Fútbol
y política
El
Neocapitalismo corporativo
El
sistema capitalista tiene sus orígenes en el desarrollo del
mercantilismo y el crecimiento del poder financiero, surgidos en los
alrededores del Renacimiento, pero su consolidación y diseminación
global se originan en el siglo XIX, cuando la ciencia y la tecnología,
que venían teniendo un crecimiento exponencial desde el siglo XVII,
son aplicadas directamente a la producción.
El
sistema de factorías y la acumulación de capital en manos de los
dueños de ellas; la abolición progresiva de la esclavitud,
sustituyendo la mano de obra esclava por una mano de obra asalariada, la cual constituirá al explotado proletariado, configuró un sistema en
el cual el capitalista no tuvo que preocuparse por la vivienda y
el sustento del trabajador, sino que se limitó a acumular la plusvalía producida por su trabajo (Carlos Marx dixit). Este fue el período
clásico del capitalismo, lo que hoy conocemos como Capitalismo
Industrial. En él, la acumulación de capital se concentraba en una
nueva clase social, la alta burguesía, que casualmente era la dueña
de las factorías, o manejaba el sistema financiero cada vez más
complejo y a través del cual se movilizaba todo el sistema.
Durante
el siglo XX, pero sobre todo después de su primera mitad (al fin de
la Segunda Guerra Mundial que provocó no solo un desplazamiento de
los centros de poder, sino cambios sustanciales en los modos de
producción y la propiedad de los mismos) empezó a consolidarse el
sistema que tenemos hoy en pleno siglo XXI, el neocapitalismo
corporativo. La propiedad de los medios de producción y el manejo
del creciente poder financiero (que genera el dinero por
especulación, sin necesitar de la producción, cambiando la ecuación
trabajo=dinero por la de dinero=dinero) comienza a salir de las manos
de los grandes “capitanes de la industria” o sus familias, para
pasar a ser propiedad de corporaciones transnacionales, que cada vez
más centralizan la acumulación de capital (y el poder
consiguiente).
Estas
corporaciones no solamente van creciendo exponencialmente en tamaño,
sino que se van asociando en inmensos conglomerados
(megacorporaciones), cuyo número —en la medida que este proceso
continúa— tiende a ser cada vez más reducido. Al día de hoy,
cálculos de las Naciones Unidas (basados en la propia información
suministrada por las propias corporaciones a los medios
especializados) estiman que menos de 400 grandes empresas manejan más
del 85% del capital total del sistema económico mundial. Si a eso
agregamos otras estimaciones para este momento calculadas en el 1%
de la población mundial (concentrado en las corporaciones) posee más
que el 99% restante, queda claro cómo está distribuido el poder
mundial contemporáneo.
En
este sistema del neocapitalismo corporativo, los gobiernos de los
estados-nación —quienes suponemos tradicionalmente controladores
del poder social— se han ido convirtiendo paulatinamente en meros
ejecutores de los intereses de las grandes corporaciones.
Desde los años 50, el exgeneral y expresidente estadounidense Dwight D. Eisenhower advirtió sobre inmenso poder de lo que bautizó como “complejo militar—industrial”, refiriéndose al grupo de corporaciones, que tenían en sus manos -sobre todo- la fabricación de armas y equipo militar. George W. Bush sacó a la luz ese poder corporativo que siempre ha tratado de mantenerse fuera del conocimiento público, al incorporar directamente a su gobierno a altos ejecutivos de las principales corporaciones.
El gobierno de Obama ha mantenido sistemáticamente esa línea, a través de la política exterior de su país, totalmente determinada por los intereses de esos grandes complejos corporativos (complejo militar-industrial, petroleras, de servicios y consumo, mediáticas, etc.). Pensemos que puede quedar para otros gobiernos, aún de las otras grandes potencias, si el de la potencia central funciona bajo estas condiciones. España es un ejemplo claro, de como el gobierno del PP depende directamente de las corporaciones españolas, las cuales no solo financian todo el sistema político, sino que tienen al Estado español como su principal representante en el exterior.
Desde los años 50, el exgeneral y expresidente estadounidense Dwight D. Eisenhower advirtió sobre inmenso poder de lo que bautizó como “complejo militar—industrial”, refiriéndose al grupo de corporaciones, que tenían en sus manos -sobre todo- la fabricación de armas y equipo militar. George W. Bush sacó a la luz ese poder corporativo que siempre ha tratado de mantenerse fuera del conocimiento público, al incorporar directamente a su gobierno a altos ejecutivos de las principales corporaciones.
