Finanzas globales. Una guerra sin armas mortíferas
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Por
Sergio Rodríguez Gelfenstein
La visión imperial del orden mundial que tiene a Washington como su centro y que se propone el objetivo de desarrollar una guerra permanente contra todo aquel que se oponga a sus designios ha encontrado en los últimos años en China y Rusia a los valladares más importantes, al pugnar por establecer equilibrios que afronten la irracionalidad de la guerra a partir de una lógica geopolítica diferente.
Los
escenarios de conflicto son variados, la lucha por establecer
preceptos económicos que beneficien a unos u otros establecen la
pauta del conflicto mismo. Los intereses de clase que se expresan en
cada país, exponen su naturaleza transnacional imperialista que como
se sabe fue definido por V.I. Lenin como fase superior del
capitalismo.
Esto
se manifiesta de manera predominante en algunos hechos observables
actualmente en el acontecer económico global y en la actuación de
las potencias en torno a ello, en particular la confrontación en el
ámbito económico que está alcanzando ribetes trascendentales. Por
ejemplo, las sanciones de los gobiernos europeos a Rusia se
inscriben en una razón absurda, toda vez que Europa bajo presión de
Estados Unidos, le causa daños mayores a su economía y a sus
propios ciudadanos que las que se le ocasionan al “sancionado”.
Mientras tanto, Estados Unidos cuyo comercio con Rusia es ínfimo en
comparación con el que el viejo continente mantiene con la potencia
euroasiática, no sufre afectación alguna por la aplicación de esa
política de sanciones.
Rusia
es la sexta economía del mundo y el tercer socio comercial de la
Unión Europea, alcanzando su intercambio en 2013 a 326 mil millones
de euros. En este sentido, los poderes fácticos que manejan los
gobiernos europeos privilegian sus relaciones con Estados Unidos por
encima de las responsabilidades con sus ciudadanos.
En
otro ámbito, la política de Estados Unidos encaminada a crear
bloques económicos con sus aliados es un cambio respecto de la
tradicional de economías abiertas que daban libertad de acción. Con
los Tratados de Libre Comercio, Estados Unidos regula el
funcionamiento de la economía y la actuación comercial de sus
aliados a partir de sus propios intereses o necesidades. El
afianzamiento de los monopolios apunta a destruir la natural esencia
del capitalismo que es la competencia, eliminando a pequeños y
medianos empresarios, restringiendo el empleo y reduciendo el poder
adquisitivo de grandes masas de ciudadanos de los países periféricos
que se van empobreciendo.
Así
mismo, el espacio financiero de las monedas que rigen el comercio
global y el uso que se hace de ellas, escenifican una de la más
actualizada y de alguna manera novedosa dimensión del conflicto
global. La imposición del dólar gracias al poder adquirido por
Estados Unidos al finalizar la segunda guerra mundial de manera
victoriosa y con su territorio incólume de la devastación producida
por la conflagración, le permitió penetrar los mercados globales,
contando con la anuencia de Europa que a cambio recibió la bendición
para llevar adelante su proceso de integración neoliberal a partir
de los años 50 del siglo pasado y consolidado en 1993 a partir del
Tratado de Maastricht.
Sin
embargo, estos elementos, entre otros, comienzan a generar tirantez
en el sistema internacional, sobre todo por la crisis que agobia al
capitalismo global. China y Rusia han entendido que debe enfrentar a
sus adversarios actuando en su propio terreno y suministrándole su
propia medicina. Después de la creación por iniciativa china
del Banco Asiático de Inversión e Infraestructura (BAII), el Fondo
Monetario Internacional (FMI) se vio obligado a anunciar en diciembre
pasado, la incorporación de la moneda china, es decir del renmimbi o
yuan a la canasta de reservas del organismo financiero
internacional. Con ello, se hizo un reconocimiento a China como
indudable poder económico mundial. La decisión tardó cinco años
en hacerse efectiva, tiempo en el que Estados Unidos presionó para
que la misma no se formalizara. La creación del BAII en abril de
2015 aceleró la ejecución de la medida.
Tal
disposición ha obligado al FMI a reajustar las cuotas de los países
miembros, aunque sin eliminar aún el poder de veto de Estados Unidos
y sin darle todavía a China el espacio que le corresponde dado su
indudable protagonismo económico en el planeta. China pasó a ser la
tercera fuerza financiera dentro del Fondo en detrimento
principalmente de los países europeos que han visto mermada su
capacidad de decisión en el organismo.
