viernes, 15 de enero de 2010

CECILIO ACOSTA O EL SALVADO DEL OLVIDO

 DE TIEMPO EN TIEMPO
Mario Torrealba Lossi

Cuando uno asocia la imagen de Cecilio Acosta con las más deslumbrantes del siglo XIX – iniciada la penúltima década del mismo-, no deja de asociar a tan importante personaje con otros que lo precedieron y con muchos más que vinieron después. Desde su juventud, cuya vida debió iniciarse en 1818, cuando nace de una progenie humilde, como les hubo de ocurrir a otros personajes de la nacionalidad, recordamos de don Cecilio su muy conocida frase”Lo que yo digo perdura”. Y no se trataba de soberbia suya, sino que, por el contrario, había en ello la convicción de que él midió la importancia de cuanto dijo e hizo, a través de una vida, como la suya, cuya obra sería una de las más valiosas que conociera la crítica nacional y extranjera de los mediados y finales del siglo XIX .


Aunque como jurista y miembro de la Comisión Nacional de Códigos, nunca habría de ser indiferente a la política, que como su especialidad llegaría a manejar desde su juventud; y como dijo uno de sus biógrafos, Acosta nunca estuvo ajeno a esos menesteres de que tanto hablaron los griegos, especialmente Aristóteles, cuya obra cumbre Acosta hubo de consultarla, hasta cuando sólo les faltaban pocas semanas para entregar su vida a la soledad de la muerte, el 8 de julio de 1881. Gran polemista, habría de escribir el 15 de noviembre de 1877: “en defensa propia. Atacado con alevosía, me defiendo con la verdad; Dos cualidades me caracterizan, el respeto que siempre he profesado a la persona que representa al gobierno de mi patria y la independencia que siempre he manifestado en mis opiniones”. De allí proviene la frase pronunciada por el joven José Martí, durante las exequias dedicadas a tan grande hombre, digno de una vida intachable:
… “y cuando él alzo el vuelo tenía limpias las alas”…
Cecilio Acosta no publicó nada en libros y casi toda su obra la mantuvo dispersa en periódicos y revistas. De allí que el famoso discurso escrito por el maestro dedicado como un homenaje a la Real Academia de la Lengua Española, fue como un ancho campo para la meditación, en donde …“los ríos llevan arenas de oro y los árboles destilan miel; con la apertura del paso de Levante, que debía hacer comunes las riquezas que sirvieron un tiempo de lujo en los soberbios palacios de Darío; y se vieron alguna vez, como por gala en la corte opulenta del hijo de David con la conquista de tantas islas y de un continente tan vasto”…
II
“Todo es providencial en el orden admirable que encadena los sucesos humanos. Se trata como de un flujo y reflujo de las sociedades en ese movimiento perpetuo que las abate hoy hasta el lodo para levantarlas mañana hasta las nubes. ¿Cuánto no debió ser su asombro al ver que ponía en posesión de un maravilloso y prolífico reinado; y le entregaba en sus propias manos los medios en que no ven los ojos vulgares más que un juego de la fortuna. La naturaleza y al fin – decía Acosta- era tan vasta porque era obra de la Divinidad”…

Por lo que escribió el maestro, bien se entiende cómo se trataba de un pensador original y profundo; y que se paseaba por todas las expresiones de lo divino y de lo humano.

Según lo pintaba el genio de Herrera Toro, cuando a don Cecilio le entraban sus manías de hablar con sus amigos -que no eran tantos- daba a entender que su sabiduría era igual a la de Toro y a la de González; llamado este último “Tragalibros”.

A Acosta le gustaban las corbatas semicortas de lazo abierto; pero siendo todavía joven, la frente se le abría como una media calle, en tanto que su mirar - así lo creía el pintor- era muy denso y profundo, pues escudriñaba todas las cosas con un simple parpadeo.
Acosta estaba muy atento a las obras que le llegaban de todas partes, y poseía una memoria digna de Zenón. En su época juvenil ya conocía el sistema celeste de Pitágoras, y al hablar del Sol, intuía como dicho sistema fue el mismo adoptado por Aristarco de Samos. La sabiduría suya era cómo una hija de Minerva, mientras que la lógica aristotélica nunca se confundió en él idealismo platónico.

