Por Sergio Rodríguez Gelfenstein: ¿Cómo es posible que?
Enviado
por Barometro
Internacional el domingo, 01 marzo, 2015 a las 22:51
Hace
unos días visite a mi tío Eduardo Rodríguez quien vive en
San Felipe, capital del estado Yaracuy. Para los que leen fuera de
Venezuela, San Felipe es una ciudad ubicada a unos 300 Km. al oeste
de Caracas. Tanto la ciudad como el estado son posiblemente, los más
limpios de toda Venezuela. Da gusto transitar sus pulcras carreteras
y autopistas impregnadas de un verdor que abruma, cubriendo todo el
paisaje con una paz embriagadora. Basta recorrer Yaracuy, estado
eminentemente agrícola, para percibir un buen gobierno que se
desearía en otras latitudes y longitudes del país.
Volviendo
a la sabrosa conversación, lejana de todo academicismo, pero basada
en un profundo conocimiento y estudio de la realidad internacional
por parte de Eduardo, fue inevitable el debate sobre el problema de
la permanente amenaza de utilización de la violencia por parte de
los poderes que se resisten a aceptar una nueva realidad, mientras
los ciudadanos están inermes, a pesar que se argumenta que el
pueblo está en el gobierno. En ese contexto, apareció la consabida
pregunta de ¿cómo es posible que…?
En
un distendido ambiente familiar, no pretendí hacer una disertación
teórica ni esbozar consabidos argumentos superficiales que me
permitieran salir del paso con simplicidades y lugares comunes que
llenaran el momento, mucho menos hacer que se supusiera que tenía
respuestas para todo. Eduardo no me lo hubiera permitido.
Ello
me condujo a pensar, dada la reiterada manifestación de inquietud,
expresada a través de conversaciones y correos hechos llegar en las
últimas semanas que efectivamente estamos ante una extraña
situación producida cuando un pueblo que ha elevado sus niveles de
entendimiento y su capacidad de análisis político, no encuentra
explicaciones ante determinados hechos que ocurren. La ausencia de
lo que se llamó “pedagogía popular” del Comandante Chávez ha
comenzado a hacerse sentir. La inexistencia de un proyecto
masivo de formación y educación que debería encarar cualquier
partido político, la incapacidad de los instrumentos
comunicacionales de generar mejores herramientas de análisis para
aportar mecanismos que coadyuven a entender los procesos que se
viven, confluyen negativamente en esta percepción. Los medios de
comunicación, en particular la televisión y la radio se
circunscriben a informar, a veces acríticamente, los hechos
que ocurren. Y ello, no coadyuva al proceso de toma de conciencia,
sobre todo porque la fuerza de las transnacionales de la información
que transmiten violencia, consumismo e individualismo conducen a su
objetivos de concebir sociedades más frágiles en el camino de
crear condiciones para fragmentarlas y hacerlas más permeables y
receptivas a la propaganda imperial.
En
el mundo de hoy, ese es un paso imprescindible y necesario a fin de
generar las circunstancias más propicias para intervenciones
de cualquier tipo. Se trata de emular formas de vida,
costumbres, hábitos alimentarios, modas en el vestir e intereses de
potencias que aparecen esgrimiendo conductas y principios a los que
se les da valor universal. Esto también incluye el papel del
Estado, las características de la democracia y la defensa de los
derechos humanos. En el último siglo y medio, Estados Unidos se ha
autoerigido en el evaluador universal de los comportamientos
políticos de los Estados y pueblos a partir de cánones
establecidos unilateralmente, pretendiendo una homogeneidad global
que no existe, toda vez que civilizaciones y pueblos distintos y
diversos, configuran la maravilla global de la vida en este planeta.
En
este sentido, los poderes imperiales se arrogan el uso de la
violencia. Hay que decir que la violencia forma parte de la
esencia del capitalismo constituyendo un elemento consustancial de
su ADN. Hablando de “la llamada acumulación original” en El
Capital, Carlos Marx, decía que “en la historia real (a
diferencia del relato idílico de la economía política)
desempeñan un gran papel la conquista, la esclavización, el robo y
el asesinato: la violencia, en una palabra”. Por su parte en el
Anti-Dühring, Federico Engels afirmaba que “Son siempre y
en todas partes las condiciones económicas y los recursos de poder
de que se dispone los que ayudan a la violencia a triunfar y sin los
cuáles ésta deja de ser violencia”.
