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martes, 1 de julio de 2014

LA GRAN GUERRA, UNA PIEDRA EN EL CAMINO RUSO HACIA EUROPA

El eco de una guerra olvidada

Aleksandr Kérenski, primer ministro del Gobierno Provisional Ruso, exhortando a las tropas en la primavera o el verano de 1917
18:35 30/06/2014
Javier C. Escalera

Rusia vivió durante la década de 1880 un desarrollo extraordinario y era la quinta industria en vísperas de la Primera Guerra Mundial. Es verdad que las guerras, como la de 1905, y algunas revoluciones habían frenado el auge ruso. Pero el país había vuelto a recuperar terreno. Pese a ser una autocracia, el estado zarista mantenía una alianza con la república francesa desde 1894.

En París un puente bautizado con el nombre de Alejandro III atestigua este vínculo: la primera piedra fue puesta por el Zar Nicolás en 1896. Sobre él todavía hoy hay unas estatuas: las Ninfas del Sena, que representan a Francia, y las Ninfas del Néva, que simbolizan la parte rusa. Por un momento ambos países parecieron estar muy cerca. La Gran Guerra cruzó sus caminos y los hizo luchar en el mismo bando, pero la conflagración sólo sirvió para que emprendiesen caminos dispares.  

Muchos historiadores se preguntan si podría Rusia haber entrado en la modernidad de una manera menos sangrienta, porque sin la Primera Guerra Mundial la evolución política del país hubiese sido otra. En 1914, los europeos pensaban que la guerra sería corta. El gobierno ruso no ansiaba participar, pero no luchar era  comulgar con la dominación alemana de Europa.

El país tenía dos almas. Los rusos de clase alta y burgueses ayudaron al régimen, que tuvo que cargar con el peso de otra guerra. Los campesinos sólo veían desventajas: no en vano, las tropas rusas constaban de ocho millones de hombres en 1914, casi todos eran campesinos sin ninguna formación militar, mal armados y equipados. Bestias conducidas al sacrificio.
La cadena de derrotas y el descontento generalizado de la población crearon caos social y económico. Y llegaron las revueltas. En 1917 el Imperio Ruso estaba agotado tras tres años de guerra, con el pueblo deseando sólo la paz a cualquier precio. 

Cuando la autocracia zarista fue reemplazada por el Gobierno Provisional Ruso, los nuevos líderes pensaron en establecer una democracia liberal y continuar participando del lado de la Triple Entente en la Primera Guerra Mundial. De nuevo Francia se alzaba en el horizonte como ejemplo.
Pero el primer ministro Aleksandr Kérenski no consiguió alumbrar un nuevo estado. Y no prosperó debido, principalmente, a la oposición de los líderes rusos de la nueva república a la salida de Rusia de la guerra. Esto favoreció a los bolcheviques que, pese a ser una minoría política entre los partidos de la época, eran los únicos que defendían la salida de la guerra de manera intransigente. De repente ser radical era sencillo. Y marchar junto a la mayoría era un camino de perdición. 

Kérenski pareció durante un momento capaz de esquivar la tormenta. De hecho se convirtió pronto en la principal figura de los gabinetes de coalición. Metido en un esfuerzo bélico que hacía aguas, Kerénski se propuso recuperar la disciplina entre las tropas. Pero sus intentos de poner orden le granjearon problemas políticos. Especialmente a raíz del decreto en el que amenazaba a las tropas con la aplicación de la pena de muerte por deserción, una figura jurídica que no había sido borrada del código zarista heredado por el nuevo Gobierno. En realidad se trataba de un castigo habitual en el resto de naciones combatientes, y ni siquiera se estaba aplicando en la práctica. Así que para evitar las deserciones en la guerra tuvo que exponerse a las deserciones en sus filas.

Con la llegada de los bolcheviques sucedió lo inevitable. Rusia abandonó la guerra, pero su historia no pudo escapar de sus consecuencias. Cuatro imperios autoritarios se derrumbaron: el Imperio Ruso pasó a ser la Rusia comunista, el Imperio Otomano desapareció, el Imperio Austro Húngaro fue disuelto y el Imperio Alemán dejó paso a la mermada República de Weimar, que acumuló un resentimiento suficiente para desatar una nueva guerra dos décadas después.

Quien también irrumpió en la escena con vigor fue Estados Unidos: hasta entonces una fuerza secundaria: nadie pensó que habría una segunda contienda mundial  y que allí sería un país de primer orden. A partir de ese momento sólo una potencia podría hacerle sombra: la URSS. Pero ya sin formato imperial, pues el último zar no pudo ver ni el final de la Primera Guerra Mundial. Al Zar Nicolás II también lo mató en parte la guerra. Fue asesinado con toda su familia en Ekaterimburgo, por temor a que el avance de la Legión Checoslovaca hacia esa ciudad, pudiera liberarlo y abrir de nuevo la caja de Pandora monárquica, que hoy sigue cerrada a cal y canto.