Para dar visibilidad al amor, he hecho una simple
sustitución en mi ecuación más célebre. Si en lugar de E=mc2 aceptamos que la
energía para sanar el mundo puede obtenerse a través del amor multiplicado por
la velocidad de la luz al cuadrado, llegaremos a la conclusión de que el amor
es la fuerza más poderosa que existe, porque no tiene límites.
Albert Einstein
Henry
Tovar
La segunda semana, en estado de
convalecencia, luego de un accidente el 24 de junio del 2008, nos correspondió
mudarnos a la casa de mis suegros. Allí permanecimos durante tres años. Al
llegar nos correspondió organizar espacios para nuestra estancia. El día de
nuestra llegada surgieron limitaciones. Cualquiera puede experimentar una
molestia, por serias o nimias dificultades, pero debo reconocer que la aligeré,
de modo exagerado, hasta el hecho de perder el control sobre mis emociones. No
entendía la imprevisión, como si no se nos esperara. No logrando dominar la
rabia, concebí o acepté la idea de sentirme ajeno a ella, considerando la
posibilidad de enajenar mi espíritu del cuerpo, tal como lo plantea E. Tolle.
Me acosté sobre una alfombra y me convertí en observador silente del
pensamiento y de mis emociones, sin decir, sin juzgar, solo pensando, de modo
insistente, “esta rabia no es mía” y sintiéndome observador de ella. Así
permanecí no sé cuánto tiempo, antes de subir a la habitación para dormir, creo
que al comienzo de la novena hora. Mi acosté habiendo logrado cierta calma,
pero sintiendo los efectos agotadores de aquella emoción incontrolada. Me dormí
para luego despertar en estado de éxtasis,
de extraordinaria felicidad, sintiéndola como una posesión divina, escuchando
un pájaro contar, afuera en el jardín; sabiendo que eran las tres de la mañana
y que ese estado sagrado, nunca antes experimentado por mí, no era normal. Me incliné
y quedé sentado sobre la cama, iniciando el canto de una canción, creo que de
la Orquesta Los Melódicos, reiteradamente tarareada durante mi infancia: “Ja,
ja, ja, no sabes la pena que me da” luego de lo cual una discreta voz,
dentro de mi mente, me dice: “Lo que te hacen se les devuelve”. Debo
decir, con manifiesta sinceridad, que no me resultó grata la información, por
cuanto no soy rencoroso y porqué tampoco sabía quién me había hecho qué cosa.
Hasta ese momento mi molestia habíase gestado por un presumible descuido. En
momento continuo comencé a saber, en todo mi cuerpo, sin voces, sin palabras
internas, para qué o por qué había ocurrido el accidente. Observaba mis manos,
sintiéndolas como parte continua de mi cerebro. Era un conocimiento que emergía
como de un campo de energía que abarcaba todo mi cuerpo. Observando mis manos y
mis brazos inclinados hacia mí, me repetía con asombro, “Para que no me vaya”.
Esa noche, antes de acostarme, había tomado la decisión de marcharme. “Para
que no me vaya”, repetía con asombro. Esa información también llegó como
respuesta a una pregunta, que me repetí en varias ocasiones, luego del
accidente: ¿Por qué a mí? Llegados a este punto de mi relato, debo señalar a
este acontecimiento como el hecho más extraordinario y de mayor asombro o
perplejidad, experimentado durante mi existencia. Constituyó, al margen de mi
voluntad, el comenzar de una nueva vida. A las 9 de la mañana, en la sala de
espera del traumatólogo, leyendo, en estado de felicidad, llego al primer
párrafo de la página 108, de la primera edición del Poder de la Ahora. Allí
leí: “Sí, los maestros Zen usan la palabra
satori, para
describir una comprensión repentina, un momento de no-mente y de presencia
total. El satori no es una transformación duradera, pero agradécelo cuando te
llegué porque te permite saborear la iluminación”[1]
En ese instante,
tuve la súbita comprensión de que ese texto estaba vinculado con el fenómeno
surgido y en plena vivencia con mi felicidad y los estados de compresión que le
antecedían. Cerré el libro para rever la portada, en donde se volví a leer: “El
Poder del Ahora. Una guía para la iluminación”. Debo expresar con franqueza que
no reparé en el subtítulo sino en ese instante. Es decir, no me llegué a
imaginar la iluminación como un hecho real, sino hasta cuando tuve la vivencia
de saber de otras personas, desde todo mi cuerpo y no solo desde mi mente. Entonces
tuve la certeza de que algo deslumbrante o desconcertante había ocurrido.
Ignoré, hasta cuando tuve el momento de investigar, ¿qué era un satori? Cuando
lo comprendí, también me pregunté maravillado, y ¿por qué había ocurrido en mí,
en tanto que no tenía nexos éticos ni afectivos con el budismo ni con religión
alguna ni estaba en búsqueda de esa experiencia? La mayor precisión en
torno al Satori está descrita como entendimiento superior al intelecto
... todo razonamiento abstracto cesa, puesto que pensamiento y pensador no se
oponen ya el uno al otro.[2]
Estuve en ese
estado puro de felicidad divina, durante tres días, en los cuales recibía
visitas de amigos, de quienes, con asombro, podía saber sobre la personalidad o
sobre su bondad. Luego de tres días seguí en estado de felicidad humana o un
indiferenciado y profundo estado anímico de bienestar, normal, humano durante
cuatro años continuos, en los que me sentía, inexplicable acompañado por seres
a quienes ni escuchaba ni podía ver, pero quienes me aligeraban la mínima carga
de mi vida laboral y doméstica. Todo me resultaba fácil, sorprendente e
inequívocamente irreal o mágico. Experimente estados de alta comprensión de las
cosas de la vida, hasta cuando un día cualquiera, luego de despertarme e ir al
lavabo, supe que quienes me acompañaban se marchaban, sin otorgarme explicaciones, lo cual fue motivo de
conmoción y de cierta tristeza. Pero ese hecho constituyó un punto al cual no
retorné. Aparecieron en mi devenir, durante los años siguientes, otras
experiencias poco comunes: Un llamado onírico a la conversión religiosa,
información más o menos precisa sobre el lugar de mi próximo renacimiento e
información sobre mi probable y próximo progenitor. Estas experiencias
modificaron, de modo profundo, mi vida y mi percepción de la vida y sus
desigualdades, junto con la aparición de una respuesta, más convincente sobre
la razón de la existencia. Estamos aquí, le escuché decir a Sulme, al iniciarse
de nuestra amistad, para contribuir con la creación y con nuestro propio
desarrollo humano.
[2] Mariano Antolín y Alfredo Embid. Introducción al Budismo Zen P 132-133. Esta obra es un pequeño compendio de textos Zen a través de
los cuales estos autores pretenden aproximarse al budismo, mediante la compresión
de textos negadores de la racionalidad como como camino hacia la
budeidad.