sábado, 31 de enero de 2009

POR QUÉ FILOSOFAR EN TORNO A LA EDUCACIÓN



  
Henry Tovar

 Con relación a esta pregunta se pueden esgrimir muchas respuestas, pero antes que responder podríamos seguir inquiriendo. Por ejemplo, ¿Por qué en lugar de preguntarnos con el término filosofar, no lo hacemos con el término pensar o reflexionar. ¿Tiene el mismo significado filosofar, que pensar o reflexionar? ¿Qué de distinto tiene el acto de reflexionar al de filosofar? ¿Es esta misma disyunción un acto reflexivo o filosófico? ¿Qué separa a la reflexión corriente del acto propiamente filosófico? ¿Tiene la filosofía una terminología propia y necesaria para el ejercicio filosófico? ¿Es necesario un método para el ejercicio de la reflexión corriente? ¿Es necesario un método para el ejercicio de la reflexión filosófica? ¿Es la reflexión un acto susceptible de extrapolaciones temáticas? ¿Se puede preguntar lo mismo en torno a la filosofía? Antes de continuar diré que hasta ahora creo haber reflexionado.

Nos interesa, por ahora, preguntar sobre otras consideraciones, para las cuales deberíamos comenzar por definir lo que entendemos por reflexionar, pensar y filosofar.

El Diccionario Usual Larousse nos señala que reflexionar es el acto de meditar, y de meditar nos dice que es la reflexión profunda. En el Diccionario Enciclopédico Salvat se lee que reflexionar es considerar nueva o detenidamente una cosa. Y de filosofar se afirma que es examinar una cosa como filósofo; mientras que pensar es definido como imaginar, meditar, considerar o discurrir. Estas afirmaciones podrían interpretarse como ejercicio correlacional de las ideas, mediante las cuales es posible reflexionar o filosofar. De modo que lo substancial es la corroboración de la diferencia entre reflexionar y filosofar, cuya acción surge de la sustentación en razones epistemológicas del acto de filosofar. En este párrafo, independientemente del rigor o la veracidad lograda creo haber filosofado. Entendemos entonces, que el acto de filosofar es sólo posible si se sustenta en categorías y dimensiones con las cuales sea posible delimitar lo objetivo y lo subjetivo y establecer determinada intersubjetividad.
Las anteriores afirmaciones sugieren también que filosofar en torno a la educación requiere determinar aquello que es propio de la educación; para que no ocurra lo que solía lamentar Descartes, cuando afirmaba que, "casi todos los conocimientos imperfectos tienen el vicio de reunir varias cosas en una y de tomarlas a todas por una misma idea,” ergo creemos haber sugerido una de las tantas respuestas posibles a la pregunta motivo del presente ensayo.

Podría afirmarse igualmente que el por qué tiene una de sus razones de ser en la necesidad de establecer el sentido o los sentidos de la educación, con lo cual se plantean distintas perspectivas para las cuales se requiere del análisis sustantivo de su naturaleza, diversidad y valor. Esa posibilidad sugiere la necesidad de un método conforme al cual se aspire a cierto rigor y objetividad.

Pensar o reflexionar en torno de la educación requiere conocer su amplitud epistemológica. Ésta categoría constituye uno de los conceptos menos unívocos. La educación es una categoría plural. Diríase que es un concepto más connotativo que denotativo, en tanto que admite múltiples connotaciones asociadas a tantas perspectivas filosóficas como sentidos del mundo existen. Se infiere entonces que la filosofía de la educación no tiene por propósito la búsqueda de la verdad con relación a un sentido único, sino fundamentalmente la búsqueda de la veracidad con relación a un determinado sentido, unidad y diversidad con lo cual se reafirma la necesidad de conocer como percibimos la realidad subjetiva y como la reflejamos en conceptos únicos, a partir de los cuales podemos nominar a una misma realidad.

