Mercosur: del Consenso de Buenos Aires al
Consenso de Asunción
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Sebastián
Valdomir,
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Por
Sebastián Valdomir
En
octubre de 2003, en Buenos Aires, tuvo lugar un encuentro entre
Néstor Kirchner y Lula que terminó formateando el mapa de la
integración sudamericana y del Mercosur por los siguientes 10 años.
El resultado de esa reunión conocido como “Consenso de Buenos
Aires” desencadenó una agenda política regional de signo
progresista y articulado en liderazgos políticos regionales
incontrastables, que hoy se echan de menos.
La
política externa de los gobiernos que integran el Mercosur afilia
hoy al enfoque de la crisis del bloque regional, de la necesidad de
su “flexibilización” y del acercamiento con pasaje incluido a la
lógica de la Alianza del Pacífico.
La
agenda expresada en el Consenso de Buenos Aires nunca escondió el
hecho que era la política -con mayúsculas- la que guiaba su puesta
en práctica. Con el paso de los años esta conducción política
regional sería enfocada también bajo el concepto de “diplomacia
presidencial”, esto es, la incidencia directa de los presidentes en
la resolución de las contradicciones del proceso de integración.
Los que mandaban eran los presidentes, y no los ministros de
economía, comercio exterior o mucho menos los diplomáticos de las
cancillerías y ministerios de asuntos exteriores.
Desde
el primer párrafo de aquel documento quedó claro cuál era el
enfoque: “intensificar la cooperación bilateral y regional para
garantizar a todos los ciudadanos el pleno goce de sus derechos y
libertades fundamentales, incluido el derecho al desarrollo, en un
marco de libertad y justicia social…”.
El
Consenso de Buenos Aires se plasmó como agenda política para el
bloque regional, un año después, en 2004, en la Cumbre de Ouro
Preto II. Pasó a ser una pieza clave de la realidad del “nuevo
Mercosur”. A partir de allí fueron muchas las iniciativas que
plasmaron el viraje en el enfoque del Mercosur, desde su inicial
concepción neoliberal del no ventoso Tratado de Asunción a un
bloque regional de integración, con dimensiones que iban más allá
de lo aduanero y comercial, esto es, productivas, sociales, de
tratamiento a las asimetrías, de geopolítica regional. Un bloque de
integración en su más amplia definición, incluyendo por ello claro
está, a la dimensión política.
Los
resultados alcanzados fueron significativos. No es el cometido entrar
a analizar esos resultados o la profundidad de su relevancia en el
marco general del proceso integracionista. Cabe mencionar simplemente
que en Ouro Preto 2004 se dieron pasos como el lanzamiento del Fondo
de Convergencia Estructural del Mercosur y la aprobación de la
continuidad de construcción del Parlamento del Mercosur; en el plano
externo, marcó la ampliación del bloque, con la adhesión de nuevos
países como Estados Asociados y el proceso de incorporación plena
de Venezuela y Bolivia.
Reflujo
Esa
agenda política hoy está agotada. El cambio de signo manifestado en
la orientación de la política regional apunta a instalar un frente
externo acorde a los gobiernos de restauración conservadora de
Macri, Cartes y Temer.
Esto
va en la dirección de propiciar el aislamiento de Venezuela, en
función de la campaña de hostigamiento y desestabilización del
gobierno de Maduro, des-operatividad de la UNASUR y volcar al
Mercosur hacia la lógica de la Alianza del Pacífico impulsada por
Colombia, Chile, Perú y México. En un segundo plano, esto implicará
en la reducción de los márgenes de maniobra para la articulación
regional que puedan hacer los gobiernos progresistas y de izquierda
que van quedando de pie. Para Uruguay particularmente, con una
orientación de política exterior errática, carente de liderazgo
regional y sin incidencia en la generación de espacios alternativos,
este nuevo escenario lo obligará a callar, o en el peor de los
casos, a asentir.
Durante
este último mes ya fue posible visualizar algo de todo esto.
