Las
particularidades de la coyuntura económica venezolana ha colocado
consistentemente en el tapete la discusión sobre el modelo político
que ha regido la economía, concretamente en la concepción y
actuación sobre el histórico manejo de la renta petrolera.
Como
es de esperarse, el debate sobre el rentísmo como falla de fondo en
la economía venezolana durante los últimos 100 años supone la
revisión de un conjunto de reflexiones anteriores y otras que se
están formulando, que han llovido sobre mojado, advirtiendo la
inviabilidad de ese modelo. Una trama en la estructura económica
que, en el presente, está atravesada por un boicot interno y externo
inspirado en la intención de desplazar al chavismo como instancia
política en el poder, la situación de guerra económica que el
pueblo venezolano ha conocido, ahora capitaneada por medidas de
asfixia financiera y comercial ejecutadas por la Casa Blanca desde
2017.
Algunas aproximaciones
Oscar
Battaglini en su libro Betancourismo,
1945-1948: rentismo petrolero, populismo y golpe de Estado develó
que el modelo rentista no estuvo modulado exclusivamente
desde la economía. También hubo un ingrediente político, inspirado
por una clase empresarial aspirante alineada en el golpe de Estado
adeco contra Rómulo Gallegos y que se estaba perfilando alrededor de
las mieles que el rentismo perpetuaría para una élite construida
alrededor de ella.
Eran
tiempos aquellos en los que los séquitos alrededor de la renta
emprendían una disputa, pues ocurría en simultáneo el
desmembramiento de la estructura económica que precedió al siglo
petrolero, el cual fenece ante el frenesí de los petrodólares.
Testigo de excepción de esta época fue Domingo Alberto Rangel
(padre), quien vio el preludio del ciclo adeco señalando que
"Venezuela padeció una borrachera de plaza pública… Jamás
se ha hecho tanta demagogia en la historia nacional…".
El
rentismo petrolero a ultranza sobrevino desde ese período. Quizás
algunas de las consideraciones más desoídas vienen planteadas desde
los años 60 y venían de la mano del mismo Domingo Alberto Rangel,
quien caracterizó la
evolución del "capitalismo
rentista petrolero" como
una entidad en permanente "metástasis", asumiéndolo como
un entramado de relaciones económicas condensadas alrededor de la
"transferencia de capital generado por la renta" a factores
específicos de la economía privada, generando con ello una fuerte
relación de dependencia.
El
problema de la renta en Venezuela, señalado
por Bernard Mommer en
su libro Petróleo,
renta del suelo e historia venía
desde la segunda mitad del siglo XX, en una vorágine expansiva
aupada por los beneficios del desarrollo y la expansión de la
industria petrolera venezolana desde ese período, viniendo a
transformar las relaciones sociales, culturales y políticas en el
país alrededor de este recurso.
Estos
factores, ampliamente conocidas por el país, han consistido en la
configuración de un modelo de "riqueza expedita",
instantánea, generada por la conjunción de relaciones no asociados
al trabajo, ni al desarrollo del potencial tecnológico, ni tampoco
asociadas a la acumulación del conocimiento. La lucrativa industria
extractiva claramente transnacionalizada y dependiente, relegó al
país no solo a la perpetuidad de "factoría petrolera",
sino que además abrió paso a que se inhibieran y debilitaran todas
las estructuras alternativas al petróleo y las que existieron hasta
el fin del ciclo de la Venezuela agroexportadora, que vio su ocaso a
mediados del siglo pasado.
El
reconocimiento de estas realidades no viene señalado por Hugo Chávez
ni es descubierto por Nicolás Maduro. La realidad venezolana actual
viene precedida por monumentales fracasos en el intento de revertir
las estructuras consolidadas alrededor de la dependencia petrolera.
Ejemplos
emblemáticos fueron la política del "Gran Viraje",
acompasado a la creación de las empresas básicas de Guayana como
una fórmula para sustituir un modelo extractivo por otro. El VIII
Plan de la Nación propuesto durante el ciclo adeco-copeyano
venezolano, supuso también la colocación del potencial del país en
un esfuerzo para aupar mecanismos sustitutivos de la dependencia de
la renta, tiempos en los que el Ministerio de Fomento (hoy extinto)
colocó ingentes recursos generados por la renta a factores privados
para favorecer alternativas orientadas a la sustitución de
importaciones y diversificación de las exportaciones venezolanas,
terminando en fracaso.