El gobierno de Obama ha mantenido sistemáticamente esa línea, a través de la política exterior de su país, totalmente determinada por los intereses de esos grandes complejos corporativos (complejo militar-industrial, petroleras, de servicios y consumo, mediáticas, etc.). Pensemos que puede quedar para otros gobiernos, aún de las otras grandes potencias, si el de la potencia central funciona bajo estas condiciones. España es un ejemplo claro, de como el gobierno del PP depende directamente de las corporaciones españolas, las cuales no solo financian todo el sistema político, sino que tienen al Estado español como su principal representante en el exterior.
Y
lo más grave: cuando se comienza a profundizar un poco
se descubre que estas corporaciones: primero no son especializadas,
cada gran conglomerado maneja simultáneamente toda área productora de dinero (la Casa Disney por ejemplo, no solo es una de las
grandes corporaciones mediáticas, sino también corporación asociada a fábricas
de armas y empresas petroleras, etc.); segundo, aunque puedan aparentar
ser competidoras, están totalmente interrelacionadas institucional y
económicamente, al extremo de formar una extensa red que
cubre todo el planeta y posee intereses comunes.
La
otra característica importante de este sistema del neocapitalismo
corporativo, es su capacidad para convertir en mercancía todo tipo
de hecho cultural. Bajo el conocido nombre de neoliberalismo, el auge
mundial de la “privatización” intenta convertir, por ejemplo, a
todo servicio del Estado (educación, salud, servicios públicos,
etc.) en una mercancía manejable y comercializable por el capital
privado (el de las corporaciones). Todo aquello de lo que pueda
sacarse un lucro y una renta es campo de uso para el sistema
corporativo.
Al fútbol también le toca
Una
muestra de la omnipresencia de las corporaciones en la vida cotidiana
de los 7.000 millones de habitantes del planeta nos la está dando la
Copa Mundial de Fútbol que se desarrolla en Brasil. Lo que los
medios corporativos presentan al mundo como una fiesta internacional
del deporte, constituye sobre todo un multimillonario negocio que
tiene como exclusivos beneficiarios a un puñado de grandes
corporaciones transnacionales.
El
Campeonato Mundial de Fútbol es el evento con la mayor
cobertura televisiva (y radial) del planeta. Más de 1600 millones de
personas siguen en vivo el desarrollo de sus partidos (uno de cada
cuatro habitantes del mundo). No existe ningún otro acontecimiento
periódico que capte la atención y el interés simultáneo de tal
número de personas, ni otro con un despliegue mediático de ese
tamaño.
En este Mundial, realizado en Brasil, estaba estimado un presupuesto
inicial de inversión en obras de infraestructura del orden de los
2.320 millones de dólares. Tres de los doce escenarios donde se
desarrolla la Copa —Brasilia, Sao Paulo y el Maracaná de Río de
Janeiro— tuvieron en ese presupuesto un estimado de costos de 460
millones de dólares cada uno.
La
FIFA
La
FIFA (Fédération Internationale de Football Association),
organizadora y principal beneficiaria de los beneficios de la Copa
del Mundo, iniciada humildemente en 1904 como un intento de
unificar un deporte nacido en Inglaterra, pero que ya estaba tomando
relevancia en otras sociedades, se ha convertido paulatinamente en
una megacorporación asociada al sistema de red del que hablamos
antes.
Esta
corporación tiene afiliadas un total de 209 federaciones o
asociaciones de fútbol en todo el mundo. A través de ellas
incorpora más países (17 más) que las propias Naciones Unidas.
Maneja multimillonarias cantidades de dinero y está gerenciada por
individuos representantes del capital y el poder. Su actual
estructura fue patrocinada y llevada adelante por el brasilero João
Havelange, que la presidió desde 1974 hasta 1998. Él fue quien
desarrolló en profundidad el carácter empresarial de la Federación,
creando los acuerdos publicitarios con la televisión, con las
grandes corporaciones fabricantes de ropa deportiva, con los derechos
de comercialización del fútbol, con la venta de franquicias y
patentes, las cuales aumentaron exponencialmente los ingresos corporativos
que en un principio solo estaban reducidos a los generados por las
entradas a los estadios. El presupuesto oficial de la FIFA para 2014
contempla ingresos por 3.800 millones de dólares de los cuales el
90% procederán de la Copa del Mundo.
