sábado, 16 de mayo de 2009

LOS FALSOS ESCRÚPULOS DEL SIONISMO

...¿Qué sentido tiene haber cercado a Gaza, convirtiéndola en un gigantesco campo de aniquilación? Un auténtico sentimiento de justicia y de piedad, nos sugiere que el exterminio y la deportación no son hechos más criminales e inmorales porque sus víctimas fueren judíos y los genocidas alemanes; ni los alambres de púa símbolos más criminalizadores que los muros, ni los hornos más abominables que las bombas de fósforo...
                                   
Henry Tovar

Hasta ahora, el verdadero logro del Estado de Israel, parece haber sido ocultar las verdaderas razones de su política guerrerista contra el pueblo palestino. Si admitimos las argumentaciones y citas descritas en el artículo de opinión, La Victoria Perdida en Gaza, escrito por Adam Morrow y khaled Moussa-Omrani, resulta claro que los israelíes están lejos de haber avanzado suficientemente en sus verdaderos propósitos políticos con relación al pueblo árabe palestino. Pero que en el transcurso del genocidio cometido en Gaza, los militares y los políticos sionistas hubieren proclamado y modificado varias veces sus propósitos militares y no haber logrado ninguno (“remover a Hamas”, “distorsionar su capacidad” “dar una lección”, “destruir el movimiento islámico”,”terminar con el contrabando de armas) sugiere también el ocultamiento de otras finalidades o de la verdadera.
 

Si, como señalan los autores citados, “Altos oficiales se Israelíes se apuraron en anunciar el triunfo de su operación militar” después de haber matado a 1315 seres humanos y haber herido a más de 5300, en su mayoría mujeres y niños y niñas, se podría suponer que esa era la verdadera finalidad. Valga decir, continuar con el proceso de exterminio y segregación iniciado desde la misma fundación del Estado de Israel. Palabras y hechos crueles, de políticos y militares sionistas, y sinceros testimonios de intelectuales judíos, corroboran nuestras afirmaciones.
Noam Chomsky, en su libro Ilusiones de Oriente Medio, señala que después de la Guerra de los Seis Días, Joseph Witz, antiguo jefe del departamento de Asentamiento de la Agencia Judía, recordaba en un artículo lo que anotara en un diario en 1940: “La única solución es Eretz Israel, al menos el Israel occidental, sin árabes, y no hay otra solución sino transferir los árabes desde aquí hacia los países vecinos”; pronunciamiento que ha sido cumplido progresivamente mediante, la matanza, la expulsión y el aislamiento. 

Más recientemente, el mismo autor antes citado, en el artículo, Gaza 2009: una guerra de exterminio, señaló que hace treinta años el Jefe de Estado Mayor, Mordechai Gur, observó que desde 1948 “hemos estado luchando contra una población que vive en aldeas y ciudades. 

Como resumiera en sus observaciones el más destacado analista militar de Israel, Zeev Schiff: “el ejército israelí siempre ha atacado a poblaciones civiles, intencional y conscientemente…el ejército, dijo, nunca ha distinguido objetivos civiles [de militares]…[pero] atacó a propósito objetivos civiles.” Tras éstas y otras revelaciones, resulta lógico repreguntarse, ¿Cuál ha sido el sentido de todas las masacres perpetradas por el Estado sionista de Israel contra la población árabe de Palestina, Siria y la del Líbano? ¿Qué ocurrió hasta 1970, con el remanente de los 136.000 habitantes nativos, de los 152.990 sirios, existentes en los Altos del Golán hasta 1967, cómo se preguntaba en 1982, el periodista argentino Pedro Catella? ¿Cuál fue la finalidad real de la invasión al Líbano en 1982, en la cual, “en sólo dos meses fueron asesinadas 18.000 personas y heridas 30.000, fundamentalmente civiles”? ¿Qué finalidad tuvo la matanza de refugiados en los campos de Sabra y Chatila, en la cual en sólo cuarenta horas, “miles de civiles desarmados, en su mayoría, niños, mujeres y ancianos,” y que conforme a investigaciones y testimonio judicial del honorable periodista judío Amnon Kapeliouk, 3500 personas fueron asesinadas”? ¿Qué sentido tiene haber cercado a Gaza, convirtiéndola en un gigantesco campo de aniquilación?