Otro
intento de ciclo regresivo del rentismo fue el de la "Agenda
Venezuela" del segundo gobierno de Rafael Caldera. Este
vino al unísono de la entrada a Venezuela del neoliberalismo a
ultranza que afinaba la política regional. Más bien consistió en
una regresión de la (chucuta) nacionalización petrolera de los
años 70, generando una pérdida enorme de la soberanía y vino a
agudizar profundos estragos sociales.
Un
factor relacionado con estas experiencias ha sido la
posición del sector privado en esas instancias. El vinculo entre el
gran capital privado y el Estado se efectuó gracias al cordón
umbilical de la renta y la transferencia (por diversos mecanismos) de
la riqueza captada o generada por el Estado. Una permanente relación
de "ganar-ganar" (favorable al sector privado) que ha
tenido ciclos.
La
política cambiaria y monetaria ha sido un signo de ello, si
entendemos que, bien sea en tiempos de control de cambio o en tiempos
de libre cambio, es decir, un ciclo de casi 40 años, donde los
mecanismos de transferencia se han perpetuado generando una relación
centrípeta, la economía en la que prevalecen quienes más cerca
queden del epicentro de la renta y más empobrecidos quedan quienes
más lejos están de él. La relación histórica de desigualdad en
Venezuela y las asimetrías que generó, con el auge de una
petro-burguesía y un enorme caudal de población marginada.
Tan
grave como las asimetrías sociales que se generaron, vinieron las
relaciones de dependencia estructurada. La construcción de un
"capitalismo anómalo", o lo que ha sido para algunos, la
"ausencia de una burguesía nacional" como la llamó
Chávez. Las relaciones paternales entre el Estado y el sector
privado se traducen concretamente en que, por mera matemática
elemental, es evidente que el sector privado venezolano no produce,
no exporta.
Según cifras
del Banco Central de Venezuela (BCV),
hay una relación matemática que desnuda la anterior afirmación: en
las últimas décadas se ha construido una relación en la que, de
cada 10 dólares que ingresan a la economía venezolana, solo 1 es
generado por exportaciones privadas.
Para
hablar de tiempos recientes, entre 1999 y 2015 el sector privado
exportó bienes para ingresar al país unos 121 mil 40 millones de
dólares, no obstante, sus importaciones fueron de 680 mil 164
millones de dólares. Generando un diferencial en la balanza de 559
mil 124 millones de dólares. Sabemos que durante ese periodo
predominó el control de cambio, que puso en manos de los privados
dólares preferenciales.
En
términos netos, el financiamiento del Estado a la importación de la
actividad privada en ese período fue superior al monto que Estados
Unidos invirtió para la reconstrucción de Europa durante el Plan
Marshall luego de la Segunda Guerra Mundial.
El
problema no sólo se reduce a que el sector privado es improductivo y
no exporta, es que además es sumamente costoso de sostener. No es
esa una relación política construida en tiempos de chavismo. El
investigador Luis Salas, empleando cifras del BCV, señala que
entre 1950 y 1998 el sector privado venezolano exportó 41 mil 464
millones de dólares y durante el mismo período importó 220 mil 547
millones de dólares. "Eso quiere decir que importó 5,3 veces
más de lo que exportó".
La
explicación a la cobertura de este déficit está en los
mecanismos de transferencia de renta, que, sabemos, se produjeron en
el período anterior a Chávez no sólo mediante el control
cambiario, también en períodos de libre cambio, allanando con ello
el camino para que los grandes tenedores de bolívares accedieran a
la compra discrecional de dólares generados por la actividad
petrolera.
Los señalamientos sobre el país que "no debe volver"
Los
señalamientos contra el capitalismo rentista petrolero han sido un
componente del imaginario de la izquierda emergente en Venezuela
durante décadas. No obstante, desde sectores de pensamiento
neoliberal existen afirmaciones que van en la misma dirección.