“Ya todo lo he visto y meditado antes; y agregaba que los bárbaros del Norte arrasaron con muchos monumentos de la arquitectura de la antigüedad. El abuso de toda libertad - repetía- constituye la muerte de sí misma. El verdadero objeto de la imprenta, quedará conocido, no sólo cuando hubiésemos alcanzado los beneficios que produce su buen uso, sino también cuando hubiésemos enumerado los males que engendra con su abuso. La imprenta es el mayor de los bienes, pero a veces pervierte a más no decir. Nuestra felicidad estriba en los justos límites de la libertad. Si nos traspasamos dentro de estos valores, sólo se las juzga por los males, aunque ya estos hayan hecho mucho daño. Ella será siempre asequible si logra destruir al mal.
III
Tal como lo dejamos antes expuesto, desde la niñez de su vida -en agraz para entonces- ésta hubo de ser muy fecunda y la dedicó completamente al estudio y la profesión de la docencia. Además de lo que antecede fue jurisconsulto y agrimensor. Después de ejercer sus estudios de derecho, ahondaría en las lides del periodismo y sería el redactor del Centinela de la Patria. En cuanto al punto de vista profesional, su vasta labor pedagógica habría de realizarse dentro y fuera de las aulas. A él se debieron los más importantes estudios de derecho, tanto criminal como civil.

Don Cecilio fue un eximio polemista. Bastaría referirnos a las disputas que siempre entablaba con Idelfonzo Riera Aginagalde, su entrañable amigo, quien escribió con el seudónimo de Clodiuos; en tanto que Acosta le contestaba siempre con el nombre de Tulius. Riera Aginagalde y Acosta fueron grandes de la seudonimía y entre ellos se planteaban los temas culturales y de mayor complejidad y contenido como no los hubo durante todo el siglo XIX. Tales personajes, sumamente cultos ambos, superaron al mejor periodismo venezolano de la época, pero sin llegar a la diatriba hiriente, porque los contendores se caracterizaron, como no lo hicieron otros, por la calidad de sus estilos prosísticos: “las revoluciones se realizan en un momento -escribía Tulius a Clodius - casi inesperadamente”. Si el uno es partidario de la guerra, nosotros, decía Acosta, somos partidarios de la paz. No estamos distantes, ni el uno ni el otro, de un propósito avieso, porque nuestra misión real es la de hacer cultura, el mejor de los ejercicios intelectuales.

Cecilio Acosta, como bien sabemos, fue un gran adversario de Guzmán Blanco, el fundador de nuestra Academia Venezolana. Pero, tanto como su padre, hubo de ser amigo de la intriga y de la petulancia, tan propias del caudillismo del siglo XIX. Los más resaltantes de los artículos escritos por Acosta, fueron Cosas Sabidas y Cosas por Saberse, las cuales les dedicara, con sumo cariño, a los lectores de su tiempo. Como el sobrino de don Cecilio fue uno de los cirujanos que hubo de operar al presidente Castro, durante la primera gravedad renal sufrida por el caudillo de Capacho, al ofrecérsele la paga correspondiente, Rodríguez Ortiz, le contestaría: “sólo le agradecería a su administración que fuesen recogidos, en volúmenes, las obras completas de mi tío, pues si no se perderán”.
Así fue en honor al meritorio y gran maestro de la nacionalidad. Hoy día, son ya muy conocidas esas publicaciones, tanto en lo nacional como en lo universal. De no haber ocurrido, por la bondad del caudillo de Capacho, la obra de Cecilio Acosta se hubiera perdido para siempre. Volveremos de nuevo. ¡Hasta la próxima!.

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