Por Sergio Rodríguez Gelfenstein: ¿Fin del ciclo neoliberal en los países capitalistas desarrollados
Enviado por Barometro
Internacional el domingo, 15 noviembre, 2015 a las 15:47
La
semana pasada hablamos de lo que se ha dado en llamar el “fin del
ciclo progresista” con el objetivo de dar a conocer mi punto de
vista sobre el debate que se ha generado en los medios sobre ese
tema. Al respecto quisiera recomendar un extraordinario artículo,
-que comparto en su totalidad- escrito por el analista político
y periodista panameño Nils Castro, publicado el 14 de octubre pasado
en el periódico Página 12 de Argentina, bajo el título “El
fenómeno cíclico no se agotó”.
Es
un tema abierto que no se extinguirá con las elecciones
presidenciales argentinas del 22 de noviembre ni las parlamentarias
venezolanas del 6 de diciembre. Tampoco se agotará nunca el acoso
imperial a todo aquel que inicie un camino soberano,
independientemente que no toque las estructuras del sistema ni con el
“pétalo de una rosa”, porque no es eso de lo que estamos
hablando, como lo señala Atilio Borón en un reciente artículo, al
referirse a las particularidades de los comicios en Argentina.
Pero,
oculta tras esa discusión subyace la otra, la que podría llamarse
“el fin del ciclo neoliberal en los países capitalistas
desarrollados”. Hasta la década de los 70 del siglo pasado,
América Latina marchaba a la zaga de los acontecimientos políticos
mundiales. Los movimientos políticos de finales del siglo XVII, del
XIX y la mayor parte del XX en la región, respondieron muchas veces
a eventos que se desarrollaban fuera de nuestras fronteras. Así,
tuvimos el influjo de la independencia de Estados Unidos, la
Revolución Francesa, la derrota de Napoleón Bonaparte en 1815, la
revolución de Rafael Riego en España en 1820, todas estas, acciones
que influyeron de manera sustancial en el curso de las guerras de
Independencia. Posterior a ello, la atadura a Gran Bretaña y a
continuación a Estados Unidos, hicieron que nuestro acontecer
político estuviera permanentemente signado por los avatares que
procuraban las decisiones de política exterior e incluso de la
política interna de estas potencias, en particular en los ámbitos
económico y militar.
Durante
el siglo XX, esta situación tuvo relevante particularidad antes,
durante y después de las dos guerras mundiales. Al finalizar la
segunda de ellas, en 1945, el mundo bipolar y la guerra fría
“amarró” indisolublemente a los gobiernos de la región (salvo
contadas excepciones) a los designios de Estados Unidos y el capital
transnacional. La confrontación con el sistema socialista
desató la más feroz persecución a los luchadores democráticos y
revolucionarios, la represión fue institucionalizada mientras los
ejércitos latinoamericanos hacían el trabajo sucio, después de su
consabido adoctrinamiento en la Escuela de las Américas y otros
centros de “estudio”, en los que entre otras cosas, aprendían a
perfeccionar los métodos de tortura.
En
la década de los 70 del siglo pasado, ya se había puesto fin hacía
rato a la política del “Buen Vecino” que Estados Unidos
implementó para ganarse el apoyo latinoamericano en su participación
en la guerra mundial. La guerra fría estaba en pleno apogeo, y salvo
la revolución boliviana de 1952, el intento inacabado de Jacobo
Arbenz en Guatemala en 1954 y los gobiernos de Getulio Vargas en
Brasil y Juan Domingo Perón en Argentina, que fueron expresión de
un sentimiento nacionalista y democrático que irrumpió en la
región, la polarización global, que tuvo poco después su mayor
expresión cuando la Revolución Cubana declaró su carácter
socialista eran expresión de la fisonomía de una época, que además
vio como caían las dictaduras de Perú, Colombia y Venezuela.