Una de ellas, bastante sobresaliente, viene de la mano de Pedro A.
Palma, quien en 2010 y desde la presidencia de la Academia Nacional
de Ciencias Económicas de Venezuela, publicó el trabajo
denominado Riesgos
y consecuencias de las economías rentistas. El caso de Venezuela.
"Las
experiencias vividas durante las últimas décadas en la economía
venezolana han demostrado una y otra vez que las bonanzas económicas
generadas por las políticas procíclicas que se aplican en los
periodos de altos precios petroleros son insostenibles. Éstas, que
se caracterizan por intensos aumentos de la demanda, particularmente
del consumo, son seguidas por situaciones de crisis que se presentan
cuando los precios bajan, máxime si existen restricciones a la
explotación petrolera. Al no contarse con recursos ahorrados durante
los años de bonanza, la reducción abrupta de los ingresos tiene
efectos devastadores, ya que la brecha es difícilmente cubierta con
financiamiento, el cual, de estar disponible, es altamente costoso
para una economía afectada por una caída abrupta de la renta de la
que depende…".
Palma
agrega: "Las economías rentistas no pueden experimentar un
proceso de desarrollo sustentable, ya que al depender de actividades
económicas cambiantes, como la exportación de
un commodity, están
sujetas a una serie de realidades internacionales cambiantes y fuera
de su control que las hace vulnerables y riesgosas. Esto es
particularmente cierto en economías rentistas que dependen de la
exportación de productos cuyos precios son altamente volátiles,
como es el caso del petróleo".
Los
espasmos y tragedias de la economía petrolera, más allá del feliz
desenfreno ocasionado por sus bonanzas, son un lugar común en el
pensamiento económico venezolano. Todos coinciden en el "qué",
pero pocos en el "cómo".
Para
el pensamiento económico neoliberal, la "solución"
siempre se orientó a la reproducción del modelo fracasado de
emplear la riqueza petrolera para financiar las alternativas al
petróleo. Una relación que convirtió en mecanismos de
transferencia de la renta al sector privado, o más bien, la
legalización del robo del patrimonio nacional y que
sucesivamente fue despilfarrada en el hedonismo económico y la fuga
masiva de divisas de los privados.
Apenas
la economía venezolana logró consolidar un "esquema de
ensamblaje", donde las cadenas de valor se pegaron a la "teta
petrolera" feneciendo o desmembrándose con las caídas del
ingreso petrolero. Ejemplo de ello fueron los casos del fracaso de la
política de fomento y "viraje" que conocimos en la
Cuarta República y que vemos retratada hoy, en una economía
privada que detiene su producción de muchos bienes esenciales dado
que casi toda su cadena de insumos se compone de bienes importados.
El
chavismo, por otra parte, desarrolló durante los tiempos del
presidente Chávez un conjunto de intenciones para superar estas
circunstancias, sólo que el denominador venía del fomento de
empresas estatales que, se suponía, harían esfuerzos significativos
para sustituir importaciones. Al no lograr desarrollar una base de
insumos nacionales, quedaron rezagadas al sobrevenir la coyuntura a
expensas de la caída del ingreso petrolero, la falta de una
dirección eficiente y la corrupción que típicamente campea sobre
la cosa pública.
Para
nombrar ejemplos: el inventario de empresas ensambladoras de
vehículos, maquinaria agrícola, textiles, computadores y hasta
teléfonos celulares, bajo el "esquema de ensamblaje",
productos "hechos en socialismo" y con una alta dependencia
en la importación, que se vinieron a pique o que están
semi-paralizadas.
¿Ante
qué estamos? Unas aclaratorias indispensables sobre el país que no
debe continuar, o el país que "ya se fue" y que "no
debe volver", vienen cimentadas desde las circunstancias
actuales de Venezuela, que desnudan las deficiencias estructurales
del modelo capitalista rentista.
