Algunas reflexiones sobre el fin del “ciclo progresista”
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Por
Sergio Rodríguez Gelfenstein
El
debate sobre el “fin del ciclo progresista” se mantiene y amplía,
sobre todo después que se han cumplido dos meses de aplicación en
Argentina de lo que -como dijimos la semana pasada utilizando un
concepto de Immanuel Wallerstein- podría denominarse un modelo de
“fascismo democrático”.
Así
mismo, su caudal se viene a alimentar con las acciones de la
oposición venezolana encaminadas a hacer retroceder las conquistas
de los trabajadores y el pueblo en los últimos quince años, los
nuevos intentos desestabilizadores de la derecha y ciertos sectores
de las fuerzas armadas ecuatorianas y la incertidumbre respecto del
resultado del referéndum en Bolivia. Todo ello apunta a confirmar la
tesis de aquellos que aseguran que ha habido un ciclo progresista y
que el mismo está llegando a su fin.
Desde mi punto de vista, hablar de ciclos entraña un pensamiento lúgubre y fatalista de la historia que apunta a la idea de que los avances logrados en la lucha de los pueblos pasa por ciclos que necesariamente van a tener un retroceso. Suponer que esos momentos de flujo o, como se ha dado en llamar “ciclos progresistas” están vinculados a la llegada al gobierno de una fracción del movimiento popular, en el marco de democracias liberales representativas, cuando la estructura del poder económico no se ha cambiado (por las razones que sean), es simplificar la significación de la lucha de los pueblos por su liberación.
Asumiendo
incluso que las transformaciones estructurales no se han hecho,
simplemente porque no existen las condiciones para ello, se da cuenta
de la superficialidad con que se acepta la idea de “ciclo”, toda
vez que la persistencia de un momento de flujo del pueblo depende de
su capacidad de ensanchar en cantidad y calidad el espectro de
fuerzas que configuran la masa que va a actuar como sujeto del
proceso de transformación. El solo hecho de que esa correlación de
fuerzas pueda ser revertida, incluso estando en el gobierno algún
representante de una fracción progresista, democrática,
independentista o anti imperialista, nos habla de un proceso
dialectico en el que el “ciclo” es solo un factor temporal, tal
vez importante para los académicos que necesitan
sistematizarlo para
efectos didácticos.
Aunque
la idea de paso de un ciclo de una situación de flujo del movimiento
popular a una de reflujo, expone la continua ley dialéctica de
negación de la negación, no considera de la misma manera, las de la
unidad y lucha de contrarios y mucho menos la de los saltos
cuantitativos a cualitativos. Desde el punto de vista de la
dialéctica la aplicación de estas leyes, discurren de manera tal
que en términos estratégicos la historia siempre camina hacia
adelante. Es en ese sentido, que me parece que hablar de “ciclos”
tiene un carácter pesimista y desmovilizador. Vale recordar que si
comparamos la América Latina y el Caribe de hoy con la de 1998
cuando el Comandante Chávez ganó las elecciones por primera vez, la
situación en términos de organización, formación y conciencia
política de los pueblos, es infinitamente superior. Eso siempre ha
sido así, ha habido avances de los pueblos independientemente de si
llegan o no al gobierno, aunque generalmente ese ha sido el parámetro
para medir tal adelanto.
Veamos
la historia de América Latina y el Caribe al respecto. El primer
gran momento político de los pueblos de la región lo inaugura la
Independencia de Haití en 1804, ello sirvió como impulso y apoyo
político y moral a los independentistas en las colonias
hispanoamericanas, que una a una fueron logrando su emancipación en
la década siguiente, incluso la visión estratégica del Libertador
Simón Bolívar atisbó la necesidad de la integración como vía de
dar presencia a la región en el mundo del futuro. Pero en 1830
comenzó un proceso de regresión cuando las oligarquías se hicieron
cargo de los Estados nacientes y establecieron políticas encaminadas
a satisfacer intereses particulares de grupos, en detrimento de las
mayorías nacionales y de la región.
Los
próximos ochenta años fueron de hegemonía comercial inglesa,
desintegración de naciones, penetración del capital extranjero,
intervenciones militares de Estados Unidos, guerras fratricidas,
secesión de países, avance en la implementación jurídica de la
idea panamericana, hasta la transformación a finales del siglo XIX
de estados Unidos en primera potencia mundial, todo lo que se podría
llamar un “largo ciclo conservador y retrógrado”. Era la época
de las políticas imperiales del “Gran garrote” y “Diplomacia
del Dólar”.
Sin
embargo, ya a inicios del siglo XX habían comenzado a ser fundados
partidos de tendencias democráticas y reformistas y sindicatos que
organizaban a la clase obrera en función de sus propios intereses,
cuestionando por primera vez el orden establecido. Cien años después
de la Independencia, la Revolución Mexicana fue el primer gran
proceso de transformación profunda en la América emancipada
ejerciendo un impacto ideológico y emocional sin parangón en la
historia y dando un influjo a las luchas populares en la región.