Parecía
que había un ascenso democrático en la región y una crisis en el
control estadounidense de la misma. La respuesta fue brutal, esa
década de los años 70 fue testigo del enseñoramiento de las
dictaduras más sanguinarias de la historia que pudieron entronizarse
bajo el paraguas protector de Estados Unidos. Sin la existencia legal
de partidos políticos, ni sindicatos, con la prensa libre acallada,
y los parlamentos cerrados, fue fácil imponer modelos neoliberales
que permitieron incrementar los niveles de exclusión social,
generando ganancias extraordinarias para las empresas transnacionales
y las oligarquías locales. Sin embargo, Europa marchaba a
contrapelo. En esos mismos años 70, caían una a una las dictaduras
fascistas de España, Portugal y Grecia. La democracia florecía en
el Viejo Continente. Mientras tanto, una cantidad no menor de líderes
políticos latinoamericanos, social demócratas fundamentalmente,
vivieron su exilio en Europa, donde fueron aleccionados y comprados
por estos demócratas de nuevo cuño que se preparaban para instaurar
modelos neoliberales en sus países, a la usanza de lo que las
dictaduras hacían en América Latina. Para los social cristianos no
fue necesario vivir ese proceso, porque la gran mayoría de ellos
fueron cómplices y partícipes de las dictaduras y absorbieron de
manera directa, bajo financiamiento de sus gobiernos militares las
enseñanzas malignas de la Escuela de Chicago.
Ahora,
Europa era la que comenzaba a marchar detrás de América Latina.
Después de los desastrosos años 80, llamada “década perdida”
por los economistas, el modelo neoliberal comenzó a entrar en crisis
y con ello las dictaduras que los sostenían. Paradójicamente, bajo
la influencia de Ronald Reagan y Margaret Thatcher, Europa asumía el
neoliberalismo, comenzando la destrucción de los “Estado de
bienestar” que había construido al finalizar la guerra.
Pero,
el nuevo siglo comenzó a producir cambios más profundos en nuestra
región desde la llegada al gobierno del Comandante Hugo Chávez, una
nueva camada de líderes comenzaron a desmontar la estructura todavía
vigente que sostenía los modelos neoliberales. Sin que ello,
significara una transformación profunda de la economía y la
sociedad, la respuesta imperial no se hizo esperar. Ahora, por
primera vez en la historia, era América Latina la que sentaba las
pautas de la política a nivel global. Mientras ello ocurría, Europa
se solazaba con sus modelos neoliberales que restringían cada vez
más las libertades democráticas y los derechos de los trabajadores.
Quince
años después, cuando se habla del “fin del ciclo progresista”,
en algunas potencias capitalistas, sus pueblos comienzan a
“alebrestarse” y producir ciertos hechos que cuando menos llaman
la atención. En septiembre de este año, en Australia, el
primer ministro Tony Abbott fue destituido al perder la confianza en
el seno de su partido tras “las numerosas encuestas que mostraban,
en los últimos meses, una notable pérdida de confianza entre la
opinión pública australiana”. Aunque, su sucesor en el cargo,
Malcolm Turnbull, es un correligionario de su Partido Liberal,
el mismo ha manifestado ideas mucho más avanzadas respecto de
participación y derechos de mujeres y homosexuales, cambio
climático, protección de la niñez e incluso ha sido partidario de
establecer el sistema republicano en su país, que es miembro del
Commonwealth británico y por tanto súbdito de su monarquía.
Australia ha sido un leal aliado de Estados Unidos en la mayor parte
de sus aventuras militares. El nuevo primer ministro ha designado por
primera vez en la historia a una mujer como ministra de defensa.
En
Canadá, el partido Conservador del ex primer ministro Stephen
Harper sufrió una aplastante derrota a favor del partido Liberal y
su líder Justin Trudeau en las elecciones del 19 de octubre en
lo que el analista Thomas Walkom, del diario Toronto Star consideró
“un repudio a Harper y a su estilo de gobierno”. Según
Walkom, “al elegir a los liberales de Trudeau, los votantes estaban
diciendo basta a tanta mezquindad en la política”.
La
derrota de Harper, uno de los más importantes socios de Estados
Unidos en sus acciones militares en diferentes regiones del planeta
es considerada por el periodista argentino-canadiense Alberto
Rabilotta como el “repudio a una década de políticas neoliberales
que terminaron por arrasar lo que quedaba del Estado de bienestar, un
importante referente de la sociedad y la identidad de los
canadienses, así como el rechazo a una política exterior
derechista, adosada a la OTAN y contraria,(…) a la tradición de
más de medio siglo de la política exterior canadiense basada en la
búsqueda de soluciones políticas y diplomáticas a los conflictos
armados”.