Argentina ingresando como miembro observador de la Alianza del
Pacífico; Temer procurando legitimidad internacional enviando al
canciller interino José Serra a reunirse con Macri. Finalmente,
Paraguay y Brasil boicoteando la reunión convocada por Uruguay del
Consejo de Mercado Común del Mercosur en la cual se entregaría la
Presidencia rotativa del bloque a Venezuela.
Aunque
el tono político de la nueva estrategia que se quiere para la región
lo quiere dictar el gobierno de Macri, en esta oportunidad concreta
fue el gobierno paraguayo y el interino de Brasil los que actuaron,
al cuestionar el traspaso de la presidencia del Mercosur a Venezuela.
Uruguay desconvocó la reunión ordinaria del Consejo rector del
bloque ante el boicot paraguayo-brasileño, y aunque sostuvo la
intención de traspasar la presidencia a Venezuela, no logró impedir
que se instalara la idea que los viejos tiempos de articulación
progresista en el Cono Sur ya no son los que dirigen la agenda
regional.
Se
trata de un cambio de marea, y con previsión de marea creciente. El
gobierno argentino ha manifestado que su intención es abrir el
Mercosur hacia la Alianza del Pacífico, una “convergencia” según
Macri, instalando una zona de negocios ampliada y amigable para las
transnacionales. Conectar con las economías que ya cuentan con
Tratados de Libre Comercio con los Estados Unidos, como Colombia,
Perú y Chile, y apuntar, por medio del acercamiento a la Alianza del
Pacífico, al Acuerdo Transpacífico que se terminó de negociar
recientemente y que espera por la ratificación parlamentaria de sus
miembros, y sobre todo por el resultado de las elecciones
presidenciales en Estados Unidos. Pero para volver efectiva esta
reorientación de la política regional que procura el gobierno de
Macri, desde el Atlántico hacia el Pacífico, es preciso contar con
la participación de Brasil. Porque al fin y al cabo, Brasil es para
Argentina el principal cliente y el principal proveedor.
Todo
indica que la disputa puntual por el traspaso de la presidencia del
bloque a Venezuela fue un emergente de ese cambio de marea. Fue la
entrada en escena de un tácito e inicial Consenso de Asunción, que
fue el primer paso para un acuerdo de coordinación mayor entre
Argentina y Brasil, luego que se concrete la destitución de Dilma
Rousseff en el juicio político. ¿Vendrá la etapa de un probable
“Consenso de Brasilia”, de carácter neoliberal y restaurador,
para dar vuelta la página al proceso iniciado en 2003?
¿Uruguay
se corta solo?
Uruguay
se puso en el ojo de la tormenta desatada por los cancilleres de
Paraguay y Brasil, por facilitar que Venezuela asumiese la
Presidencia del Mercosur. Cuando este diferendo regional se termine,
en los papeles podrá quedar un Mercosur de cinco socios o de cuatro
socios (si logran excluir a Venezuela), pero en la realidad lo que
quedará es un Mercosur de tres. De tres gobiernos neoliberales que
precisan un fuerte ajuste de su frente externo, particularmente
Argentina y Brasil, para consolidar internamente sus proyectos de
apertura económica y acuerdos de inversiones con empresas
transnacionales.
En
el medio de todo esto, la orientación de la política exterior
uruguaya encontró un lugar desde el cual ve posible justificar la
idea de mayor “flexibilidad” y nuevos acuerdos comerciales.
Uruguay primero propuso “sincerar” al Mercosur, y luego puso
arriba de la mesa la propuesta de flexibilizar el bloque para que sus
socios pudieran negociar acuerdos por vía bilateral. Ninguno de
estas ideas tuvo eco. Pero hora las nuevas condiciones del Mercosur
le dan una vía libre para su estrategia y en ese camino se ubican
las negociaciones con Chile, Colombia y México.