El por qué filosofar en torno a la educación parece entonces tener, en uno de sus sentidos, la necesidad de establecer un método con el cual lograr mayor propiedad en el contenido y a la forma del discurso. Aunque, como lo señala Jean Francois Ravel, "Un pensamiento no esta protegido contra los errores y la ignorancia corriente, porque sea filosófico, o éste hable de cuestiones filosóficas. Se hace filosófico en la medida (y aún así) cuando elimina se las arbitrariedades y las ligerezas del reino de la opinión; (1) de lo cual se deduce que todo conocimiento que pretenda ser, en su forma y fondo, riguroso y veraz, no debería sustentarse en creencias y opiniones carentes de argumentación. Por consecuencia, este puede ser otro elemento distintivo de la reflexión filosófica con relación a la reflexión corriente. Aquella que gusta pasearse, a veces, por los reinos de lo humano y lo divino con la impropiedad de caprichosos juicios.

Diremos finalmente que la educación, como campo de conocimiento, requiere de una metodología que haga más comprensible sus propios procesos, delimitando y objetivando, es decir, con un discurso cuyas convenciones logren una determinada veracidad en sus criterios, tanto como la posibilidad de lograr diversidad de síntesis, razonables, fiables y exentas de prejuicios।

(1)Ravel, Jean Francois. Para Qué Filósofos. Colección Avance. Universidad Central de Venezuela, Imprenta Universitaria 1962 Pag. 36

jueves, 29 de enero de 2009

LA PERTINENCIA DEl TÍTULO EN LA INVESTIGACIÓN Henry Tovar


La grandeza y la superioridad de la ciencia natural del siglo XVI y XVII reside en que los investigadores eran todos filósofos. Ellos sabían que no había meros hechos, sino que un hecho sólo es lo que es a la luz de un concepto fundamentador y según el alcance de tal fundamentación. Martín Heidegger




Henry Tovar

Deseo referirme brevemente y de modo esencial a un contenido propuesto por Ana Sarelda, el cual lleva por título, "La necesidad del título en el trabajo de investigación." Ciertamente, este requisito suele ser materia incomoda, fundamentalmente para los investigadores, pero también para los periodistas y aún para escritores avezados en áreas distintas de la investigación. Esta materia parece objeto de exquisita discusión académica, y de igual modo, materia con frecuencia poco abordada. Mi aprecio por el tiempo y la escasez temática sobre el tema, en mis propios anaqueles, me obliga fundamentalmente a opinar.


Es sabido que la correcta enunciación del título en una investigación, facilita primeramente, la focalización del problema; también el reconocimiento inicial del texto o tema, subtexto y el contexto implícitos en una investigación. Podría decirse que constituye el punto inicial necesario para el planteamiento del problema. Caso menos probable, el punto terminal de una investigación. Salvo que, como ocurre de modo infrecuente con algunas investigaciones históricas, la precariedad documental o la ocurrencia de determinados hallazgos, desvíe al investigador de su objeto inicial de estudio.

Es posible y frecuente que la enunciación inicial se modifique sucesivamente durante la fase del planteamiento del problema, y en diversos casos, durante el desarrollo de la investigación. A veces, es necesaria la modificación, entre otros motivos para mejorar la sincronía entre los diversos asuntos expresados en el planteamiento inicial, por ejemplo entre la definición y las finalidades.

La selección del título, raramente o excepcionalmente, debería constituir un dilema en el caso de la investigación. El título debe reflejar la naturaleza del problema, su contexto, y debe tener la rigurosidad, contraria a la vaguedad y a la sugestividad, deseables en la creación artística.

En la literatura, propiamente hablando, los cambios radicales son más frecuentes. En ese campo, la selección final del título, generalmente no deja de producir cierta angustia creadora y fértil. En la investigación, diferentemente de la literatura, el título es por lo general, el precedente deseablemente riguroso del planteamiento del problema. En la literatura artística el título es importante, pero menos substancial. La buena obra literaria resiste el peor de los títulos. "Basura," por ejemplo, título de una novela del escritor colombiano Héctor Faciolince, no concuerda con su excelente calidad novelística. O bien "La Ostentación de la Ignorancia," o "Buchipluma", son títulos bastante retóricos, superiores a las obras de sus autores, cuyos nombres ya no recuerdo. O bien "La Ballena Rosada de Jonás," novela con título poético, bastante sugerente, de un libidinoso escritor argentino. En fin, en literatura el título puede ser garbozo, agudo, exquisito, o contrariamente: inexpresivo, anodino o ñoño.