No
sé si eso llegó a ser un “ciclo”. La nueva Constitución
mexicana de 1917, surgida de la revolución fue un modelo para
la institucionalización de las ideas progresistas y anti feudales,
dando un papel predominante al Estado y rechazando al imperialismo.
Estados Unidos se vio obligado a desatar una política ultra
conservadora a fin de frenar el ejemplo de la Revolución mexicana,
lo cual devino en un nuevo momento de reflujo del movimiento popular.
Sin
embargo, las luchas populares continuaron. La crisis económica se
enseñoreó en Estados Unidos, lo cual unido a su entrada en la
segunda guerra mundial unos años después, creó una situación
propicia para el avance de los pueblos. La potencia imperial se vio
obligada a implementar la política del “Buen Vecino”. Estados
Unidos retiró sus fuerzas de intervención de los países que tenía
ocupados ante un capitalismo debilitado, mientras en América Latina,
los gobiernos estaban rendidos a los pies del poderoso. La región
vivió una situación positiva desde el punto de vista del desarrollo
económico y social producido por el alza de sus materias primas por
efecto de la guerra.
Nuestros
países, ricos en energía, minerales y alimentos incrementaron sus
ingresos generándose un derrame financiero que repercutió en el
mejoramiento de las condiciones de vida, pero salvo los gobiernos de
Getulio Vargas (bastante contradictorio) en Brasil y de Jacobo Arbenz
en Guatemala, derrocado a sangre y fuero, no se podría hablar de
“ciclo progresistas” en la región, a pesar de que hubo progresos
muy importantes en la organización y la lucha popular. ¿Se podrá
decir que fue un ciclo progresista generado por la crisis capitalista
de 1929 y las repercusiones económicas positivas de la guerra? ¿Les
suena conocido?
Casi
al finalizar la década de los 50 del siglo pasado, con muy poca
diferencia en el tiempo, cayeron las dictaduras de Perú,
Colombia y Venezuela. Y vino el momento más alto jamás alcanzado
desde la Independencia y la Revolución mexicana: la victoria del
pueblo cubano en 1959 que sí cambió todo, ¿alguien puede explicar
cómo una tromba revolucionaria como la que se produjo en la mayor de
las Antillas no generó un “ciclo progresista”? ¿Por qué Perú,
Colombia y Venezuela no siguieron el mismo derrotero de Cuba?
Sin
embargo, hay que decir que la persistencia y presencia de Cuba, su
resistencia sin par a la agresión imperial, siempre ha sido un
estandarte blandido por las fuerzas progresistas de la región.
Pasó más de una década antes que Salvador Allende llegara al
gobierno en Chile, antes militares progresistas como Juan Velasco
Alvarado en Perú y Omar Torrijos en Panamá, intentaron desarrollar
procesos de soberanía y defensa de los intereses nacionales. Por un
breve período, se sumó el General Juan José Torres en Bolivia unos
años después. Perón había regresado a Argentina. ¿Se puede
atribuir al influjo de la Revolución Cubana este “nuevo ciclo”?
Sin
embargo, todo cayó bajo la noche negra del fascismo. Jamás escuché
en esos años de persecución y muerte, de clandestinidad y riesgos
que alguien hablara de “fin de ciclo”. Sólo se pensaba en
organizarse y luchar para derribar las dictaduras, retomar la
democracia y avanzar hacia la revolución. Al final, igual que en la
Independencia, las derechas reaccionarias y las izquierdas recicladas
en Europa se hicieron cargo del Estado, despojando al pueblo de una
victoria que le pertenecía, después de haber llevado la parte más
dura de la confrontación.
Los
triunfos de Nicaragua y Granada en 1979 parecieron inaugurar “un
nuevo ciclo”, pero fueron enfrentados con la guerra y la invasión,
que paralizaron un proceso, retomado en diferentes condiciones 17
años más tarde en un caso, y destruido desde sus raíces el otro.
De todas maneras, la revolución sandinista ejerció una influencia
notoria en el fin de las dictaduras de seguridad nacional, y en el
logro de la paz que con la sola excepción de Colombia se obtuvo en
toda Latinoamérica antes de finales el siglo pasado. ¿A qué ciclo
pertenecen estas luchas?
Y
ahora… este debate, estéril para mí, sobre el fin del último
“ciclo”, el que inauguró Hugo Chávez y se supone, cerrando el
gobierno de Mauricio Macri. Visto en la perspectiva histórica ,
vendrán nuevos “ciclos” porque la lucha de los pueblos no se
detiene, es dialéctica, es continua, es permanente, se hace a veces
en mejores condiciones cuando se han logrado algunos espacios de
poder. y en mucho peores en otras, cuando la represión, el asesinato
, la tortura y la muerte es la alternativa.
De
lo que si estoy seguro es que la América Latina de hoy es mejor que
la de la Independencia, mejor que la de la revolución mexicana,
mejor que la que inauguró el luminoso triunfo de Fidel Castro y el
pueblo cubano en 1959, mejor que la del fin del siglo pasado cuando
Hugo Chávez llegó al gobierno en 1999 y será siempre mejor
mientras los pueblos sigan luchando haya o no haya “ciclos
progresistas”.
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