y ocho. Edna Coll fue, como académica, una grandiosa mujer protestataria.
III

Con todo ello, los puertorriqueños han sido vetados para la libertad, desde los tiempos de Harry S. Truman. Hoy cuentan con destacadas figuras que emulan su gentilicio. Por desgracia, su bolivarianismo no pueden pregonarlo abiertamente, debido a la ambigüedad de su estatus político y social; y tal la dialéctica existente, Pedro Albizu Campos fungió, hace cierto tiempo de ser su auténtico libertador.
Pero si le damos conclusión a ésta glosa volandera tendríamos que aceptar que se hace necesario el que el castellano existente en Venezuela y en el resto de América se mantenga vibrante, como una expresión invalorable y fiel del espíritu boricua y de su nacionalidad.
Según lo escribió alguna vez Uslar Pietri, estamos como infestados de una subcultura dominante, que se mueve, lejos de ser ciertamente idiomática y popular, para no ir mas allá, dentro del populacherismo.
Según el mismo Uslar, el término “cultura” no es más que un neologismo relativo y precisa librarnos de ese cartesianismo de que nos habló en una época Baltasar de Castiglioni. La palabra “cultura”, prosiguiendo con Uslar, no es más que una acepción plutarquiana de los hombres del Renacimiento.
Si vamos al fondo del asunto, Spengler usó una acepción evidente y antropológica. Más que las maneras ejemplares y dignas de imitación al buen decir, era la forma inmediata y fiel de conducirse que las sociedades diferentes tenían para expresarse .
Pero hace pocos días, cuando elogiáramos el ejemplo de Gandhi, el apóstol de la India que hubo de luchar pacientemente hasta lograr la independencia de su pueblo, desarrollamos la tesis de que no hay nada mejor que sentirse elegido, cuando necesitamos concebir y llevar a cabo una obra suprema en defensa de la humanidad. Así será como cambiaremos el curso de la vida cultural actual.
Nada, por consiguiente, resistirá el duro empeño para lograr el cambio de la esclavitud de los pueblos, los cuales todos aspiran a la independencia y a ser libres definitivamente.
En fin, y como dice el vulgo que el pez muere por la boca, el dominio de la lengua, su conservación y su creciente progreso nos salvarán de sufrir el golpe artero de los agresores y los decadentes. Por eso, tal presagiaba Augusto Germán, como no tendremos libertad, hagámosnos los mudos y renunciemos a una identidad a la fuerza, porque habremos perdido el idioma, forma indubitable y desgraciada para ser borrados del mapa. Decimos esto, porque la palabra – el pensamiento, en suma- , deben ser eternos para todos. ¡ Seguro que si! .

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