En la investigación son exigencias, la precisión, la concordancia y una deseable brevedad. La redacción de títulos adecuados a los contenidos es ciertamente un problema bastante común, pero la unicidad o la complejidad de los temas, hace que la titulación sea el contenido menos enseñable en los cursos de metodología. No obstante, podría parecer artificiosa la investigación que, una vez concluida, no tenga aceptablemente enunciado su objeto de estudio.

El problema del título es tópico poco abordado, con profundidad, por los metodólogos. Pareciera que no constituye un problema de primerísimo orden para la investigación, no así el carácter metodológico de la propuesta. El marco conceptual, en cual se analiza el problema, es el que condiciona las posibles orientaciones de la investigación. Eso lo intuyó Martín Heidegger, quien escribió ¿Qué es la Cosa?, propuesta filosófica y libro de doscientas catorce páginas (parece ocioso), escrito para explicar, ¿Qué es la cosa?, una cosa, cualquier cosa.

Henry Tovar

domingo, 11 de enero de 2009

Rebelión judía contra el ataque de Israel

Historiadores e intelectuales judíos rechazan los métodos empleados por el Gobierno israelí contra los palestinos
El historiador Ilan Pappé sostiene que hay que calificar de "genocidio" la campaña militar de Israel en Gaza. Su colega Yakov Rabkin se muestra escandalizado por la "masacre". La periodista Naomi Klein afirma que toda la economía israelí depende en realidad de su músculo bélico. Y la activista Diana Ralph advierte que los "crímenes de guerra" no pueden quedar impunes.

Si está pensando que la Liga Antidifamación debería intervenir inmediatamente para frenar este tipo de declaraciones y cortar así la extensión del antisemitismo, aguarde un segundo: todos ellos son judíos. La invasión israelí de Gaza ha desencadenado un alud de actos y proclamas de ciudadanos de tradición judía contrarios a la política de Israel. En ocasiones, la rebelión apunta a la esencia misma de este país como "Estado judío". Y casi siempre se dirige contra la pretensión de Israel de representarles y de hablar

en su nombre.

"Israel actúa en nombre de todos los judíos del mundo, pero muchísimos consideramos un error tremendo su política: por la violencia que genera y porque nos perjudica gravemente", explica, en conversación telefónica desde Montreal, Yakov Rabkin, catedrático de Historia de la Universidad de Montreal y autor de La amenaza interior. Historia de la oposición judía al sionismo, publicada en España por Hiru.

La creación del Estado, en 1948, supuso un auténtico cisma en el mundo judío, nunca resuelto. Pese a que el país tiene desde entonces las puertas abiertas para todos los judíos del mundo, la mayoría ha declinado establecerse en Israel, que alberga a menos de un 40% del total, aunque suele hablar en nombre de todos ellos.

Portavoces cuestionados

"Muchos de los autoproclamados portavoces de la comunidad judía en el mundo son en realidad portavoces del Estado de Israel pero, en los países democráticos, las comunidades culturales o religiosas no necesitamos portavoces", añade Rabkin. Y agrega: "Los demás somos gente corriente y no nos organizamos tanto ni tenemos tanto dinero, pero somos la mayoría".

"El problema es que una minoría de extrema derecha ha logrado imponer su agenda mientras los judíos no militantes están en los márgenes.

¿Una exageración? Nadie lo sabe. Los portavoces de las organizaciones judías son mayoritariamente proisraelíes. Pero ello no significa que los ciudadanos de tradición judía compartan sus postulados.

Las elecciones de EEUU, que cuentan con radiografías demoscómicas muy precisas, demuestran más bien que existe un divorcio notable. En los últimos años, las principales organizaciones judías han apoyado de forma entusiasta a los republicanos George W. Bush y John McCain. Pero los judíos han votado masivamente demócrata: siempre por encima del 70%, entre 20 y 30 puntos más que la media del pueblo estadounidense. En la pasada campaña, McCain incluso se rodeó permanentemente del senador Joe Liberman, judío proisraelí. Pero el 77% del voto judío fue para Barack Obama.

