lunes, 18 de enero de 2016

Por Sergio Rodríguez Gelfenstein: Finanzas globales. Una guerra sin armas mortíferas


Finanzas globales. Una guerra sin armas mortíferas 

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Por Sergio Rodríguez Gelfenstein

La visión imperial del orden mundial que tiene a Washington como su centro y que se propone el objetivo de desarrollar una guerra permanente contra todo aquel que se oponga a sus designios ha encontrado en los últimos años en China y Rusia a los valladares más importantes­, al pugnar por establecer equilibrios que afronten la irracionalidad de la guerra a partir de una lógica geopolítica diferente.

Los escenarios de conflicto son variados, la lucha por establecer preceptos económicos que beneficien a unos u otros establecen la pauta del conflicto mismo. Los intereses de clase que se expresan en cada país, exponen su naturaleza transnacional imperialista que como se sabe fue definido por V.I. Lenin como fase superior del capitalismo.

Esto se manifiesta de manera predominante en algunos hechos observables actualmente en el acontecer económico global y en la actuación de las potencias en torno a ello, en particular la confrontación en el ámbito económico que está alcanzando ribetes trascendentales. Por ejemplo, las sanciones de los gobiernos europeos a Rusia  se inscriben en una razón absurda, toda vez que Europa bajo presión de Estados Unidos, le causa daños mayores a su economía y a sus propios ciudadanos que las que se le ocasionan al “sancionado”. Mientras tanto, Estados Unidos cuyo comercio con Rusia es ínfimo en comparación con el que el viejo continente mantiene con la potencia euroasiática, no sufre afectación alguna por la aplicación de esa política de sanciones.

Rusia es la sexta economía del mundo y el tercer socio comercial de la Unión Europea, alcanzando su intercambio en 2013 a 326 mil millones de euros. En este sentido, los poderes fácticos que manejan los gobiernos europeos privilegian sus relaciones con Estados Unidos por encima de las responsabilidades con sus ciudadanos.

En otro ámbito, la política de Estados Unidos encaminada a crear bloques económicos con sus aliados es un cambio respecto de la tradicional de economías abiertas que daban libertad de acción. Con los Tratados de Libre Comercio, Estados Unidos regula el funcionamiento de la economía y la actuación comercial de sus aliados a partir de sus propios intereses o necesidades. El afianzamiento de los monopolios apunta a destruir la natural esencia del capitalismo que es la competencia, eliminando a pequeños y medianos empresarios, restringiendo el empleo y reduciendo el poder adquisitivo de grandes masas de ciudadanos de los países periféricos que se van empobreciendo.

Así mismo, el espacio financiero de las monedas que rigen el comercio global y el uso que se hace de ellas, escenifican una de la más actualizada y de alguna manera novedosa dimensión del conflicto global. La imposición del dólar gracias al poder adquirido por Estados Unidos al finalizar la segunda guerra mundial de manera victoriosa y con su territorio incólume de la devastación producida por la conflagración, le permitió penetrar los mercados globales, contando con la anuencia de Europa que a cambio recibió la bendición para llevar adelante su proceso de integración neoliberal a partir de los años 50 del siglo pasado y consolidado en 1993 a partir del Tratado de Maastricht.

Sin embargo, estos elementos, entre otros, comienzan a generar tirantez en el sistema internacional, sobre todo por la crisis que agobia al capitalismo global. China y Rusia han entendido que debe enfrentar a sus adversarios actuando en su propio terreno y suministrándole su propia medicina.  Después de la creación por iniciativa china del Banco Asiático de Inversión e Infraestructura (BAII), el Fondo Monetario Internacional (FMI) se vio obligado a anunciar en diciembre pasado, la incorporación de la moneda china, es decir del renmimbi o yuan  a la canasta de reservas del organismo financiero internacional. Con ello, se hizo un reconocimiento a China como indudable poder económico mundial. La decisión tardó cinco años en hacerse efectiva, tiempo en el que Estados Unidos presionó para que la misma no se formalizara. La creación del BAII en abril de 2015 aceleró la ejecución de la medida.

Tal disposición ha obligado al FMI a reajustar las cuotas de los países miembros, aunque sin eliminar aún el poder de veto de Estados Unidos y sin darle todavía a China el espacio que le corresponde dado su indudable protagonismo económico en el planeta. China pasó a ser la tercera fuerza financiera dentro del Fondo en detrimento principalmente de los países europeos que han visto mermada su capacidad de decisión en el organismo.

