Estados
Unidos globalizó la tortura desde los años 60
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18.12.2014(actualizada a las 13:38 18.12.2014)
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En
una guerra, aunque se trate de una Guerra Fría, es necesario contar
con una agencia amoral que pueda operar en secreto.
-
General Walter Bedell Smith, cuarto Director de la CIA, 1950
El
reciente informe de la Comisión de Inteligencia del Senado
norteamericano de 528 páginas, sobre el programa de torturas que la
CIA puso en práctica después de la caída de las Torres Gemelas
fue como una bomba que estremeció a la opinión mundial
y viene causando el repudio en todos los rincones del planeta.
Es
escalofriante pensar que un estado, que desde hace más de 200 años
se presenta como un paladín de la democracia y defensor de los
derechos humanos, haya incorporado la tortura como una práctica
racional compatible con los valores democráticos, por eso es
innegable que el espíritu de la sociedad norteamericana está
corroído por el cáncer de la violencia.
Se
necesita la pluma de Dante Alighieri para describir el infierno que
sufrieron hombres y mujeres a manos de torturadores de la CIA que
realizaban su labor demoníaca aplicando una de las 24 técnicas de
“interrogatorio” autorizadas el 16 de abril de 2003 por el
Secretario de Defensa, Donald Rumsfeld. Una de las prácticas más
“suaves” “Áspero Derribar” (Rough Takedown) descrita en el
informe dela CIS consiste “en la entrada violenta con gritos e
insultos de unos cinco oficiales de la CIA en la celda de un detenido
a quien sacan afuera, lo desnudan violentamente, lo amarran con cinta
Myler, lo arrastran por el pasillo mientras lo cachetean y pegan
amenazando a secuestrar y violar a sus familiares” si no colabora.
Los
torturadores de la CIA y de la DIA (Agencia de Inteligencia Militar)
llegaron a tal crueldad que los consejos de uno de sus colegas,
el tristemente famoso en los años 1960 en el Brasil y en los 1970 en
Uruguay, el norteamericano Dan Mitrione, parecían un chiste. Decía
Mitrione que “hay que causar solo el daño estrictamente necesario,
ni un milímetro más. Debemos controlar nuestro temperamento en todo
caso. Se debe actuar con la precisión de un cirujano y con la
perfección de un artista”, decía el inventor de la “silla del
dragón” un aparato eléctrico que hacía salir humo por la boca
del torturado.
Los
modernos “especialistas en tortura” fueron muy lejos en su empeño
sobrepasando inclusive los límites de su cruel fantasía.
Para
hacerlo tenían la autorización de la Casa Blanca, después de que
sus asesores legales John Yoo, Steven Brabery y Jay Bybee liderados
por Alberto Gonzales escribieron famosos “Memorandos sobre la
Tortura” creando un marco legal para esta práctica. En uno de
estos documentos Jay Bybee escribió que “la Convención contra la
Tortura”, a la que se adhirió EEUU en 1994, pero que nunca la
ratificó, “podría ser inconstitucional pues afecta la autoridad
del presidente para conducir guerra”.
Aquellos
memorandos se hacen inclusive más repugnantes cuando sus autores
hablan de la incorporación de los médicos para hacer más efectiva
aquella práctica aberrante de la tortura. En 2001 la CIA contrató a
dos psicólogos James Mitchell y Bruce Jessen por la suma de
180 millones de dólares para perfeccionar los existentes métodos de
la tortura.
Lo
triste de todo esto es que la Asociación Americana de Psicólogos
(APA) autorizó a sus miembros a participar en los interrogatorios
después de que su Comisión de Ética llegó a la conclusión que
“participar en roles consultivos en procesos de interrogación y
recolección de información para los propósitos relacionados con la
seguridad nacional es consistente con el Código de Ética de la
APA”. Estos psicólogos torturadores tenían la misión de quebrar
la voluntad del interrogado y someterlo absolutamente a base de la
teoría de la “indefensión adquirida” elaborada en los años
1960 por los doctores Martin Seligman y S.Maier.
Y
no solamente los psicólogos, también los psiquiatras y otros
médicos jugaron un papel prominente en la aplicación de la tortura.
Los galenos y enfermeras fueron involucrados en los interrogatorios
como “agentes de seguridad” obligados a violar la
confidencialidad del paciente y compartir lo que sabían sobre la
salud del detenido con los torturadores para “aumentar la
efectividad del interrogatorio”, violando las reglas de la
Asociación Médica Mundial y la Asociación Médica Americana.
En
realidad la práctica de la tortura tiene un largo trayecto en la
historia moderna de los EEUU. Según el estudioso Mike Riddie, la CIA
ha estado haciéndolo desde su creación en 1947 logrando
“perfeccionar” las técnicas de tortura en Vietnam. Basta revisar
el “Programa Fenix” que dio muerte a más de 20.000 vietnamitas
inocentes para darnos cuenta del cinismo y la aberración del sistema
norteamericano. Fueron precisamente los instructores norteamericanos
que posteriormente transmitieron esta práctica a sus satélites
incondicionales en América Latina, Asia y África. De acuerdo a Noam
Chomsky y Edward Herman, en los años 1970 de los 36 países que
utilizaban la tortura, 26 eran clientes norteamericanos.