"Creo que hay una mayoría silenciosa de judíos en el mundo que apoya la aplicación de los derechos humanos para toda la gente", recalca CecilieSurasky, portavoz de Voz Judía para la Paz, organización con sede en California. "El problema es que una minoría de extrema derecha ha logrado imponer su agenda mientras los judíos no militantes están en los márgenes. Sucesos como los de estos días en Gaza convencen a los judíos que hasta ahora han estado callados de que deben levantarse y decir basta", añade.

"¡No en nuestro nombre!"

Su organización cuenta ya con 43.000 afiliados y la tendencia es al alza. La invasión ha activado iniciativas pacifistas similares en todos los lugares donde hay una comunidad judía importante: en Francia, Otra Voz Judía ha programado una catarata de actividades, incluyendo conciertos de rap palestino y obras de teatro. Hay entidades parecidas en muchos países de Europa, aunque no en España, donde la comunidad judía es reducida.

En Canadá, Voces Judías Independientes y otros grupos han promovido acciones como la ocupación del consulado israelí al grito de "¡No en nuestro nombre!". Y más de 340 profesionales judíos han firmado un manifiesto que pretenden publicar como "carta abierta a los soldados israelíes" en periódicos de este país contra la campaña militar en curso y los "crímenes de guerra" y las "atrocidades".

"Un Estado judío es intrínsecamente racista y no puede ser democrático porque por definición discrimina a todos los que no son judíos"

"Esta actividad criminal no hace nada para mejorar el bienestar y la salud de los judíos. Al contrario: desde Sderot hasta Sidney, pasando por Ashkelon y Amsterdam, todos nos beneficiaremos de que haya justicia para los palestinos", recalca este llamamiento a la insumisión impulsado, entre otros, por Judíos Americanos por una Paz Justa.

Que los judíos hostiles o indiferentes a la política de Israel son muchos más de los que el activismo de las organizaciones sionistas puede hacer pensar lo demuestra un estudio reciente publicado en EEUU por Steven M. Cohen y Ari Y. Kelman: Más allá del distanciamiento. Los judíos americanos jóvenes y su alienación de Israel. La investigación, que explota los datos de la Encuesta Nacional de Judíos Americanos de 2007, muestra el choque que provoca Israel en el mundo de tradición judía y subraya de manera rotunda que la desafección entre los más jóvenes es muy acentuada: entre los menores de 35 años, menos del 20% dice estar "siempre orgulloso de Israel".

El fenómeno va mucho más allá de rechazar las acciones militaristas o campañas como la invasión de Gaza y se refieren a los cimientos mismos del Estado de Israel. Son judíos, pero no sienten que Israel o el sionismo tenga nada que ver con ellos: por ejemplo, entre esta franja de menores de 35 años apenas el 50% se siente "confortable con la idea de un Estado judío". Y el dato más extremo: sólo el 50% dice que "la destrucción de Israel sería una tragedia personal", porcentaje que llega hasta el 80% en la franja de mayores de 65 años encuestados.

"Un Estado judío es intrínsecamente racista y no puede ser democrático porque por definición discrimina a todos los que no son judíos", opina desde Canadá Diana Ralph, coordinadora de Voces Independientes Judías. "El sionismo es desde su inicio un proyecto imperalista y racista condenado al fracaso si no fuera por el apoyo masivo de EEUU y sus aliados", remacha.

Las disidencias, que existen desde siempre en la tradición judía y que ahora se han acentuado, empiezan a dar signos de anidar también directamente en Israel. El apoyo a la contundencia bélica "como derecho a la autodefensa" sigue siendo muy alto en este país, pero las grietas existen, como demuestra el importante movimiento de objetores de conciencia.

Uno de sus miembros destacados es Jonathan Ben-Artzi, sobrino del halcón Benjamin Netanyahu, que ha hecho un llamamiento al Gobierno de EEUU: "Hablo como un israelí que apela a los estadounidenses para decirles que no tienen que apoyar ciegamente a Israel. Las acciones de Israel no son todas santas (...) A veces es necesario que se dirijan con firmeza a Israel y nos digan, le digan a nuestro Gobierno, que ponga fin a sus acciones."

