Sergio
Rodríguez Gelfenstein: Capitalismo y conflicto global
Enviado
por Barometro
Internacional el miércoles, 24 septiembre, 2014 a las 19:44
Una
de las cosas más positivamente sorprendentes que se observan en la
cotidianidad de la vida en Venezuela es el interés de los
ciudadanos por los acontecimientos políticos internacionales. No
estoy hablando solo de las aulas universitarias o de centros de
investigación especializados, el tema va mucho más allá: en las
tertulias callejeros de plazas y restaurantes, en el intercambio
necesario de trabajadores y empleados durante la hora del almuerzo y
en casuales encuentros errabundos, los problemas que ocurren allende
nuestras fronteras o, aquellos que -sucediendo en el país-
involucran el actuar internacional del mismo, son cada vez más
debatidos, en ambientes de gran participación y conocimiento.
Una segunda etapa debería avanzar hacia el análisis y vinculación
de fenómenos aparentemente distintos, que se desarrollan en
latitudes y longitudes distantes y que en algunos casos son expresión
de la coyuntura, pero que –sin lugar a dudas– están enmarcados
en una problemática estructural que dice relación con las
características más profundas de la historia, la economía, la
política, la sociedad y el Estado.
En
este marco, se observa una tendencia recurrente en torno a la
preocupación válida por la conflictividad en el planeta y la
creciente agresividad imperial. Todos los días de la semana los
medios de comunicación son portadores de nuevas y alarmantes
noticias que exponen guerras, epidemias, desastres naturales, y/o
violación de derechos humanos entre otras expresiones negativas del
desarrollo de la vida cotidiana.
Muchas
personas concienzudamente se preguntan ¿qué está pasando? Las
respuestas que se dan a través de los instrumentos de información
son descriptivas y se limitan a dar a conocer lo que ocurre. Hay
carencia de programas de investigación y análisis que convoquen a
desentrañar las causas profundas del conflicto, (desprendiéndolos
de motivos que apuntan de manera superlativa a la subjetividad) sin
caer en el panfleto cómodo, la explicación superficial o la
sustitución del papel trascendente de los pueblos por la
clarividencia a veces exagerada de los líderes, sin que esto
signifique restarle validez a su aporte.
Vale
decir, que tal vez no sean los medios de comunicación a los que les
corresponde dicha labor, aunque sea evidente que las transnacionales
de la comunicación que sirven intereses imperiales están jugando
hoy por hoy el papel trascendente en la creación de condiciones para
el conflicto, incluso construyéndolos cuando no existen o
incentivándolos cuando están en proceso germinal. En la actualidad,
se está transformando en un hecho natural y común afirmar algo que
no tenga sustento o que la fuente de su origen sea dudosa o incluso
falsa.
Esta
situación ha conducido al inicio de guerras para las que se han
aducido causas irreales. Los millones de muertos que las mismas han
significado se solucionan con una falaz disculpa o una tardía
aceptación del error. Desde las armas atómicas inexistentes en
Irak, pasando por los civiles inocentes asesinados por los drones en
Afganistán hasta los “falsos positivos” de Colombia, la vida de
ciudadanos humildes ha dejado de tener valor para los poderosos. Una
disculpa soluciona todo, los medios internacionales se encargan de
lavar la cara de los asesinos y la ONU avala los desmanes de las
potencias, jugando cada vez más un triste papel como garante de la
paz mundial.
¿Cree
alguien que tenemos que aceptar con pasividad este estado de cosas?
¿Nos deberíamos conformar con el consentimiento de que “el
mundo es así”? O, ¿producimos una rebelión que tendría que
partir de la conciencia? La falsa afirmación de que el “mundo sea
así” conduce a aceptar esta fatalidad de manera obligada,
admitiendo con ello la injusticia y la desigualdad. La esencia
del problema radica en la estructura del sistema capitalista mundial
que genera diferencias profundas en la forma en que uno y otro
ciudadano (“iguales ante la ley”) puedan llevar el transcurso de
su vida. Por supuesto que hoy “el mundo es así”, y lo seguirá
siendo mientras el capitalismo campea por sus fueros y mientras las
sociedades de clases impongan los intereses de una minoría por
encima del derecho de la humanidad a disfrutar la vida en el planeta.
Este
es el origen de la conflictividad mundial, un sistema depredador que
no escatima ni siquiera en la sobre explotación de los recursos de
la tierra en el afán infinito de maximizar ganancias. Suponer que
per sécula, los estadounidenses que son el 6% de la población del
planeta deban seguir consumiendo el 25 % de la energía es una
sinrazón que no tiene viabilidad futura, mientras millones mueren de
hambre y padecen enfermedades curables.
En
el momento actual, la conflictividad global tiene su germen en la
crisis de un sistema que ha entrado en declive. No se sabe cuántos
años durará el mismo. A través de la historia, desde Roma hasta el
imperio británico y pasando por el español, el proceso de
decadencia imperial ha durado varios siglos, pero una vez iniciado el
proceso su rumbo avanza de manera ineludible. Corresponde a los
pueblos y a los ciudadanos con visión de futuro y de
humanidad, acelerar el ritmo de su crepúsculo.
Esta
situación de decadencia objetiva, es la que marca el alto nivel de
conflictividad mundial. El imperio estadounidense intenta resistir el
paso del tiempo y su declinación. Las leyes objetivas que establecen
los comportamientos y la transformación de la sociedad y el Estado
son inexorables.
En
ese sentido, las masacres en Gaza y el apoyo al permanente genocidio
israelí contra el pueblo palestino, los golpes de Estado en
Honduras, Paraguay y Ucrania, el apoyo a los terroristas en
Afganistán, Siria y Venezuela, las invasiones a Libia y Siria,
las amenazas a Irán, Rusia y China, el soporte a las
intervenciones francesas en África, las negativas a firmar el
Protocolo de Kioto para reducir la emisión de gases de efecto
invernadero que producen el calentamiento global y el Estatuto de
Roma que establece la Corte Penal Internacional son expresión
prístina de un sistema en descomposición y de una potencia débil,
que como todo animal herido, ataca cuando los olores nauseabundos de
sus despojos comienzan a transmitir su pestilencia.
La
dialéctica lo explica con sabiduría infinita. Basta entender las
leyes de “la negación de la negación”, la de la “transformación
de los cambios cuantitativos en cualitativos”, así como la de la
“unidad y lucha de los contrarios” para entender lo que está
pasando y ver el futuro con optimismo, a pesar de todos los
contratiempos que tropezamos en la diaria existencia.
El
pesimismo no puede ser asociado a la lucha de los pueblos. Vale
recordar al presidente Salvador Allende en aquel aciago 11 de
septiembre de 1973, desde La Moneda en llamas y sabedor de que el fin
se acercaba, transmitió una lección de confianza en el futuro
cuando dijo que “La historia no se detiene ni con la represión ni
con el crimen. Esta es una etapa que será superada. Este es un
momento duro y difícil: es posible que nos aplasten. Pero el mañana
será del pueblo, será de los trabajadores. La humanidad avanza para
la conquista de una vida mejor” agregando que “Tienen la fuerza,
podrán avasallarnos, pero no se detienen los procesos sociales ni
con el crimen ni con la fuerza. La historia es nuestra y la hacen los
pueblos”.
sergioro07@hotmail.com
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