Hay
que señalar también el cuadro de vulnerabilidad que este ofrece
frente a otras variables sobrevenidas tanto en el ámbito interno
como externo. Nos referimos a los acelerantes del conflicto económico
y la disputa por el poder político que ha caracterizado la época
del presidente Maduro. Las situaciones inéditas de "tormenta
perfecta" sobre la vida venezolana, desde ataques al valor
nominal y signo físico monetario, hiperinflación, especulación
desatada, caotización de los sistemas de abastecimiento y precios,
etcétera, a las cuales se les suman las acciones de bloqueo contra
el país. Todas ellas imponiendo otro momento de particularidad
política.
Maduro
ha llamado no sólo a romper con la carga de la renta por sentido
común económico. Es un asunto ya de emergencia política nacional,
frente a las realidades que está imponiendo el frente político. En
su discurso ante el país frente a la Asamblea Nacional Constituyente
a inicios de 2018, así como en su alocución miércoles 24 y sábado
28 de julio de este año, ha tenido un tono particularmente enfático
en golpear la mesa al proponer un reinicio a la economía venezolana,
dado que las estructuras económicas viejas y las disfiguraciones que
está poniendo el conflicto político y económico lo están
ordenando así.
Esto
implica emprender un tortuoso camino o quedar consumidos (junto a
grandes aspiraciones nacionales) en la sinergia del conflicto
económico, cuyos desmanes se ven amplificados por las
estructuras económicas de fondo.
El
sentido de reconocimiento de las circunstancias actuales es un
elemento denominador. Hay un amplio reconocimiento que este (como el
país entero) es insostenible e inmanejable sin las mieles de la
renta petrolera. Por lo tanto, la mella en toda la estructura
económica da cuenta de un Estado (y en consecuencia un país) en
crisis, en etapa de estertor, que colapsa en cámara lenta y en
diversas instancias simultáneas.
La
ruptura es palpable en la pérdida de la regularidad de las cadenas
de suministro del sector privado dependiente de la renta, en la
calidad decreciente de los servicios públicos, en la pérdida del
apresto de los servicios de salud y educación, en la capacidad de
gestión y respuesta del Estado en escalas regionales y locales, en
los efectos de la caída de la inversión pública en diversos
frentes de obras, en fin.
Es
Venezuela hoy un país en el que hasta un particular transportista
privado (prestador del servicio mal llamado "público")
dice no poder realizar su actividad de pequeño empresario del
transporte si el Estado no le ofrece cauchos para su unidad
vehicular, para nombrar un ejemplo minúsculo que representa cientos
de miles.
Las
interrogantes sobre el "cómo" da cuenta de un
entramado que se está quebrando y que no es
viable continuar perpetuando. Una circunstancia que impone, en
primer lugar, la resolución histórica del problema de transferencia
de la renta petrolera al capital privado. El nudo crítico de la
política y la economía venezolana en los últimos 100 años. Una
aspiración que demanda construir otra subjetividad sobre el modelo
de Estado y sociedad, y que atraviesa a grandes sectores de la vida
nacional.
Quizás
para esa discusión que debe darse, lo peor que puede ocurrir es que
súbitamente aumente el precio petrolero y sobrevenga una bonanza. Y
es difícil que tal cosa suceda.
El
país que "no debe volver", el sistema rentista que no debe
relanzarse, viene cocinándose desde el Estado con una ruptura a las
modalidades de sistema de cambio monetario que conoció el país.
Ilustra lo difícil que es para el directorio económico idear
alternativas que superen la trampa histórica de superar los
mecanismos binarios de asignación de renta mediante las políticas
de control de cambio o libre cambio, como históricamente las hemos
conocido.
El
anuncio de anclaje del bolívar al Petro supone un bypass evident sui
generis, instrumentado
desde un obvio pragmatismo y una señal que Maduro envía a la vieja
elite rentista: las reglas del juego están cambiando y todo lo que
se ha estructurado alrededor de la formación económicamente
parasitaria y dependiente de la renta petrolera, tendrá que
adaptarse o perecer en esta trama de circunstancias.
Si
en ciertas instancias este proceso debe decantarse y acelerarse
desde las mismas estructuras del Estado, podríamos estar en el
umbral de un verdadero giro económico. La necesidad está
planteada pero el resultado está por verse.
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