En
la misma lógica, otros países del grupo BRICS como Rusia, India y
Brasil han aumentado su poder dentro del FMI. Si consideramos que en
el próximo mes de marzo, el Banco de Desarrollo de los BRICS
comenzará a conceder créditos, habrá que aceptar que las tres
medidas vistas de conjunto, -mayor presencia de los países
emergentes en el FMI, creación del BAII y otorgamiento de créditos
por parte del Banco de Desarrollo BRICS- son exponentes del inicio de
una transformación estructural del sistema financiero internacional
hasta ahora hegemonizado y monopolizado por Estados Unidos y Europa.
Estos
cambios que para algunos pueden resultar menores, no lo son de cara a
acontecimientos recientes. Por ejemplo, la actuación contradictoria
del FMI en los casos de Ucrania y Grecia: en el primero de ellos,
plegándose a la política estadounidense cambió sus propias reglas
para permitir que Ucrania no pague su deuda a Rusia porque la misma
fue concedida en dólares. Por el contrario a Grecia, la obligaron a
pagar conduciéndola a la declaratoria de default que arrodilló al
gobierno de ese país.
Mientras
tanto, el BAII opera a partir de reglas mucho más democráticas de
funcionamiento. China rebajó su cuota de participación al
30,04%, seguida de India con el 8,4% y Rusia con el 6,5%. Además,
renunció a su derecho de veto. India y Rusia tienen una
participación cuatro y tres veces mayor respectivamente, que la que
tienen en el FMI. Eso permite suponer que para esos países
será más atractivo solicitar créditos en el BAII.
En
este marco, aunque Estados Unidos aún conserva capacidad efectiva
para operar de manera determinante en el escenario financiero global,
es evidente que su poder se ha ido reduciendo, lo que paradójicamente
lo hace más peligroso. En estas condiciones China y Rusia tienen un
instrumento que no es bélico, pero resulta igualmente letal: la
desdolarización de la economía. Ambos países han acordado algunas
medidas en ese sentido, por ejemplo la venta de petróleo y gas ruso
a China en yuanes. Lo mismo operará para el comercio chino hacia
Rusia, cuyos pagos se harán en rublos. A su vez, China financiará
planes de infraestructura y transporte en Rusia por valor de 150 mil
millones de yuanes, en particular para desarrollar proyectos
conjuntos en la Ruta de la Seda. El Grupo de Banca de Inversión
Goldman Sachs calcula que la aplicación de los acuerdos energéticos
entre los dos países que significan el suministro del 30% de las
necesidades chinas por los próximos 30 años va a significar la
salida del mercado de 900 mil millones de dólares. Un golpe mortal a
la hegemonía financiera estadounidense.
En
el plano político y de seguridad ambos países se han propuesto el
fortalecimiento conjunto de la Organización de Cooperación de
Shanghái (OCS), que al finalizar el pasado año obtuvo un
contundente éxito al propiciar el acercamiento entre India Y
Pakistán, antiguos enemigos, aliados ambos de Estados Unidos.
Los dos países ingresaron a la OCS en junio del año pasado. Este
acercamiento significa un paso importante hacia la paz y la
estabilidad en la región, así como lo será el ingreso pleno de
Irán a la misma, durante su próxima reunión cumbre que se
realizará a mediados de este año. El país persa también se ha
sumado a la corriente que ha aceptado establecer sus vínculos
comerciales con Rusia y China en rublos y yuanes
Finalmente,
vale recordar que China es el país extranjero que posee la mayor
cantidad de bonos de deuda de Estados Unidos por un valor de 1.300
billones de dólares, lo cual le podría permitir a la potencia
asiática producir una verdadera debacle financiera si decidiera
realizar un movimiento brusco como el que ocurrió en diciembre de
2006. El año pasado, China vendió algo más de 100.000
millones de dólares de bonos estadounidenses, lo cual significa que
decidió desprenderse de papeles de deuda del Gobierno
estadounidense, enviando un claro mensaje a Estados Unidos ante la
perspectiva de causar un grave daño a la economía dolarizada y al
dólar en general como lo comentó Serguéi Sanakoyev jefe del centro
analítico ruso-chino en una entrevista con el diario moscovita
Pravda.
Todos
estos elementos apuntan a señalar una grave enfermedad de la
hegemonía financiera occidental, la cual presagia una larga
agonía que sin embargo no le permitirá salvarse. Este año 2016
será clave en este proceso que pareciera ser irreversible.