El todavía embrionario cisma interior israelí ha dado un salto notable en el campo intelectual en muy poco tiempo con la publicación de obras revolucionarias por parte de los "nuevos historiadores", que han puesto en cuestión desde dentro los grandes dogmas de Israel, aunque suponen una corriente netamente minoritaria.

Quizá el caso más notorios es el de Ilan Pappé (Haifa, 1954), que ha sacudido Israel con la publicación de La limpieza étnica de Palestina (Crítica). El libro sostiene que la limpieza étnica ha sido deliberada y organizada desde el principio del Estado con el fin de asegurar una mayoría judía en Israel.

Las principales autoridades del mundo intelectual israelí, con Benny Morris al frente, se han volcado en rechazar el trabajo y en cuestionar su rigor. Pappé vive ahora en Reino Unido e incluso se ha sumado a las campañas de boicot académico contra las universidades israelíes, incluida la suya de siempre: la de Haifa.

En estos días de furia, el blog de Pappé echa humo. "Parece que incluso los crímenes más horrendos, como el genocidio en Gaza, son tratados [por la comunidad internacional] como acontecimientos discretos, sin conexión con nada del pasado y sin asociación con ninguna ideología", escribía en un post del 3 de enero.

A juicio de Pappé, es crucial que la opinión pública comprenda la naturaleza de la "ideología sionista" como "la mejor manera de explicar las operaciones genocidas como la que vive ahora Gaza" y al mismo tiempo avanzar en acciones que prevengan "cosas incluso peores" en el futuro.

"Hay una gran confusión entre los términos israelí, judío y sionista. El propio Estado de Israel la fomenta, pero es muy peligrosa"

Shlomo Sand (Linz, Austria, 1946), historiador de la Universidad de Tel Aviv, acaba de publicar otro libro rompedor, aún no traducido al español, Cómo y cuándo se inventó el pueblo judío, en el que hace añicos los mitos fundacionales. La academia oficial también ha salido en tromba a criticarlo, pero su extraordinario éxito de ventas en el país -más de 20 semanas consecutivas en la lista de más vendidos- muestra hasta qué punto las cosas están cambiando incluso en Israel.

El fenómeno ha sacudido la política tradicional en episodios aislados, pero de gran impacto simbólico. Abraham Burg, ex presidente del Parlamento de Israel, de la Agencia Judía y de la Organización Sionista Mundial, ha abjurado de manera estruendosa del sionismo y trata de agitar a la sociedad israelí para que empuje hacia un cambio de rumbo radical. De lo contrario, advierte, Israel no tiene ningún futuro.

La crítica de Burg va a la raíz del sionismo mismo: ha llegado a decir que la presión que observa en Israel contra los árabes tiene paralelismos con la que sufrieron los judíos en los regímenes nacional-socialistas antes de la Segunda Guerra Mundial. Su tesis es que Israel, en su actual formato que privilegia a los judíos, sólo puede sostenerse a través de la violencia y augura que esta será cada vez más brutal.

Responsables

El catedrático Yakov Rabkin le secunda desde Canadá: "Toda la idea de crear un Estado étnico contra la voluntad de gran parte de la población implica uso de la fuerza. ¡No hay otra manera de hacerlo!", opina. El historiador se pregunta cómo es posible que la comunidad internacional y la potencia colonial en la zona, Reino Unido, se laven ahora las manos ante una situación explosiva que a su juicio contribuyeron a crear.

"¡Hannah Arendt tenía razón! Ella advirtió exactamente qué iba a pasar: es imposible que este Estado viva en paz. Y los judíos de todo el mundo pagamos las consecuencias", concluye Rabkin. La consecuencias, aclara, es el aumento de ataques e intimidación contra los judíos en todo el mundo y la minimización del Holocausto.

"Hay una gran confusión entre los términos israelí, judío y sionista. El propio Estado de Israel la fomenta, pero es muy peligrosa", lamenta. Y concluye: "El antisemitismo tradicional sigue existiendo, pero ya no es la mayor causa de acoso a los judíos. Ahora, el principal riesgo de sufrir una agresión son represalias por la política de Israel".

