El impacto de los casos
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Guatemala
Algunas revelaciones
provocan mayor indignación por ser más mediáticas.
Por
Carolina Vásquez Araya
Los
jueves de Cicig y MP se han convertido en un punto de convergencia de
la atención ciudadana. La sucesión indetenible de escándalos
revelados con lujo de detalles por la Fiscal General y el Comisionado
de la Cicig, junto con el ministro de Gobernación, en algunos casos,
y los fiscales encargados del trabajo de base, constituyen una
novedad en este país de los ocultamientos.
La
transparencia con la cual han procedido las instancias encargadas de
las investigaciones y el armado de los expedientes dista mucho de las
manipulaciones usuales cuando los involucrados son individuos de gran
poder político o económico, como en estos casos. Quizá ese ha sido
uno de los factores que ha motivado a la población a volver a la
plaza.
Sin
embargo, duele constatar que algunas denuncias incluso más graves en
incidencia y alcance pasen casi inadvertidas para la ciudadanía.
Entre ellas, la de la trata de personas que afecta a miles de niñas,
niños, adolescentes, hombres y mujeres, cuyo destino incierto a
veces se decanta por la prostitución forzada, el tráfico de
órganos, la esclavitud o la muerte.
Pero
si devanamos los hilos llegaremos a la conclusión de que todo está
conectado de un modo u otro. Veremos que los actos de corrupción no
han sido solo el saqueo de los recursos del Estado por medio de
argucias administrativas o descarados robos de caja, sino también
una estrategia perversa de asesinato masivo de la institucionalidad
en todos sus niveles. Amarrar las cosas de tal modo que la cooptación
del Estado echara sus raíces para siempre en un sistema garante de
la impunidad para sus amplias organizaciones criminales.
Los
objetivos resultan cada vez más claros si nos remitimos a los
inicios de la campaña que llevó al poder a esta clica criminal,
aunque es indispensable incluir en la fórmula a toda la casta
política y a sus jefes directos: los financistas. Esa mirada en
perspectiva permite captar en toda su dimensión la profunda
podredumbre mental y espiritual de quienes han gobernado al país con
el único fin de servirse de ese privilegio para sus beneficios
personales y de grupo.
La
trata de personas, uno de los crímenes de lesa humanidad más
repugnantes que conciba la mente humana, ha pasado por debajo del
agua gracias al poder de sus redes. La inmensa estructura construida
gracias al increíble capital amasado en esta actividad y al tráfico
de influencias en sectores de decisión, tiene un alcance operativo
que trasciende al de otras actividades delictivas –aunque
asociadas- como el narcotráfico.
Por
qué el informe divulgado por la Cicig, junto con el Ministerio
Público y Unicef sobre el negocio de la trata no convocó a una
plaza, resulta incomprensible. Cuando nos adentramos en la
descripción de las experiencias de una sola de las víctimas de este
negocio maldito cuesta comprender cómo es posible tanto silencio.
Cómo las víctimas escogidas por esas redes aparezcan a diario en
las alertas y no haya reacción masiva de la sociedad: niñas y niños
que deberían estar seguros en sus hogares, asistir a la escuela y
vivir felices y protegidos, perdidos muchas veces de manera
definitiva en manos de explotadores, ellos sí acunados por el
sistema.
¿Alguien
lo recuerda? 33 personas captadas diariamente, 64 por ciento de ellas
niñas y mujeres ofrecidas “por categoría” y obligadas a atender
unos 30 servicios sexuales por día. Y esos son los casos denunciados
o captados por quienes se han tomado la molestia de investigar. Hay,
sin duda, muchos más perdidos en esta vorágine interminable de
escándalos. ¿Qué haremos por ellos?
@carvasar
Blog
de la autora: https://carolinavasquezaraya.com