En la misma lógica, otros países del grupo BRICS como Rusia, India y Brasil han aumentado su poder dentro del FMI. Si consideramos que en el próximo mes de marzo, el Banco de Desarrollo de los BRICS comenzará a conceder créditos, habrá que aceptar que las tres medidas vistas de conjunto, -mayor presencia de los países emergentes en el FMI, creación del BAII y otorgamiento de créditos por parte del Banco de Desarrollo BRICS- son exponentes del inicio de una transformación estructural del sistema financiero internacional hasta ahora hegemonizado y monopolizado por Estados Unidos y Europa.

Estos cambios que para algunos pueden resultar menores, no lo son de cara a acontecimientos recientes. Por ejemplo, la actuación contradictoria del FMI en los casos de Ucrania y Grecia: en el primero de ellos, plegándose a la política estadounidense cambió sus propias reglas para permitir que Ucrania no pague su deuda a Rusia porque la misma fue concedida en dólares. Por el contrario a Grecia, la obligaron a pagar conduciéndola a la declaratoria de default que arrodilló al gobierno de ese país.

Mientras tanto, el BAII opera a partir de reglas mucho más democráticas de funcionamiento.  China rebajó su cuota de participación al 30,04%, seguida de India con el 8,4% y Rusia con el 6,5%. Además, renunció a su derecho de veto. India y Rusia tienen una participación cuatro y tres veces mayor respectivamente, que la que tienen en el FMI.  Eso permite suponer que para esos países será más atractivo solicitar créditos en el BAII.

En este marco, aunque Estados Unidos aún conserva capacidad efectiva para operar de manera determinante en el escenario financiero global, es evidente que su poder se ha ido reduciendo, lo que paradójicamente lo hace más peligroso. En estas condiciones China y Rusia tienen un instrumento que no es bélico, pero resulta igualmente letal: la desdolarización de la economía. Ambos países han acordado algunas medidas en ese sentido, por ejemplo la venta de petróleo y gas ruso a China en yuanes. Lo mismo operará para el comercio chino hacia Rusia, cuyos pagos se harán en rublos. A su vez, China financiará planes de infraestructura y transporte en Rusia por valor de 150 mil millones de yuanes, en particular para desarrollar proyectos conjuntos en la Ruta de la Seda. El Grupo de Banca de Inversión Goldman Sachs calcula que la aplicación de los acuerdos energéticos entre los dos países que significan el suministro del 30% de las necesidades chinas por los próximos 30 años va a significar la salida del mercado de 900 mil millones de dólares. Un golpe mortal a la hegemonía financiera estadounidense.

En el plano político y de seguridad ambos países se han propuesto el fortalecimiento conjunto de la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS), que al finalizar el pasado año obtuvo un contundente éxito al propiciar el acercamiento entre India Y Pakistán, antiguos enemigos, aliados ambos de Estados Unidos.  Los dos países ingresaron a la OCS en junio del año pasado. Este acercamiento significa un paso importante hacia la paz y la estabilidad en la región, así como lo será el ingreso pleno de Irán a la misma, durante su próxima reunión cumbre que se realizará a mediados de este año. El país persa también se ha sumado a la corriente que ha aceptado establecer sus vínculos comerciales con Rusia y China en rublos y yuanes

Finalmente, vale recordar que China es el país extranjero que posee la mayor cantidad de bonos de deuda de Estados Unidos por un valor de 1.300 billones de dólares, lo cual le podría permitir a la potencia asiática producir una verdadera debacle financiera si decidiera realizar un movimiento brusco como el que ocurrió en diciembre de 2006. El año pasado, China vendió  algo más de 100.000 millones de dólares de bonos estadounidenses, lo cual significa que decidió desprenderse de papeles de deuda del Gobierno estadounidense, enviando un claro mensaje a Estados Unidos ante la perspectiva de causar un grave daño a la economía dolarizada y al dólar en general como lo comentó Serguéi Sanakoyev jefe del centro analítico ruso-chino en una entrevista con el diario moscovita Pravda.

Todos estos elementos apuntan a señalar una grave enfermedad de la hegemonía  financiera occidental, la cual presagia una larga agonía que sin embargo no le permitirá salvarse. Este año 2016 será clave en este proceso que pareciera ser irreversible.