Para
Marx y Engels, la violencia está íntimamente ligada al Estado. En
el Manifiesto Comunista señalan que “el poder político, hablando
propiamente, es la violencia organizada de una clase para la
opresión de otra”. Para quienes se escandalizan porque se habla
de Marx y del Manifiesto Comunista, vale decir que Max Weber, otro
de los padres de la sociología consideraba que el Estado es una
entidad que ostenta el monopolio de la violencia y los medios de
coacción. Esta definición weberiana ha sido básica para los
estudiosos de las ciencias políticas alejados de Marx y del
socialismo. Cuando ambos aceptan estos preceptos no determinan
diferencias entre uno u otro tipo de Estado, siendo necesario
recordar, que incluso en el Estado socialista, -si hubiera alguno en
el mundo-, todavía existen clases sociales que luchan por el poder
y, que en la medida que lo asumen, poseen “el legítimo derecho a
la violencia”.
De
manera tal que no debería haber cuestionamientos en este sentido.
Sin embargo, la modernidad ha establecido límites en los marcos de
la democracia, -a fin de evitar desbordes que conduzcan a la
violación de los derechos humanos de los ciudadanos- los cuales a
partir de 1948 fueron transformados en Resolución de Naciones
Unidas a través de la Declaración Universal de Derechos Humanos.
Precisamente, uno de los considerando de esta Declaración
manifiesta que “…el desconocimiento y el menosprecio de los
derechos humanos han originado actos de barbarie ultrajantes para la
conciencia de la humanidad, y que se ha proclamado, como la
aspiración más elevada del hombre, el advenimiento de un mundo en
que los seres humanos, liberados del temor y de la miseria,
disfruten de la libertad de palabra y de la libertad de creencias”.
A pesar de esto, el presidente de Estados Unidos, hace sólo unos
días se permitió afirmar que su país “en ocasiones tuerce el
brazo a los países cuando no hacen lo que queremos”. Posiblemente
Hitler y Pinochet se hubieran sonrojado ale escuchar esta confesión.
La diferencia, es que ninguno de los dos se propuso vender su
proyecto como modelo de democracia.
La
verdad es que otra ha sido la realidad. No debe olvidarse que la
democracia siendo un paso adelante en la historia política de la
humanidad fue desde sus inicios fue un sistema excluyente. En la
antigua Grecia, sólo los ciudadanos tenían derechos, mientras la
mayoría de la población que era esclava, no los poseía. 2500 años
después y considerando los avances que han significado el
feudalismo y el capitalismo respecto de tal época, la democracia
sigue siendo un sistema excluyente en la sociedad. Continúa
mostrando una faceta que la exhibe como un sistema político de
élites.
El
capitalismo la ha perfeccionado al máximo, estableciendo desde hace
un poco más de dos siglos, un modelo representativo que se ha
jerarquizado cada vez más y que mediante el monopolio de la
violencia busca perpetuar el poder económico de aquellos que
mediante el control del poder político sostienen ese modelo de
élites. Esto es lo que ha comenzado a desmoronarse y a adquirir
nuevas formas en algunos países del mundo y en particular en
América Latina. No se trata de la clase obrera asaltando el poder
como lo presagió Marx o Lenin. Se trata, solamente de establecer,
en el marco del capitalismo, nuevas reglas de juego, que al menos
protejan a nuestros países de la expoliación imperial y la
aplicación de medidas neoliberales, permitiendo de esa manera,
espacios superiores de inclusión que conduzcan a mejorar las
condiciones de vida, en particular las de educación y cultura para
que, de esa manera, teniendo ciudadanos conscientes de su condición
de sujetos de la historia, puedan participar protagónicamente en el
proceso de transformación revolucionaria de la sociedad.
No
es todavía el socialismo, se trata de crear una correlación de
fuerzas que haga posible iniciar la transición al socialismo. Pero,
incluso esto es resistido violentamente por los poderes imperiales y
sus representantes locales. Aún cuando han perdido la posibilidad
de utilizar el aparato del Estado para utilizar la violencia a su
favor, recurren a ella, porque finalmente hay un poder global
que ampara tales acciones, a partir de su resistencia a aceptar que
una época nueva está naciendo.
Vale
decir, que el gobierno es sólo una parte del poder y que asumir el
gobierno solo sirve, - si se trabaja en pro de ello- para crear
mejores condiciones para que el pueblo pueda acceder al poder. Este
proceso no está exento de contradicciones, porque como se ha dicho
antes, confluyen múltiples intereses que pueden acelerarlo o
frenarlo. El desconocimiento y la incomprensión frente a la
existencia de estos fenómenos que son propios de las sociedades de
clases, son los que motivan la cada vez más común interrogante de
¿cómo es posible que…? la cual, mi tío Eduardo Rodríguez se
hace tan seguido.
sergioro07@hotmail.com
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