El
poder de la FIFA es tal, que impone a los países a los cuales
designa sede de las Copas del Mundo unas estrictas condiciones
económico—políticas que implican hasta cambios en las leyes
locales y van mucho más allá de las exigencias sobre el número de
estadios, condiciones de los mismos, logística operativa durante el
evento, etc.. Estas condiciones contemplan exoneraciones
impositivas a las grandes corporaciones patrocinadoras del evento,
zonas de excepción de un radio de 2 km alrededor de los estadios, y
bajo cuerda y contra sus propias autoimpuestas reglas, obligan al
Estado sede (como está sucediendo con Brasil) a hacerse cargo de la
mayor parte de los costos de las infraestructuras exigidas.
Brasil
y la Copa del Mundo
Brasil
es el único país que ha logrado cinco veces conquistar la Copa del
Mundo. La pasión por el balompié es una parte integral de la propia
cultura brasilera. La decepción todavía vigente de no haber podido
ganar el primer campeonato mundial organizado en su territorio
(Maracanazo, 1950) es parte del imaginario de todo su pueblo y ha
constituido una de las principales motivaciones colectivas para
desear volver a realizar allí, 64 años después, el Campeonato
Mundial. Con estos antecedentes todo hacía prever que el apoyo
popular al evento sería prácticamente unánime. Sin embargo, la
propia situación social del Brasil y la forma como ha sido
organizado el evento, han desatado la explosión de fuertes tensiones
sociales latentes, las cuales se han plasmado en grandes movimientos de
resistencia popular que vienen sacudiendo al país desde hace más de
un año.
Una
de las características de este mundo mediático en el cual vivimos,
es la condición de transparentar todo, incluido aquello que no es
conveniente que se haga público para el poder establecido.
Las
condiciones impuestas por la FIFA para ceder la sede a Brasil
hicieron que su Congreso tuviera que aprobar una Ley de
excepción llamada “Ley general de la Copa” validada en última
instancia por el Tribunal Superior de Brasil. Esta Ley pasa por
encima de toda la legislación vigente en el país, permite la
creación de zonas de exclusión alrededor de los Estadios en
espacios públicos (un cerco militar) y la excepción de impuestos
(alrededor de 10 billones de Reales - 4.590 millones de dólares)
para garantizar que FIFA y las corporaciones patrocinadoras aseguren
sus ganancias. Crea además nuevos tribunales ubicados alrededor de
las canchas, en los cuales, si se comete una violación de esta Ley, los ciudadanos
pueden ser juzgados en este “tribunal de excepción” con penas
altas y sin el derecho a una defensa amplia (violando todas la
legislación penal existente).
La
difusión del contenido de esta Ley, conjuntamente con las
informaciones que, a pesar de lo pactado con la FIFA de que correrían
por parte de las grandes empresas patrocinantes, el Estado brasilero
debía hacerse cargo de los costos de las infraestructuras (aunque
Dilma haya declarado que la inversión social es doscientas veces
superior a esta), y sumado a las crecientes denuncias de corrupción reflejadas en un aumento desmesurado de los costos
presupuestados (que se multiplicaron entre cuatro y diez veces más);
y finalmente el fracaso frente a los tiempos de entrega de las obras
(sólo 2 de los 12 estadios estuvieron terminados a tiempo); han
constituido los factores que alimentan la hoguera de las protestas
sociales.
Las
numerosas manifestaciones en todas las grandes ciudades del Brasil
(antes y durante el evento), con la gente reclamando sobre todo el
derroche y desviación de recursos destinados a proyectos sociales
hacia el pago de las infraestructuras, han constituido un serio
problema para el gobierno socialdemócrata de Dilma Rousseff, que en
diciembre se presenta a una reelección presidencial.
El
disgusto popular fue tan evidente, que la presidenta no realizó el
discurso inaugural del evento, el cual, generalmente,corresponde al mandatario del
país sede, y aún así fue abucheada por el público cuando entró
al estadio. En definitiva, es probable que la Copa del Mundo sea un
detonador que haya producido alteraciones muy grandes en la situación
política brasilera.
