Mario Torrealba Lossi
I
Sobre don Ángel Rosenblat antes de ser jubilado del Ministerio de Educación, y actuando entre las máximas figuras de nuestro instituto, tuvimos la grata satisfacción de presenciar, junto con Pedro Felipe Ledezma - el Director – y Luis Luzón Hernández – el gran homenaje que de rendírsele a don Ángel el viejo Instituto, al que lo calificábamos todavía de “Entre los muros de la casa vieja”.
Rosenblat Había llegado de la Argentina, y estaba cumpliendo setenta años de edad, que para entonces eran bastantes por haber realizado un gran periplo educacional; sus alumnos nos sentíamos eufóricos, debido a que dicho maestro se hallaba mas allá – diríamos – de la brillante labor que, dentro de pocos años, lo pasaría a retiro dentro de las normas pedagógicas establecidas.
Gran pedagogo y filólogo, Rosenblat brillaba todavía con autentico magister al que se le reconocían todas las virtudes del saber, como no los hubo otros durante aquellos años. Además de radicarse en Venezuela, optaría por contraer matrimonio con quien siempre se sintió feliz y mimbrado por haber escogido para vivir a nuestra tierra.
Rosenblat era sumamente inteligente, y hasta siendo todavía muy joven recordaba a su país de la Europa Central, con no poca nostalgia. Pero según su hablar de perseguido, nos decía a sus alumnos: “Yo aquí me quedo”. Y seria hasta la muerte. Por lo demás, el maestro era pausado al hablar pero – no obstante – lucho en contra de la dictadura de Pérez Jiménez, que tantas desgracias le trajo al país.
Quizás (y sin quizás) entre los innumerables libros escritos por Rosenblat, el más alabado habría de ser el “Sentido mágico de la palabra” al cual, entre otras cosas, lo llamaba potencia benéfica que sirve para todo, puesto que tenía un inmenso poder, ante cuyo imperio nada ni nadie pudo sustraerse.
Polifemo imploraba a Poseidón, su padre, que lo condenara a no ver jamás a Ítaca, o a regresar tarde y desdichado luego de haber perdido a todos sus compañeros.
II
Indudablemente - y como lo repetía don Ángel – lo mágico de la palabra constituye una serie de valores en donde se funden diversos contextos y formas expresivas que comprenden: el sentido mágico; el fetichismo de la letra; El Castellano de España y El Castellano de América; Lengua y Cultura de Hispanoamérica y sus tendencias actuales. A estos títulos se unen la “Lengua Literaria y Lengua popular en América”; “Además del criterio de corrección lingüística”; “La gramática y el Idioma; y finalmente “El futuro de nuestra lengua, unido al cómo se hablaba y cómo si se trata de arcaísmos e innovaciones en todas sus formas. Finalmente, - dijo lo logro Rosenblat – como se decía y escribía durante los siglos anteriores de nuestra lengua.
La primera tendencia, la constituye la visión que tiene un turista del idioma y la manera como el aprendizaje de los niños esta en relación con la edad y con el proceso automático que es una forma ascendente, que comienza sin utilizar para nada la conciencia, pero que no obstante la mecanización de las palabras constituye un proceso repetitivo de cada pueblo.
Cada uno de nosotros – decía nuestro gran filólogo – desarrolla, desde sus comienzas, los mecanismos del habla, pero lo hace inconscientemente, por simple repetición y habito.
Existe un purismo lingüístico que no predican los púberes, pero que, no obstante, no vale sino para los principiantes. Pero, con todo, y si hablamos del castellano de España o en las diversas regiones de Venezuela, coexiste cierta unidad y diferenciación proclive al buen expresarse.
Todo el que se acerca a dicha unidad y diferenciación del idioma, establece como el estudioso, poco a poco, ira encontrando variaciones entre el hablar puro, el vulgar y en la propensiones al macarronismo a que se referían los hablantes o los diletantes antes de los siglos XVI, XVII y XVIII.
Así como se proclama que la lengua es un pasatiempo común, existe, así mismo, su fuero familiar, su diversidad léxica y su unidad dinámica y variada.
Si examinamos algunos signos ortográficos que aparecen en la gran novela de García Márquez, Cien años de soledad, determinemos que el célebre autor casi no usa acentos para los adverbios y es partidario que cada escritor respete ciertas reglas de ortografía, pero sin que se le suba lo normativo a cuanto no se debe hacer. García Márquez, ciertamente, ha sido un gran escritor, pero se ha comportado irreverentemente; e imitando a Unamuno, ha reaccionado en muchas de sus novelas, creyéndose un sabelotodo, con pleno derecho a pensar en cuanto le venga en ganas. Con la gramática y la ortografía hace todo lo que quiere. No para mientes en nada.
III
Empero volviendo a Rosenblat, El Sentido Mágico de la Palabra, resulta para nosotros como su mejor obra. La hemos releído varias veces y nos sentimos súper satisfechos.
Los dioses antiguos – escribía don Ángel – fueron muy admirados, especialmente por los griegos. Estos usaban epítetos y su discurso era sumamente variado. Al nombrar a los faraones, los llamaban “gavilanes”. La lengua hablada – advertía el maestro Rosenblat – tiende siempre a mirarse en el espejo de lo real y todo lo usual lo hace por asociaciones lógicas. No improvisaban.
Mas como lo pensaba Bernard Shaw, la lengua común – la del vulgo – nunca esta excenta de conflictos y hasta de incomplexiones. En Puerto Rico – escribimos cierta vez – usaban. Para imitar al imperialismo yanqui, el verbo “baquear” (echar hacia atrás o como retroceder) que si se usaba en castellano.
En nuestra lengua son innumerables las palabras en las cuales, el ingles se ha impuesto a las “machas”, por que los del “norte” creen que seguimos sieddo pendejos, tal decía Uslar Pietri, Todas esta cosas bien lo conocía Rosenblat.
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