Un auténtico sentimiento de justicia y de piedad, nos sugiere que el exterminio y la deportación no son hechos más criminales e inmorales porque sus víctimas fueren judíos y los genocidas alemanes; ni los alambres de púa símbolos más criminalizadores que los muros, ni los hornos más abominables que las bombas de fósforo.
Los más recientes actos terroristas del Estado Israelí en Gaza, indican que tras el afán de ocasionar terror y exterminio, mediante el bombardeo de escuelas, hospitales y viviendas, junto con la utilización de armas químicas, se esconden los falsos escrúpulos de los sionistas, cuyos dirigentes evitan reconocer, explícitamente, que las intenciones de sus actos de crueldad son: cremar, exterminar, disgregar y apartar para que se cumplan sus propósitos históricos, expresados por Joseph Witz, sesenta y nueve años ha.

jueves, 7 de mayo de 2009

UNA PEDAGOGÍA DE LA PERVERSIDAD

Henry Tovar

Hemos leído, con pasmosa perplejidad, el trabajo de investigación intitulado La Universidad Secuestrada; al parecer el más reciente aporte pedagógico de Henry Giroux, docente y crítico cultural, nacido en Providence en 1943. Esta obra constituye, a la par que rigurosa investigación académica, un documento de extraordinario valor histórico para comprender las consecuencias de las no naturales relaciones de poder existentes entre la educación universitaria y los círculos de poder armamentista en Estados Unidos de Norteamérica

Tal investigación constituye un testimonio revelador, en primer término, de la evidente desnaturalización de los propósitos cívicos, democráticos y humanistas de la educación universitaria, como consecuencia de la admisión y reproducción de valores militaristas al interior de ellas; junto con sus ominosas consecuencias en la formación de un determinado tipo de ciudadano. Y por otra, revelador de las perversas concepciones militaristas de la seguridad nacional, otrora discurso propio de las élites del poder conservador, ahora originados en el seno de los campos universitarios y omnipresentes en la propia conciencia del ciudadano común de esa nación.
Conforme señala Giroux, desde la época de “Guerra Fría”, las universidades norteamericanas comenzaron a convertirse en instituciones al servicio del nombrado complejo militar e industrial, como es conocida y denominada la relación existente entre determinados entes gubernamentales, el Ejército y las industrias de producción de armamentos. En el ámbito de la política, y desde esa misma época, la relación entre la Academia y esas corporaciones fue considerada como inconveniente y peligrosa, particularmente por un personaje como Dwight Eisnhower, quien en el año 1961 la denunció como nociva para la existencia de la democracia en su país.

Durante la década de los años cincuenta, las universidades comenzaron a ser utilizadas en la producción de conocimientos y tecnologías militares para contrarrestar los avances de Unión Soviética en el sector militar-industrial. Esa relación ha derivado, conforme lo señala Giroux, en una sistemática penetración de las instituciones universitarias y en la exaltación masiva de una cultura de la guerra, la cual se convertido en un “principio ordenador de la sociedad norteamericana”. La guerra constituye, en la vida de los norteamericanos, el propulsor la economía, tema para la producción cinematográfica y la exacerbación del patriotismo, motivo para la producción de espectáculos, avisos publicitarios, videos y juegos de guerra, y de excesiva exaltación de la masculinidad, el machismo y la promoción brutal de la violencia.

De no ser por la “crítica demoledora”, como la califica Luís Bonilla-Molina, Presidente del Centro Internacional Miranda y prologuista de la señalada obra de Giroux, tales indagaciones podrían parecer los aditamentos fantásticos de una obra de ciencia ficción, en la cual las universidades participan como protagonistas y promotores del espionaje, a través de la selección de profesores y alumnos, a quienes se les entrena para fungir como agentes, delatores y verdugos de la CIA, en una relación mercenaria promovida desde las propias instituciones de educación superior. Grandes y medianas universidades como la de California, Texas o el Tecnológico de Massachussets reciben anualmente millonarios aportes para el diseño y creación de armamento espacial, rayos láser, tanques eléctricos, cañones electrotérmicos, ejércitos robots, armas con forma de insectos, pistolas de microondas con las cuales las personas se sienten envueltas en fuego, misiles, tecnologías submarinas, armas químicas, entre otros aparatos surrealistas.

Como se puede fácilmente comprender, estos ejemplos constituyen toda una pedagogía de la perversidad, a la cual se suma el chantaje contra quienes, desde la propia academia, se oponen a ella, a la militarización de la sociedad y la eliminación de de todo pensamiento crítico, cuya levadura deberían las universidades fomentar.