En
ese ámbito, el 24 de septiembre el nuevo líder del Partido
Laborista británico Jeremy Corbyn, obtuvo una sonora victoria que lo
encumbró a la máxima dirección de su partido, sustentada en una
plataforma considerada “de izquierda sin compromisos”. El triunfo
de Corbyn con un 59,5% y una inusual participación de 76% es,
en primer lugar una profunda derrota para Tony Blair y sus huestes
que hizo que el partido Laborista se pareciera tanto al Conservador
que sus diferencias tan disimiles eran difíciles de detectar por los
electores. En estas condiciones, la opinión pública británica
comienza a conjeturar una eventual derrota de los conservadores en
las próximas elecciones.
Corbyn
se define como pacifista y republicano. Ha participado en diferentes
campañas contra la guerra y de solidaridad con Palestina. Tuvo un
activo papel en el intento de juzgar al dictador chileno Augusto
Pinochet cuando fue detenido en Londres. La sola victoria de Corbyn
en las elecciones internas del partido laborista significo que miles
de ciudadanos solicitaran su ingreso a ese partido, esperanzados en
un cambio de orientación a su política neoliberal.
Otro
tanto, ha ocurrido con la sorpresiva campaña electoral del senador
Bernie Sanders en las internas del Partido Demócrata que lo ha
colocado en segundo lugar detrás de la candidata del presidente
Obama, Hillary Clinton. Sanders, se considera un político
social demócrata, lo cual es mucho decir en Estados Unidos. En la
lógica de ese país, sus propuestas reflejan ideas avanzadas
respecto de temas como la protección del medio ambiente y el cambio
climático, el derecho a la educación y la salud, la desigualdad de
los ingresos, el financiamiento y los gastos de las campañas
electorales, su negativa a la disminución de los impuestos para los
ricos propuesto por el presidente Bush, las libertades civiles y la
crítica a la ley Patriota y el derecho a la privacidad de los
ciudadanos.
Algunos
analistas han afirmado, que independientemente de lo que pudiera
ocurrir con Corbyn y Sanders, su discurso ha obligado a sus
opositores a moderarse en algunas propuestas que han vertido con
sentido retrógrado, dado el inusitado apoyo que han obtenido en
importantes sectores de la ciudadanía.
Finalmente,
en Portugal, una alianza de los partidos Socialista, Comunista y el
Bloque de Izquierda llevaron a la caída del gobierno de derecha en
ese país ibérico. La nueva coalición sustentó su acuerdo en el
logro de consensos respecto del fin de los recortes impuestos por la
troika conformada por la Comisión Europea, el Banco Central Europeo
y el Fondo Monetario Internacional y la vuelta al escenario
económico de 2011, cuando el gobierno de la derecha aprobó
importantes recortes en las pensiones y los salarios. Algunos de los
puntos acordados para formar gobierno son el aumento de las
pensiones, el complemento de las rentas mínimas para jubilados, el
fin de los recortes a los salarios de los funcionarios públicos
y la reposición de un 25% por cada trimestre de 2016, la
elevación del salario mínimo, al reposición de cuatro feriados
(dos laicos y dos religiosos) que habían sido suprimidos, el
establecimiento de una jornada laboral de 35 horas semanales,
reformas a la legislación laboral para beneficiar a los
trabajadores, progresividad de los impuestos y deducción por hijos,
reducción de la sobre tasa al impuesto a la renta, bajada del IVA y
un impuesto a las herencias superiores al millón de euros, supresión
de tasas de seguridad social a los que ganan menos, reforma de las
tasas por servicios de salud, rebaja de la tarifa eléctrica
aplicando una tarifa social a 500 mil familias de bajos recursos y
anulación de las privatizaciones que estaban en marcha y fin de
ellas a futuro. Todas medidas, de claro corte anti neoliberal.
Entonces,
si estamos hablando de fin de ciclo, ¿a cual nos referimos? ¿no
será más bien que no hemos sistematizado aquello que el presidente
Correa llama el cambio de época y nos quedamos sin categorías para
estudiar lo que está ocurriendo? Pero, más allá del debate
académico, que no tuviera mayor importancia, si no estuviera en
juego la vida de millones de ciudadanos, lo relevante es que no
existen ciclos. La sociedad y la economía se rigen por leyes
científicas que sin embargo, suelen ser manipuladas por oscuros
intereses mediáticos de minorías. Mientras un “fin de ciclo” se
presenta como terminal y catastrófico, el “otro” se oculta, se
minimiza y se hace desaparecer. Así, se construyen falsos referentes
en el cerebro de los ciudadanos, que los inducen a actuaciones
políticas y sobre todo electorales acorde a la información que han
recibido. Además, dicen que eso se llama democracia y “libertad de
prensa”.
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