Esta
consecuencias para la situación política brasilera son un “efecto
colateral” del gran negociado corporativo. El tiempo entre el fin
del evento y las elecciones presidenciales de diciembre nos dirá el
costo político real que ha tenido para el PT y Dilma.
Los
campeones del mundo son las corporaciones
La
FIFA no está sola en la organización de estos grandes negociados
(tal como es previsible), otras grandes corporaciones están
directamente asociadas a la organización de la Copa “La ISL
Marketing posee los derechos exclusivos de venta de la publicidad en
los estadios, los filmes y videocasetes, las insignias, banderines y
mascotas de las competencias internacionales. Este negocio pertenece
a los herederos de Adolph Dassler, el fundador de la empresa Adidas,
hermano y enemigo del fundador de la competidora Puma. Cuando
otorgaron el monopolio de esos derechos a la familia Dassler,
Havelange y Samaranch estaban ejerciendo el noble deber de la
gratitud. La empresa Adidas, la mayor fabricante de artículos
deportivos en el mundo, había contribuido muy generosamente a
edificarles el poder. En 1990, los Dassler vendieron Adidas al
empresario francés Bernard Tapie, pero se quedaron con la ISL, que
la familia sigue controlando en sociedad con la agencia publicitaria
japonesa Dentsu.”
Pero
no son solo estas tres grandes corporaciones los beneficiarios
directos (en dólares) del evento. Mc Donald, Coca Cola, las grandes
líneas aéreas y otras corporaciones de transporte, las grandes
cadenas hoteleras, las corporaciones mediáticas y los demás
“sponsors” directos de la FIFA son también parte del mismo
negocio. Hay que sumar a la cuenta a todas aquellas otras
corporaciones que se benefician “tercerizadamente”, como las
constructoras, las suministradoras de equipos y materiales y las
demás contratistas de infraestructura.
Si
sólo la FIFA va a recibir como beneficios directos un ingreso del
orden de los 3.500 millones de dólares, aún un cálculo conservador
nos da, al intentar un estimado de las ganancias del resto de las
beneficiarias, una suma que por lo menos multiplica estas cifras por
15 o 20 veces (La astronómica cantidad de entre 52.500 y 70.000
millones de dólares).
¿Y
quién paga estas cuentas? ¿De dónde salen estos dineros? Por
supuesto finalmente del esfuerzo y el bolsillo de los más pobres.
Los pueblos siempre terminan pagando las facturas, cuando el capital
actúa privatizando las ganancias para las clases dirigentes, y
socializando las deudas en las masas menos privilegiadas.
¿Quiénes
son entonces los campeones del Mundo? Las grandes corporaciones, ya
que llegue quien llegue a las finales son ellas siempre los
ganadores. El balance las hace en cada caso los principales
beneficiarios de este evento que mueve multitudes cada cuatro años a
lo largo del mundo.
Coda
Sin
embargo es necesario dejar más algo anotado. El fútbol es un
deporte cuya magia es capaz de trascender la estructura del gran
negocio. El pase de selecciones como Costa Rica, Irán o Argelia a
octavos de final, el obligado retorno temprano de tres campeones del
mundo de los países centrales (España, Italia e Inglaterra)
vencieron en este caso todo pronóstico y colapsaron no sólo el
mercado (paralelo, ilegal y multimillonario) de las apuestas, sino
los cálculos numéricos de las corporaciones que se manejan con el
beneficio del pase a las últimas etapas del campeonato de aquellos
países con amplios mercados de poder adquisitivo para sus productos
y servicios, y que bajan sus ganancias calculadas cuando las naciones
pequeñas se hacen protagonistas más allá de la primera fase.
Y
sobre todo cuando como en este caso, a la propia magia del fútbol se
suma nuestro realismo mágico latinoamericano, que genera siempre
realidades más allá de la lógica de la dominación.
miguelguaglianone@gmail.com
1 comentario:
Este año hay que agregar a los descarados grupos religiosos extremistas que, por ejemplo, financian las rezaditas publicitarias de los futbolistas, entre ellos a varios jugadores que a la vez son pastores de la iglesia conocida en Venezuela como Pare de Sufrir, segunda fuerza política de Brasil, ultraderecha, que busca mayor penetración mundial
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