El peligro de la libertad
Por Carolina Vásquez Araya
Estuve en Francia poco después de la
revolución organizada en mayo del 68 por grupos estudiantiles de
protesta contra la sociedad de consumo, la cual arrojó a las calles de
París a una de las manifestaciones multitudinarias más grandes de
Francia y quizá también en la historia de Europa occidental. Allí me
tocó vivir de cerca la resaca de una huelga general secundada por unos 9
millones de trabajadores en todo el país.
En los años siguientes y como respuesta a
la impactante provocación de la juventud y los sindicatos contra un
sistema orientado a beneficiar a las cúpulas industriales y financieras,
el gobierno francés estrechó sus métodos de vigilancia ciudadana en las
calles, en donde se comenzaron a exigir los documentos de identidad con
especial dedicatoria a quienes pudieran haber protagonizado esas
revueltas callejeras.
En esos días se produjo un cambio
fundamental en la visión del desarrollo y de la libertad individual, que
aún perdura. La marea provocada por los jóvenes franceses se extendió
con fuerza hacia América Latina, en donde solo faltaba la chispa para
encender a una juventud cuya visión del futuro no coincidía con la de
sus gobernantes, ni con los marcos valóricos en los cuales se debatían
sin encontrar respuesta a sus demandas ni perspectiva a sus sueños.
Viendo el panorama en retrospectiva y
los sistemas bien atornillados del capitalismo y la economía de mercado
que rigen actualmente la mayoría de países del hemisferio, las revueltas
de París adoptan el tono surrealista de sueños no alcanzados y quimeras
absurdas por su alcance poético. La libertad, esgrimida como una
bandera primordial, se ha convertido hoy en la mayor amenaza contra un
sistema en el cual no caben las manifestaciones individualistas.
En un capitalismo cuya consigna ha sido
el rechazo al comunismo uniformador de las aspiraciones humanas, se ha
impuesto el modelo uniformador de las aspiraciones humanas a través de
marcos educativos diseñados para responder a las necesidades productivas
de los grandes consorcios industriales y financieros. La creatividad,
por ende, se prodiga poca y sola en grupos selectos, apartados de una
masa cada día más privada de medios de desarrollo.
El más significativo educador del siglo
XX, Paulo Freire, lo expresa claramente, cuando afirma que la pedagogía
debe constituir una forma de diálogo y aprendizaje constantes, en un
marco de libertad creadora. Lo contrario sucede en los actuales sistemas
educativos, en donde el alumno es un recipiente en donde se van
acumulando ideas y conceptos, sin mayores posibilidades de generar
nuevas líneas de pensamiento que no sean las propuestas por el sistema.
Entonces se llega a la situación de la
mayoría de nuestros países, fincados en los preceptos del beneficio
económico por medio del desarrollo de los grandes capitales sobre la
sumisión de los grupos menos privilegiados, entre cuyas filas están
quienes sostienen todo el edificio. En la actualidad, exceptuando a los
sectores más pobres y los más ricos, muchos de estos trabajadores son
jóvenes surgidos de aulas universitarias y cargados de títulos y sueños,
pero condenados a efectuar trabajos rutinarios y mecánicos en los
cuales no se requiere más que disciplina y una formación básica para
ejecutarlos correctamente.
No solo el sistema educativo requiere
una revisión tomando en cuenta la libertad y el potencial individual.
También se necesita la liberación de las estructuras institucionales,
cuyos modelos responden a objetivos ajenos al bien común.
elquintopatio@gmail.com @carvasar
Blog de la autora: El Quinto Patio
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