domingo, 11 de enero de 2009

LA POLÍTICA GUERRERISTA DEL ESTADO ISRAELÍ


 
 
Henry Tovar

11/01/09

Son inconsistentes y siempre sospechosas las razones esgrimidas por el Estado Israelí para justificar su permanente política de agresión contra el pueblo palestino. Cada agresión parece responder a un libreto político en donde se camuflan y sobreponen diversos intereses, ajenos al verdadero deseo de paz y seguridad para Israel. Antes y ahora, el verdadero discurso de la violencia pareciera responder a la necesidad de impedir la paz y la seguridad mutua con sus vecinos.

Los israelitas, y cualquier observador inadvertido, saben que el desarmado pueblo palestino no constituye una amenaza real contra la existencia del Estado de Israel, y que la seguridad del pueblo hebreo podría asegurarse con medios distintos a la promoción y la multiplicación infinita de la violencia. Pareciera que la verdadera intencionalidad es afianzar los medios, con los cuales han logrado expandir sus fronteras, seguir disgregando a la población palestina y sabotear la creación de un Estado palestino. De modo que, expansión, exterminio y provocación, constituyen palabras clave para comprender las motivaciones guerrerístas del sionismo. A las que se antepone el verdadero y radical interés de Estados Unidos, y algunas potencias occidentales, por mantener una situación de inestabilidad que perpetúe su presencia en la región.

Cada enfrentamiento militar con el Estado de Israel, constituye una ocasión para que éste se quede con un pedazo de territorio, y para debilitar a las naciones que luchan por su integridad territorial y su legítimo derecho a expulsar a los invasores de los territorios árabes. Conforme señala Chomsky, en su libro “Ilusiones de Oriente Medio” (2003), “de un total aproximado de 400 colonias implantadas después de 1948, unas 350 ocupaban tierras pertenecientes a refugiados; cerca de los dos tercios de las tierras cultivadas adquiridas por Israel habían sido propiedad de Palestina”. Cada enfrentamiento militar constituye siempre la ocasión para la liquidación de centenares de palestinos y el aumento de su diáspora. La prensa del domingo 11 de enero señala que Israel se apresta para continuar su ofensiva después de haber matado a 850 palestinos, cifra cuya mitad corresponde a mujeres, niños y ancianos a quienes ahora se les exhorta, mediante panfletos, a “abandonar los lugares de operación de las tropas”, advertencia que no se les hizo cuando se produjo la primera fase de la masacre.

Las más recientes agresiones, en gran escala, fueron justificadas por Israel con el argumento de haber actuado para defenderse de cohetes lanzados desde el sur del Líbano, o bien como en el presente, desde la Franja de Gaza. Cada agresión, desproporcionada, constituye a su vez en un obstáculo para lograr acuerdos perdurables.

Nunca han faltado argumentos inconsistentes y provocaciones como la captura de dos soldados israelíes en territorio libanés, lo cual sirvió de pretexto para justificar los ataques contra la población civil del Líbano y a las milicias de Hezbolá, en julio del año 2006.
De modo que la negativa del sionismo, dentro y fuera de Israel, para negociar un tratado de paz que restablezca cierto equilibrio político, como el existente en las fronteras hasta el año 1967, parece ser la razón más consistente para comprender las políticas guerrerístas del Estado Israelí. No obstante, es evidente que tales políticas de expansión, segregacionismo y provocación permanentes, han profundizado el conflicto y han dado a Israel falsas ventajas con las cuales no aseguran su existencia como nación, en el contexto del fortalecimiento de naciones islámicas.

Finalmente, pareciera que una de las apuestas del sionismo se orienta hacia la provocación militar en la búsqueda persistente de una conflagración regional con la cual pudieran creer liquidar a sus más fuertes adversarios, quienes no son precisamente los grupos más radicales, palestinos o libaneses.

Henry Tovar

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