Uno
de los jefes del Servicio de Inteligencia de Uruguay en la época de
la dictadura militar (1973-1985), el almirante Eladio Moll declaró
que “EEUU nos enseñó y adoctrinó a torturar y matar a los
prisioneros políticos bajo el lema “tortura y mata”. En Chile,
Augusto Pinochet Hiriart, el hijo del infame dictador aclaró en 2001
que “la guerra antisubversiva no la aprendimos de nadie más, que
de los norteamericanos. Cuando ellos hablan de tortura, son los
métodos de interrogación que nos enseñaron”.
La
técnica de los “vuelos de la muerte” practicados durante la
dictadura en Argentina (1976-1983) para tirar a los prisioneros vivos
al mar después de torturarlos y en el caso de las mujeres,
violarlas, fue la continuidad de la experiencia norteamericana en
Vietnam con “el viaje interrumpido en helicóptero” o “la
lección de volar”. Solamente sus alumnos latinoamericanos trataron
de superar a sus instructores en su empeño de torturar, violar y
matar”.
Lo
aprendieron en la Escuela de las Américas cuando en los años 1960
la tortura fue incorporada oficialmente como un método de
interrogación a los detenidos políticos. En aquella época fue
creado el manual “La Lucha Contra la Subversión” en el cual se
detallaba los métodos y prácticas, con el uso de instrumentos
especiales para hacer “hablar” hasta a los más inocentes. Se
calcula que más de 80.000 militares latinoamericanos pasaron por esa
escuela que fue llamada por las instituciones de derechos humanos
como la “Escuela de la Tortura”.
Posteriormente
se cambió de nombre convirtiéndose en el Instituto del Hemisferio
Occidental para la Cooperación en Seguridad. Precisamente en aquella
época se formaron los primeros equipos médicos destinados para
mantener vitales y saludables a los torturadores y mantener vivos a
los torturados durante el interrogatorio.
Los
mejores científicos fueron contratados para la industria de la
tortura. Se calcula que los productores de estos instrumentos están
ganando actualmente alrededor de 500 millones de dólares al año
sólo en EEUU y otros tantos en Taiwán, Corea del Sur, Alemania,
Israel, Francia e Inglaterra. Los tres últimos países tienen una
larga experiencia en el uso de esta práctica bárbara. Israel tiene
legalizada la tortura y la practica con los sospechosos palestinos.
Francia la perfeccionó durante la ocupación de Argelia (1830-1962)
y los ingleses la emplearon en Irlanda del Norte.
La
experiencia de estos países fue utilizada en EEUU para crear el
Manual de Entrenamiento para la explotación de Recursos Humanos
bautizado como Manual del Buen Torturador. Lo curioso fue que el
mismo propulsor de la tortura después de la caída de la Torres
Gemelas, el vicepresidente Dick Cheney, en 1992 siendo el Secretario
de Defensa ordenó destruir todos aquellos manuales que contenían
“material ofensivo y desagradable”.
Diez
años después cambió de idea autorizando y legalizando la tortura
junto con George W. Bush, George Tenet y Donald Rumsfeld convirtiendo
así a Norteamérica en un Estado torturador. A la vez, la
justicia fue relegada a segundo plano después de que en 2002 el
Fiscal General John Ashcroft ordenara cubrir las estatuas
semidesnudas del salón de actos del Departamento de la Justicia, que
representaban el “Espíritu de la Justicia” y la “Majestad de
la Justicia”, bajo el pretexto de que eran “escandalosas”.
Fue
una premonición de los tiempos oscuros que venían pero muy pocos lo
percibieron en Norteamérica, ese pueblo desorientado y alienado
simplemente no prestó atención, como de costumbre, a los gestos y
palabras de sus líderes que ordenaban la aniquilación lenta de la
democracia en su país y su militarización. Después se aprobó las
“Actas Patrióticas” y se institucionalizó la soplonería con la
creación de un cuerpo de “10 millones de informantes voluntarios”,
seguido de la creación del Departamento de Seguridad Interna.
Actualmente
Estados Unidos bajo el dominio de los globalizadores neoliberales
sigue el camino del lento aniquilamiento de su democracia
recubriéndolo con los discursos demagógicos de su presidente Barack
Obama que aparentemente condenó la práctica de la tortura
declarando posteriormente que “ningún país es perfecto pero una
de las cualidades que hacen excepcional esta nación es nuestra
voluntad de confrontar el pasado abiertamente, afrontar nuestras
imperfecciones, corregirlas y hacerlo mejor en el futuro”.
Las
palabras son como el viento y los hechos quedan grabados en la
historia. El Centro de Detención de Guantánamo sigue su rutina como
laboratorio para elaboración de nuevas técnicas de interrogatorio.
Ya se sabe que los instigadores y promotores de la tortura junto con
los torturadores quedarán impunes. Al único que castigó el sistema
fue a John Kiriakow que siendo un especialista en interrogatorio se
atrevió a dar la voz de alarma y denunciar la crueldad
de los métodos de tortura practicados por la CIA. Fue condenado a 30
meses de cárcel y su familia fue amenazada.
Por
algo dijo siglos atrás el escritor griego de fábulas Esopo que
“cuando el lobo se empeña en tener la razón, pobres corderos”.
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