La confusión causa estragos: si Rabkin estuviera hoy en Madrid y decidiera ir a la manifestación contra la guerra, muy probablemente avistaría más de una pancarta equiparando el símbolo nazi con la estrella de David. O haciendo lamentables juegos de palabras con el Holocausto.



LA POLÍTICA GUERRERISTA DEL ESTADO ISRAELÍ


 
 
Henry Tovar

11/01/09

Son inconsistentes y siempre sospechosas las razones esgrimidas por el Estado Israelí para justificar su permanente política de agresión contra el pueblo palestino. Cada agresión parece responder a un libreto político en donde se camuflan y sobreponen diversos intereses, ajenos al verdadero deseo de paz y seguridad para Israel. Antes y ahora, el verdadero discurso de la violencia pareciera responder a la necesidad de impedir la paz y la seguridad mutua con sus vecinos.

Los israelitas, y cualquier observador inadvertido, saben que el desarmado pueblo palestino no constituye una amenaza real contra la existencia del Estado de Israel, y que la seguridad del pueblo hebreo podría asegurarse con medios distintos a la promoción y la multiplicación infinita de la violencia. Pareciera que la verdadera intencionalidad es afianzar los medios, con los cuales han logrado expandir sus fronteras, seguir disgregando a la población palestina y sabotear la creación de un Estado palestino. De modo que, expansión, exterminio y provocación, constituyen palabras clave para comprender las motivaciones guerrerístas del sionismo. A las que se antepone el verdadero y radical interés de Estados Unidos, y algunas potencias occidentales, por mantener una situación de inestabilidad que perpetúe su presencia en la región.

Cada enfrentamiento militar con el Estado de Israel, constituye una ocasión para que éste se quede con un pedazo de territorio, y para debilitar a las naciones que luchan por su integridad territorial y su legítimo derecho a expulsar a los invasores de los territorios árabes. Conforme señala Chomsky, en su libro “Ilusiones de Oriente Medio” (2003), “de un total aproximado de 400 colonias implantadas después de 1948, unas 350 ocupaban tierras pertenecientes a refugiados; cerca de los dos tercios de las tierras cultivadas adquiridas por Israel habían sido propiedad de Palestina”. Cada enfrentamiento militar constituye siempre la ocasión para la liquidación de centenares de palestinos y el aumento de su diáspora. La prensa del domingo 11 de enero señala que Israel se apresta para continuar su ofensiva después de haber matado a 850 palestinos, cifra cuya mitad corresponde a mujeres, niños y ancianos a quienes ahora se les exhorta, mediante panfletos, a “abandonar los lugares de operación de las tropas”, advertencia que no se les hizo cuando se produjo la primera fase de la masacre.

Las más recientes agresiones, en gran escala, fueron justificadas por Israel con el argumento de haber actuado para defenderse de cohetes lanzados desde el sur del Líbano, o bien como en el presente, desde la Franja de Gaza. Cada agresión, desproporcionada, constituye a su vez en un obstáculo para lograr acuerdos perdurables.

Nunca han faltado argumentos inconsistentes y provocaciones como la captura de dos soldados israelíes en territorio libanés, lo cual sirvió de pretexto para justificar los ataques contra la población civil del Líbano y a las milicias de Hezbolá, en julio del año 2006.
De modo que la negativa del sionismo, dentro y fuera de Israel, para negociar un tratado de paz que restablezca cierto equilibrio político, como el existente en las fronteras hasta el año 1967, parece ser la razón más consistente para comprender las políticas guerrerístas del Estado Israelí. No obstante, es evidente que tales políticas de expansión, segregacionismo y provocación permanentes, han profundizado el conflicto y han dado a Israel falsas ventajas con las cuales no aseguran su existencia como nación, en el contexto del fortalecimiento de naciones islámicas.

Finalmente, pareciera que una de las apuestas del sionismo se orienta hacia la provocación militar en la búsqueda persistente de una conflagración regional con la cual pudieran creer liquidar a sus más fuertes adversarios, quienes no son precisamente los grupos más radicales, palestinos o libaneses.

Henry Tovar