Las nuevas realidades del sistema internacional I
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Por Sergio
Rodríguez Gelfenstein
Si afirmo que la guerra fría finalizó y el mundo bipolar caducó no estaré diciendo ninguna novedad, todos coincidirán con esa aseveración. El problema comienza a surgir cuando se discute qué tipo de sistema internacional ha sustituido al que feneció el siglo pasado. Lo cierto es que en los últimos 25 años el mundo no se ha podido poner de acuerdo para estructurar un modelo que sea ventajoso para llevar adelante los más preciados anhelos de la humanidad: vivir en paz, utilizar los recursos para el desarrollo, eliminar el hambre, evitar las epidemias, lograr el acceso universal al agua e impedir el proceso continuo de destrucción del planeta, entre otros. Nadie podrá dudar que el capitalismo fracasó en hacer un planeta vivible solucionando esas elementales demandas para la vida humana.
Es común
escuchar que tras la imposibilidad de Estados Unidos por implantar un
sistema unipolar, avanzamos hacia la construcción de uno multipolar,
lo cual es parcialmente cierto toda vez que se ha ampliado la
distribución del poder en el sistema internacional. Sin embargo, el
problema de fondo es que sea cual sea la estructura política del
globo, la misma sigue siendo injusta, sobre todo porque su
característica primordial es la exclusión de la mayoría de la
población.
Y así
será mientras Estados Unidos sea la principal potencia militar y
económica del planeta. La multipolaridad deseable para los
latinoamericanos y caribeños sería aquella en la que podamos
participar a través de un bloque propio en la estructura de poder
mundial. En ello, también Estados Unidos ha hecho lo imposible por
impedirlo, sobre todo en los últimos 15 años cuando se había
avanzado más en esa dirección. Por ello, la integración de América
Latina y el Caribe es la más débil y la que menos ha evolucionado
en el mundo, incluso por detrás de Asia o África. Si en aquellas
regiones, el factor ideológico dejó de tener importancia para las
relaciones internacionales, en América Latina, 25 años después del
fin de la guerra fría, Estados Unidos sigue estimulando su validez a
nivel regional.
Decía que la
existencia de un mundo multipolar es parcialmente cierta porque su
existencia supone bloques de poder en conflicto, es decir la lucha
por el poder existe en medio de la no aceptación del papel relevante
que otro actor pueda tener y se lucha por el desgaste del rival como
potencia planetaria. En realidad lo que observamos es una tendencia
al equilibrio, dada la imposibilidad de un actor de imponerse sobre
otro. En esa medida, aunque el conflicto es retórico, lo real es la
cooperación y la búsqueda de los acuerdos. Eso sería muy sano para
el planeta si efectivamente condujera a la paz y a evitar la
destrucción del medio ambiente. Lamentablemente no es así, porque
el equilibrio de los poderosos, se sustenta en la exclusión de la
mayoría.
En ese
contexto, como decía antes, a pesar que Estados Unidos nos sigue
imponiendo el factor ideológico como eje articulador de las
relaciones internacionales, los poderosos prescindieron de esa
condición y ahora imponen una lógica basada en los intereses
nacionales, alejados de principios y donde el “sálvese quien
pueda” es la norma del comportamiento de los gobiernos, sea cual
sea su orientación política o ideológica. Casi la totalidad de los
países han comenzado a adoptar tal conducta, donde la ética ha
dejado de ser un valor que se imponga en el ámbito internacional.
La cercanía
(subordinación en algunos casos) de un país del sur a una u otra
potencia jamás será garantía de salvaguarda frente a la agresión
imperial. Las amistades son coyunturales y sujetas a los vaivenes del
poder y a los intereses tácticos de las potencias, así como a los
equilibrios necesarios para hacer valer esos intereses. La reciente
Cumbre del G-20 celebrada en China es una expresión clara de esta
tendencia.
Previo a ese
evento, se realizó en la ciudad rusa de Vladivostok, el Foro
Económico de Oriente. En tal evento, se concretó una reunión entre
el presidente de ese país Vladimir Putin y su homóloga surcoreana,
Park Geun-hye.
Refiriéndose
a la república Popular Democrática de Corea, Putin afirmó “…
que nuestros países no aceptarán el autoproclamado estatus nuclear
de Pyongyang”. Tras el apoyo recibido, la presidenta surcoreana
Park fue enfática al decir “Es muy importante resolver cuanto
antes el problema nuclear norcoreano, que representa la mayor amenaza
a la seguridad en esta región”. Nada se habló de la verdadera
amenaza para la península coreana y para toda la región que es la
presencia de un contingente de más de 30 mil soldados
estadounidenses, acompañados de misiles, barcos y aviones que
alteran la correlación de fuerzas militares en la península y que
están estacionados ahí desde muchas décadas antes que se iniciara
el programa nuclear norcoreano. Por otro lado, si se trata de
programas militares nucleares no autorizados, por qué no se dice
nada respecto del de Israel que significa una amenaza permanente,
bajo protección de Estados Unidos, a toda la región del Medio
oriente y el norte de África. La ley debería aplicarse para todos
por igual o, ¿es que acaso hay un acuerdo secreto entre las
potencias en ese sentido?.
En el mismo
evento, y a pesar de profundas contradicciones por el diferendo
territorial en las islas Kuriles, Rusia y Japón empezaron a evaluar
una asociación económica, “lo que es algo positivo porque en el
ámbito político existen muchas diferencias””, según la opinión
de Dmitri Streltsov, director de Estudios Orientales del Instituto
Estatal de Relaciones Internacionales de Moscú quien agregó que
”…la visita de Putin a Japón, la cual ha sido aplazada en varias
ocasiones, se realizará en diciembre conforme a lo previsto”. Es
evidente que a diferencia del pasado, hoy, las contradicciones
políticas no son óbice para estrechar las relaciones económicas.
La tendencia
se mantuvo y profundizó durante la Cumbre del G-20 que se inició en
días posteriores en China. En ese ámbito, mientras las tensiones
entre Estados Unidos y el gigante asiático se incrementan por la
actitud militar injerencista de la potencia norteamericana en el mar
de la China Meridional, los presidentes de los dos países
anunciaron la ratificación de ambos del Acuerdo de París sobre
cambio climático, dándole al mundo un respiro de alivio en ese
sentido si es que lo llegaran a cumplir, toda vez que entre ambos
producen el 40% de las emisiones contaminantes globales, mientras que
se necesitan que los causantes de hasta un 55% de las mismas y 55
países lo ratifiquen para que entre en vigor.
En el evento,
donde hubo un llamado del presidente chino a poner la política en
segundo plano y preocuparse más de la búsqueda de beneficios
económicos que puedan ser accesibles para los países
subdesarrollados, se realizaron innumerables reuniones bilaterales
que parecían superar las tensiones de una conflictividad mundial,
signada por la guerra en Siria, el diferendo en Ucrania, la
agresividad imperial de Estados Unidos en América Latina y el
Caribe, el desmembramiento del estado de bienestar en Europa, así
como las amenazas desintegradoras al interior de la Unión Europea y
la incapacidad del viejo continente por detener las olas de migrantes
que huyen de guerras creadas por ellos mismos. (CONTINUARÁ)
sergioro07@hotmail.com
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