En
el contexto próximo de la economía regional, concretar acuerdos
comerciales específicos de acceso a mercados para la producción
uruguaya parece una buena estrategia. Sin embargo, algo que nadie
puede olvidar es que el mercado uruguayo es lo que es, y ninguno de
los países con los cuales estamos negociando se van a salvar
exportando bienes a este mercado de 3 millones de habitantes. Sus
intereses son otros: lograr acceder a mercados puntuales que Uruguay
si podría ofrecer, y que hasta ahora nunca hemos puesto arriba de la
mesa porque son áreas de desarrollo estratégico: las Compras
Gubernamentales, los sectores de Servicios, la Propiedad Intelectual
y la mayor liberalización del régimen de Inversiones.
Los
defensores de siempre -y los de última hora- de los Tratados de
Libre Comercio, nunca podrán poner un solo ejemplo de algún pequeño
país del sur, que sin contar con recursos de hidrocarburos o
minerales de relevancia global, hayan podido negociar un acuerdo de
libre comercio con economías más grandes, sin cederle condiciones
de acceso libre y preferencial sobre sus sectores sensibles
estratégicos. Esto se traduce en puestos de trabajo que se pierden,
en empresas nacionales que empiezan a tener como competidoras a
rivales más grandes, que pueden asegurar menores precios por
economías de escala; en sectores enteros que se abren a la
competencia y dejan de regirse por objetivos de interés social y
pasan a regirse por el afán de lucro. Significa más negocios pero
menos desarrollo.
Uruguay
es un país productor de alimentos. En un mundo que crece
poblacionalmente, los productores de alimentos son clave de futuro.
Por consumidores exigentes y por la mayor intercomunicación global,
la producción de alimentos tiene que ser cubierta con criterios de
sustentabilidad ambiental, inocuidad, transparencia, monitoreo
continuo, trazabilidad y justicia laboral. Uruguay tiene que procurar
acuerdos específicos de acceso a mercados para sus productos de
selección, de alto valor agregado y que son muy valorados en los
mercados mundiales. Y eso se puede lograr con estudio de mercados
específicos, de realidades puntuales de países que requieren y
valoran abastecimiento alimentario sano. Como productor de bienes
puntuales y selectos, tenemos que ir a modalidades de negociación
específica con mercados concretos para aprovechar oportunidades
concretas. Esto quiere decir no seguir modalidades de acuerdo general
de liberalización total de muchos sectores, que es la idea que
concretan los TLC.
Una
nueva etapa en la hegemonía regional
Todo
parece indicar que inicia una nueva etapa en la región. Son varios
los factores que pueden incidir en un viraje de estas proporciones
-ya sea para alentarlo o para amortiguarlo. Uno de ellos es la
respuesta de China. Porque en los papeles puede quedar lindo lo de
acercarse al Acuerdo Transpacífico, pero la realidad marca que ese
acuerdo es parte de una ofensiva comercial contra el gigante
asiático, y China es un socio comercial muy importante para varias
de las economías de la región (el primero de Uruguay, Brasil y
Venezuela). El resultado electoral (variando entre malo-malo o
malo-peor) en los Estados Unidos también incidirá en el tipo de
política exterior a ser desplegado en América Latina.
Evidentemente
que el resultado de la crisis política en Brasil será un factor
clave en la evolución regional. Otro factor de incidencia será la
evolución de la situación económica en la región, y su
agravamiento por políticas de ajuste, desindustrialización y
liberalización, por ejemplo en el caso de Argentina. En un marco más
global, de la estabilización del mercado petrolero dependerá la
profundización o no del ataque a las economías emergentes y
proveedoras de petróleo. Ligado a ello, de la resolución de la
situación política en Venezuela en el corto plazo, junto al
resultado de las elecciones en Ecuador de febrero de 2017, dependerán
las posibilidades de re articular un espacio regional alternativo que
intente contrapesar la influencia de la Alianza del Pacífico en la
definición de la agenda regional de los próximos años.
Publicación Barómetro 29-08-16