Viaje a lo profundo de la Franja de Gaza
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Por
Leandro Albani
“Acá
no se llora, se resiste”, le dijo un poblador de Gaza a Laura
Lescano, una historiadora argentina que en 2010 llegó a esa ciudad
palestina bañada por el mar Mediterráneo y bombardeada de manera
permanente por Israel. Y esas palabras son, todavía hoy, el recuerdo
más estremecedor que Laura tiene de su travesía en tierras
palestinas.
En
2010, Lescano se sumó al “Convoy de Ayuda Humanitaria”
organizado en Gran Bretaña que tenía como objetivo romper el
bloqueo económico y comercial que Israel impone desde hace años
sobre la Franja de Gaza. Luego de arribar a Londres, junto a 100
personas viajaron a Libia con el fin de “lograr cruzar la frontera
por el borde de Rafah, en Egipto, por tierra y con unas 33 camionetas
equipadas con medicamentos, maquinaria médica, juguetes y 3
ambulancias”, recuerda Lescano consultada por Resumen Medio
Oriente.
El
viaje a Palestina fue solventado por los propios participantes y la
compra de todos los insumos se hicieron en Inglaterra con ayuda y
donaciones de Universidades, particulares y el dinero que se puedo
recaudar.
“Hacía
pocos meses había tenido lugar el criminal asalto al barco turco de
ayuda humanitaria Mavi Mármara y algunos de los supervivientes
viajaban en este convoy. Éramos unas 100 personas de diferentes
nacionalidades. Ingleses, la mayoría de origen árabe, hijos de
inmigrantes. También había escoceses, estadounidenses,
sudafricanos, irlandeses y dos argentinos. Un profesor de derecho de
Santiago del Estero y yo”, detalla.
El
viaje en un principio parecía sencillo: dos semanas por tierra
pasando por Libia y Egipto para luego ingresar a Gaza. Pero lo
planeado pronto comenzaría a cambiar. Detenciones, deserciones en el
convoy y expulsiones sumarias por parte del gobierno egipcio, en ese
momento dirigido por Hosni Mubarak. “El gobierno de Libia (con
Muammar Al Gadaffi en el poder) nos facilitó todo el traslado por
tierra en su territorio –relata Laura-, nos brindaron asistencia
varios gremios y donaciones de muchas instituciones oficiales y
grupos juveniles pro-palestinos. Egipto no ayudó en absoluto. Y de
los aproximadamente 100 que éramos logramos entrar a Egipto y, luego
a Gaza, unas 36 personas”.
Cuando
las puertas de la frontera se abrieron en plena noche, Gaza los
recibió con afecto y emoción. “Nos saludaban, nos daban las
gracias por aguantar todo ese tiempo. Nos quedamos sin palabras”,
rememora Lescano. En Egipto habían quedado sus pasaportes y estaban
autorizados a estar solo tres días en la ciudad.
El
Movimiento de Resistencia Islámica Hamas (que gobierna en la Franja)
se encargó de los miembros del Convoy. Argumentando temas de
seguridad, los milicianos de Hamas mantuvieron un férreo control
sobre el grupo de solidaridad. “Solo podíamos movernos con ellos y
hacer recorridos programados. No tengo nada que quejarme por el trato
recibido, pero me sorprendió que no nos dejaran ni salir a la puerta
del hotel ni recibir amigos en el lobby”.
En
la ciudad, el ambiente era denso y peligroso, similar a una cárcel,
describe Lescano. “Sabés que al otro lado de la frontera está
Israel apuntando y en el otro extremo, Egipto, también apuntando.
Por la noche, entrada la madrugada siempre escuchas el estruendo de
los misiles sobre la frontera palestino-israelí”.
Vivir
Gaza
“Lo
que pude ver de Gaza es fuerte. Cientos de edificios demolidos,
bombardeados, cúmulos de escombros, campos de refugiados dentro de
la misma Gaza, que ya es un campo de refugiados producto de los
saqueos a pueblos y aldeas palestinas en la década de 1940”, dice
Lescano, dejando en el aire una de las tantas imágenes de la ciudad.
“Pero, no obstante eso –continúa-, tengo una imagen muy grabada
en la memoria: una casita humilde, con agujeros de balas en sus
paredes pero con macetas con flores en sus ventanas. Eso es muy
palestino. Su pueblo es como una planta naciendo entre adoquines.
Tienen una fortaleza enorme, una constancia que no podés creer”.
En
una recorrida por una zona de viviendas destruida durante la invasión
militar israelí entre 2008 y 2009, Laura no pudo contener las
lágrimas cuando los pobladores le relataban sus historias. “Un
palestino se me acercó y me dijo: ‘Acá no se llora, se resiste’.
No me olvidó más de ese momento. Solo un pueblo en guerra es capaz
de exteriorizar estos conceptos, vivirlos día a día y sentirlos en
la piel”, sintetiza Lescano.
Una
impresión poco conocida de Gaza, que la historiadora argentina
revela es que la ciudad “es también una sociedad capitalista. Hay
desigualdades enormes, corrupción política, violencia, injusticias
sociales. Existen familias muy ricas, hay casas que parecen mansiones
en cualquier ciudad costera del mediterráneo europeo. Y junto a eso,
barrios de refugiados, sin luz, sin gas, sin agua potable”. A esto
se suma que “su sociedad es muy conservadora y religiosa. Hay
algunos cristianos y unas Iglesias, pero la mayoría es fuertemente
musulmana y muy ligada a la tradición. Mucho más que en
Cisjordania”, señala. Según Lescano, quienes trabajan en Gaza lo
hacen sin contratos y el empleo es precarizado, mientras que la
educación es pública y privada. En el bloqueo a la que es sometida
la ciudad por parte de Israel se puede encontrar la razón principal
de que la Franja viva en permanente crisis humanitaria.
“En
Gaza, los israelíes no están presentes –agrega Lescano-. No los
ves, no andan por sus calles, no hay check-points. Su presencia está
dada por el cerco, por la imposibilidad de navegar en el mar, por el
tronar de los misiles, por el ahogo económico, pero no los ves. En
toda la gente está muy presente el tema de las guerras y bombardeos,
cada uno de ellos tiene cientos de historias que contarte sobre las
guerras, los crímenes, las invasiones, los exilios forzados de sus
padres o abuelos”.
Pese
a los dolores que arrastran los pobladores de la Franja, “la gente
trata de llevar sus vidas lo mejor posible sin tener presente a cada
segundo la lucha, la resistencia y esos temas. No están todos
enfrascados en política o grupos de resistencia. La mayoría quiere
vivir su vida sin implicarse en esas cosas. Trabaja, va a estudiar,
hace negocios o changas, siguen y siguen adelante”, afirma.
Para
la historiadora, la gran molestia para Israel es saber que los chicos
y las chicas continúan yendo a los colegios, los comerciantes abren
sus locales y las mujeres hacen las compras todos los días. Porque
en Gaza existe “un pueblo que no se desespera, no se acobarda, que
vive a pesar de todo y que se levanta con la mayor dignidad posible
desde el dolor de sus generaciones”, finaliza Lescano.